La consquista del petróleo

 Primer productor del hemisferio occidental, principal abastecedor de los Estados Unidos y quinto exportador mundial de petróleo, Venezuela reescribe la historia del principal recurso económico de la nación Para ilustrar la anarquía y la explotación desmedida a que han sido sometidos los yacimientos petroleros de Maracaibo a lo largo de

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 Primer productor del hemisferio occidental, principal abastecedor de los Estados Unidos y quinto exportador mundial de petróleo, Venezuela reescribe la historia del principal recurso económico de la nación

Para ilustrar la anarquía y la explotación desmedida a que han sido sometidos los yacimientos petroleros de Maracaibo a lo largo de casi un siglo, los más viejos habitantes del Zulia, en el occidente venezolano, usan una metáfora sumamente reveladora: “El fondo del lago parece un plato de espaguetis”, dicen.

La imagen sugiere las abundantes tuberías que se entrecruzan caprichosamente en la zona y la diversidad y el caos de los sistemas que todavía pugnan por extraerle el producto a la tierra, pero hasta cierto punto también resume la esencia de la “fiebre petrolera” desatada por las corporaciones que durante décadas y décadas se disputaron el pastel en el país.

“Maracaibo ha dado tanto/ que debiera de tener/ carreteras a granel/ con morrocotas de canto”, sentencia una tonada que los zulianos siempre llevan en la punta de la lengua para recordar el aporte de aquella región a la vida nacional venezolana.

José Antonio Ramírez, un carabobeño que aprendió a leer y escribir a los 62 años gracias a la Misión Robinson impulsada por el gobierno revolucionario del presidente Hugo Chávez, descubrió con las primeras letras una verdad que a estas alturas nadie se atrevería a cuestionar: “Asfaltábamos las calles de Nueva York y movíamos los autos de medio mundo, pero jamás veíamos los reales”.

UN HALLAZGO PRECIOSO

Medio siglo antes de que John D. Rockefeller fundara el imperio petrolero de la Standard Oil Co., madre natural de la Exxon Mobile, ya Simón Bolívar había promulgado en Quito, el 24 de octubre de 1829, un decreto de 38 artículos que garantizaba la propiedad nacional “sobre las minas de cualquier clase”, incluidas las de hidrocarburo.

Sin embargo, ni la previsión del Libertador ni ninguna de las sucesivas regulaciones establecidas al respecto impidieron la usurpación despiadada del “recurso mágico” que cambió la suerte del siglo XX y que, víctima del mayor derroche que jamás haya conocido la especie humana, amenaza con extinguirse en el XXI.

Fuentes venezolanas especulan, incluso, que el interés extranjero por el petróleo de la nación resulta tan viejo como la historia misma de la conquista y una carta de la reina de España con fecha 3 de septiembre de 1536 en la que ordena le enviaran “de lo más que pudieres” aceite de petróleo para aliviar la gota de su hijo Carlos V, parece confirmar tal suposición.

Cuando todavía la explotación industrial del combustible era una quimera y los habitantes de la sierra Perijá, en la Alta Guajira, se daban a la estampida al confundir el fuego de un rezumadero natural con las emanaciones de un volcán, el Dr. José María Vargas adelantaba, hacia 1839, que el hallazgo de las minas de carbón mineral y de asfalto en Venezuela era “más precioso y digno de felicitación (…) que el de las de plata u oro”.

Con el tiempo y el favor de la naturaleza, Venezuela se convertiría en el primer productor del hemisferio occidental, principal abastecedor de los Estados Unidos, quinto exportador mundial y dueño de la mayor reserva de crudo pesado y extrapesado, sin embargo, la llamada renta petrolera de toda una centuria lejos de potenciar un desarrollo nacional armónico no hizo más que polarizar la riqueza y crear una suerte de apartheid económico que afortunadamente hoy la revolución intenta borrar.

La recuperación del principal recurso de la nación ha debido afrontar tropiezos tan disímiles como el golpe de abril del 2002, el paro petrolero de finales de ese año y principios del 2003, que tuvo en jaque al país, y a inicios de 2008, el pretendido embargo de la Exxon Mobile, la mayor petrolera del mundo, contra la estatal PDVSA, que terminó con una nueva victoria para Venezuela.

LA FAJA DE LA DISCORDIA

La faja abarca más de 55 000 kilómetros cuadrados en cuatro estados de Venezuela.

Para secuestrar las formidables riquezas petroleras del oriente de Venezuela, las compañías norteamericanas con la complicidad de la directiva de la vieja PDVSA y los gobiernos de la llamada Cuarta República echaron a rodar y hasta fundamentaron el rumor de que los yacimientos de crudo pesado y extrapesado de la faja del Orinoco, hoy reconocidos como la mayor reserva mundial, no presentaban interés comercial alguno para su explotación como hidrocarburo.

