La primera llamita la prendió la Alfabetización

La mano alzada, primero, y luego su nombre en una lista, confirmaban su voluntad para enseñar. Mas, el anhelo se estrelló contra la voluntad paterna. Con apenas 11 años la niña se vio ante el primer dilema de su vida: alfabetizar o renunciar al sueño. Por Delia Proenza Barzaga “Se

La primera llamita la prendió la AlfabetizaciónLa mano alzada, primero, y luego su nombre en una lista, confirmaban su voluntad para enseñar. Mas, el anhelo se estrelló contra la voluntad paterna. Con apenas 11 años la niña se vio ante el primer dilema de su vida: alfabetizar o renunciar al sueño.

Por Delia Proenza Barzaga

“Se hablaba de la posibilidad de marchar a Camagüey o a otras provincias. La suerte fue que vivíamos en el campo. Mi papá me dijo que podía ir, pero solo si era cerquita de mi casa. Quedaba en la finca San Francisco de Belén, a unos 3 kilómetros de Sancti Spíritus. Era una zona totalmente rural, donde no había corriente. Allí se llegaba por la calle Agramonte final, que cuando aquello le decían El Camino del Príncipe”, cuenta Esperanza García Álvarez con la emoción asomada a los ojos.

“Hablamos con los directivos de la Campaña, recuerdo a una señora llamada Victoria Albagés, que entregaba los faroles, la cartilla, la bandera. Se averiguó por la zona y resultó que había tres personas necesitadas de ser alfabetizadas: dos señores, ambos pasaban los 40 años, y una muchacha que tenía 17. Hoy es una mujer, se llama Digna Lugones Pérez, y cuando me ve en la calle me dice: ‘Gracias a usted aprendí a firmar’. Ellos trabajaban en los campos por allí, en fincas de aquel lugar, yo los alfabetizaba en la tarde. Iban a mi casa o yo me trasladaba a caballo adonde ellos laboraban.

“No solamente los enseñé a escribir y a leer, sino además a amar la Revolución, se les daban charlas educativas, les hablábamos. A mí desde pequeña me gustaba ser maestra, porque una de las cosas más importantes que tuve fueron brillantes maestros en primaria. Al verlos a ellos yo quería imitarlos. Enseñaba a mis muñecas. Creo que la primera llamita de lo que soy en estos momentos la prendió la Campaña de Alfabetización. Lo que hice entonces fue con amor y aquellas personas, a pesar de ser totalmente analfabetas, eran también muy amorosas.

“Mis alumnos no concebían que yo tan pequeña estuviera dando clases; cuando aquello cursaba el sexto grado. Les explicaba: Bueno, es que hay un llamado, Fidel nos pidió ayudar, dijo que Cuba tiene que erradicar el analfabetismo y si nosotros no damos el paso al frente ¿cómo ustedes va a acabar esto?; entonces ellos me decían: ‘Es verdad que la Revolución es grande, y que Fidel Castro es inteligente’. Ellos admiraban y admiran mucho a Fidel”.

Los ojos van enrojeciendo a medida que afloran los recuerdos. Las frases se le quiebran al hablar de la persona que más le acompañó en aquel empeño, quien continúa siendo para ella una especie de guía: “Mi mamá me apoyaba en todo, respetaba las decisiones de papá, pero me ayudaba mucho. Ella quiso ser maestra y no pudo. Mientras yo alfabetizaba se sentaba conmigo a la mesa, daba sus criterios, nos alentaba. También hubo siempre muchas personas cuidando de que las cosas salieran bien. Recuerdo a René Elizalde, el divulgador de la Campaña; Petrona, Ferry, quienes eran una especie de asesores. Había mucha organización, un interés total”.

Regresa al día del acto de terminación de la cruzada. “Fue precioso, si mal no recuerdo, en el parque Serafín Sánchez. Nos reunimos todos y estábamos muy alegres, algunos de mis compañeros habían venido de Oriente. Entre ellos los había hasta menores que yo, con 10 añitos nada más”.

El magisterio la atrapó de nuevo aquel 18 de septiembre de 1968 en un aula de sexto grado. Esta vez era ella la maestra. Había acudido ante un nuevo llamado, ahora para suplir el déficit de docentes. Ya no se desprendería nunca más de la ternura en los ojos de los niños, del entusiasmo por llevarlos a concursos y alentarlos a investigar, de la magia de las Matemáticas. En el seminternado de primaria Julio Antonio Mella, de la cabecera provincial, desde la década del 70 Esperanza García Álvarez es una de las maestras más reconocidas por las familias, que conocen de su exigencia y su rigor para con la enseñanza. Su espíritu de superación continua la llevó a alcanzar la categoría de Máster en Ciencias de la Educación.

“Estoy en trámites de jubilación. Llevo la profesión tan dentro que a veces me pregunto cómo voy a dejar la escuela. ¡Son 44 años! De lo que sí estoy segura es de que voy a seguir trabajando, aunque sea por contrato. Mi mamá me necesita en casa y trataré de combinar ambas cosas.

“A los alumnos les exijo mucho, creo que así debe ser, pero también les doy mucha confianza. Hay cosas que no les cuentan a sus padres y conmigo las conversan. Soy enemiga del maltrato. Respecto a los nuevos educadores, opino que debe enseñárseles valores. Siempre he tenido el mismo método, para mí cualquier director es bueno, yo me adapto a todos, pero de la puerta para adentro, soy la maestra”.

Redacción Escambray

Texto de Redacción Escambray

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