De tal suerte, en las últimas dos décadas del siglo pasado y todavía en los comienzos del XXI se cultivó “la creencia” de que la faja no contenía petróleo, como se había sospechado hasta entonces, sino Bitumen, un producto que se promocionaba como combustible industrial diseñado para plantas de generación de electricidad, fábricas de cemento, de fertilizantes y complejos químicos, el cual podía ser sustituto del carbón y del aceite pesado o fuel oil.

La falacia cobró tal fuerza que hacia 1988 fue creada la filial de PDVSA Bitúmenes Orinoco, S.A. (BITOR), dedicada a  producir y comercializar la marca registrada como Orimulsión, con una contribución fiscal tan baja que en más de una oportunidad el propio Chávez  denunció que en esencia representaba concesiones más ventajosas para las trasnacionales petroleras que las otorgadas incluso por el régimen entreguista de Juan Vicente Gómez en la primera mitad del siglo pasado.

Con el argumento del alto nivel de la tecnología empleada y las inversiones requeridas para la explotación, el mito de la entonces llamada “faja bituminosa” se convirtió asimismo en patente de corso para justificar la apertura desmedida y sumisa al capital privado.

PETRÓLEO A PRECIO DE GALLINA FLACA

El ingeniero José Primera, que ha mirado muy de cerca este capítulo de la historia venezolana, apela a una frase que parece extraída de la enciclopedia llanera para definirlo: “Estábamos vendiendo el petróleo a precio de gallina flaca”, dice.

Designado como gerente del Centro Operativo Petro Monagas, pieza clave de la antigua Cerro Negro, que hasta hace cinco años administraba la gigante Exxon Mobile, el ingeniero Primera asegura que “como parte del engaño muchos de los políticos de la Cuarta República llegaron a decir, incluso, que las empresas transnacionales más bien nos estaban haciendo un favor al llevarse ese crudo de la faja”.

Tal práctica fue recurrente gracias a la famosa “apertura petrolera” de los 90, una fórmula neoliberal en virtud de la cual importantes actividades de la industria de los hidrocarburos en el país, que desde la nacionalización habían sido reservadas al Estado, fueron transferidas al sector privado, fundamentalmente transnacional.

Disfrazadas como convenios operativos o asociaciones a riesgo, las nuevas concesiones garantizaron la reprivatización de la industria del hidrocarburo con el consiguiente traslado de jugosas ganancias al exterior y sirvieron en la práctica para ceder la soberanía jurídica del país al establecer que cualquier diferencia sería resuelta en tribunales internacionales, como ocurrió con el litigio Exxon Mobile-PDVSA.

“Esto era como un Estado dentro de otro”, refiere Carlos Díaz, un zuliano que durante varios años trabajó para Exxon Mobile en la zona de Morichal, al norte del río Orinoco, la cual según sus propias palabras estaba siendo desangrada por la gigante norteamericana.

UN “LAVADERO” DE CRUDO

“A partir de ahora ni un cigarrito más, que están caminando sobre petróleo”, advirtió el custodio a los reporteros y unos kilómetros después un cartel gigante con la imagen del presidente Hugo Chávez anunciaba: La faja es de Venezuela.

A un lustro de la entrada en vigor del Decreto 5 200 del 2007 sobre la nacionalización de la faja petrolífera del Orinoco, una de las más importantes medidas económicas de la revolución bolivariana, en el Centro Operativo Petro Monagas, de la antigua Cerro Negro, hay una historia diferente que contar.

Surgida hace algo más de una década, la industria se encarga de lo que los petroleros llaman “lavar el crudo”, proceso que se traduce en la extracción del agua, la sal y el gas contenidos en el hidrocarburo, el cual luego de “purificarse” es impulsado por potentes bombas hasta el centro mejorador José María Anzoátegui, a unos 300 kilómetros del lugar, en la costa caribeña.

“Nuestro crudo es como una mayonesa”, ilustra Roderick Rosas, técnico de optimización de pozos, quien explica que ello obliga a aligerar la materia prima con nafta para facilitar su transportación tanto desde los pozos hasta el Centro Operativo, como desde este último hasta su embarcadero en Barcelona.

“Aquí encontramos una producción que estaba en el orden de los  96 000 barriles por día –aclara el ingeniero Primera- y actualmente con nuestro esfuerzo y nuestra tecnología hemos logrado elevar las operaciones sustancialmente.”

BARRERAS AL SUELO

“Yo estaba en la lista negra de la Exxon Mobile –dice Gregorio Caña, panelista de la sala de control-, me chequeaban los correos, me ‘pinchaban’ los teléfonos, perseguían a toda la gente identificada con el gobierno de Chávez… ”

“Ellos se especializaron en crear odio entre nosotros y constantemente nos recordaban que tenían reales para comprar cualquier conciencia”, refiere Carlos Solárzano, jefe del laboratorio del Centro.

Las historias brotan como el mismo crudo: la mayor petrolera del mundo dejó en Cerro Negro pasivos laborales al por mayor, instituyó durante casi una década prohibiciones absolutas de reuniones para defender reivindicaciones salariales y, según los propios técnicos y los ejecutivos que la intervinieron, implantó un régimen de segregación que lindaba con la esclavitud.

“La antigua operadora no entendía de libertades políticas -advierte José Primera-, pero las barreras que existían entre trabajadores y  supervisores o entre el trabajador y las comunidades se echaron al suelo”.

LA SIEMBRA

La idea de “sembrar el petróleo”, término acuñado por el intelectual Arturo Uslar Pietri en alusión a la necesidad de usar los ingresos por concepto de la exportación del hidrocarburo para el desarrollo sostenible del país, fue expuesta por primera vez en Venezuela el 14 de febrero de 1936 en el diario Ahora.

En el editorial de ese día el conocido escritor, autor de la novela histórica Las lanzas coloradas, no pudo ser más sentencioso: “Que en lugar de ser el petróleo una maldición que haya de convertirnos en un pueblo parásito e inútil –escribió-, sea la afortunada coyuntura que permita con su súbita riqueza acelerar y fortificar la evolución productora del pueblo venezolano en condiciones excepcionales”.

La revolución bolivariana, que bebe hoy de ese concepto, no sólo intenta volcar las ganancias en aras de “estimular la agricultura científica y moderna, importar sementales y pastos, repoblar los bosques, construir todas las represas y canalizaciones necesarias” como proponía Uslar Pietri, sino también en algo quizás mucho más perentorio y humano: deshacer la exclusión social y la marginalidad heredadas de siglos y ayudar a sus vecinos del continente.

De tal suerte, en breve lapso el gobierno del presidente Chávez ha logrado “sembrar” conquistas impensadas durante la Cuarta República como la construcción de miles de escuelas, la alfabetización de más de un millón y medio de personas y la protección sanitaria del ciento por ciento de la población con el programa Barrio Adentro, un sistema que incluye atención primaria, uso de modernos medios diagnósticos y garantía de medicamentos, todo de manera gratuita.

La sustitución de decenas de miles de ranchos por viviendas decentes, la venta de alimentos subsidiados y la facilitación de otros beneficios a las personas más desprotegidas, la elevación de los gastos por concepto de la atención social y la creación de los llamados núcleos de desarrollo endógeno son apenas algunos frutos de la siembra petrolera en la revolución, que hoy llega a todos los sectores de la vida nacional, incluidas aquellas poblaciones originarias que hace 500 años descubrieron el petróleo –para ellos el “mene”–, lo adoraron y lo usaron como medicina.

Cinturón de lujo

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Ubicada al sur de los estados Guárico, Anzoátegui, Monagas y Delta Amacuro, casi rozando las aguas del río que le da nombre, la faja petrolífera del Orinoco abarca un área aproximada de 55 314 kilómetros cuadrados, espacio que, según estimados y muy serios trabajos de cuantificación y certificación ejecutados, constituye la mayor reserva mundial del producto.

Aunque el “Canoa 1”, primer pozo perforado en la zona hace más de 70 años, adelantó malos augurios al resultar “seco”, la faja está reconocida hoy día como la más importante acumulación de petróleo movible del planeta, con evidentes ventajas sobre depósitos similares ubicados en Arenas de Atabasca, en Canadá, las llamadas “lutitas” de Wyoming, Utah y Colorado, en los EE. UU., y otros filones ubicados en China, Australia, Alemania, Estonia, Brasil, etc.

Según reconoce la literatura científica, en el caso de estos últimos su contenido no fluye de forma natural hacia los pozos, por lo que requiere ser extraído mediante prácticas de minería o “recuperación asistida”, que obviamente encarecen el proceso.

Dividida en cuatro zonas de exploración y producción: Boyacá (otrora Machete), Junín (Zuata), Ayacucho (Hamaca); y Carabobo (Cerro Negro), la gran reserva tiene en la petrolera venezolana PDVSA a su principal accionista.

Como única fuente significativa de reemplazo ante la lógica declinación de los campos tradicionales de Venezuela, en explotación desde hace casi un siglo, la cuenca del Orinoco es considerada hoy día como estratégica para el país e, incluso, para el mundo dada la creciente demanda de energía a nivel global.

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Juan Antonio Borrego

Texto de Juan Antonio Borrego
Director de Escambray desde 1997 hasta su fallecimiento el 4 de octubre de 2021 y corresponsal del diario Granma en Sancti Spíritus por más de dos décadas. Mereció el Premio Provincial de Periodismo por la Obra de la Vida Tomás Álvarez de los Ríos (2012) y otros importantes reconocimientos en certámenes provinciales y nacionales de la prensa.

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