Vivencias haitianas en aulas espirituanas

Un educador fomentense auxilió la alfabetización haitiana y también a los lesionados tras el terremoto del 2010 en la empobrecida nación caribeña, una historia que hoy cuenta a sus alumnos de secundaria básica en el primer municipio liberado por el Che en la ofensiva que llevó al triunfo de 1959.

Miles de haitianos han sido alfabetizados mediante el método Yo, sí puedo.Un educador fomentense auxilió la alfabetización haitiana y también a los lesionados tras el terremoto del 2010 en la empobrecida nación caribeña, una historia que hoy cuenta a sus alumnos de secundaria básica en el primer municipio liberado por el Che en la ofensiva que llevó al triunfo de 1959.

Hasta la primera quincena de julio del 2012, alrededor de 137 000 haitianos sí pudieron leer y escribir, narra Zenén Jiménez Clark, quien se sabe un sobreviviente del sismo más demoledor en 200 años en la vecina nación caribeña.

La curiosidad no le hizo correr la misma suerte de la traviesa Nené, cuando Zenén Jiménez Clark medía cuartas del piso y encontró aquel libro grande y extraño entre el papeleo paterno.

“Llamó mi atención; en esa época casi no editaban textos extranjeros. Mi papá conocía algo autodidactamente y me enseñaba palabras, me preguntaba y fui descubriendo el mundo angloparlante”.

Zenén Jiménez Clark.La fascinación por la lengua inglesa creció con la moda de sus tiempos, cuando las baladas románticas de los Beatles o Air Supply robaban el sueño adolescente. Quizás también los genes jamaicanos del apellido peculiar intervengan en esa predilección por la comunicación foránea que se funde con la de enseñar.

Después de exploraciones francesas y portuguesas, Zenén no temió aventurarse al momento histórico de los Profesores Generales Integrales (PGI): “Soy de Inglés, pero dije: voy a probar. Ahora imparto Español”. Parecieran encontrados, pero su dominio del castellano tiene fundamento: “Para saber un idioma ajeno, primero se debe conocer muy bien la lengua materna”.

Hace 21 años de aquellos iniciales nervios frente al aula, dos de los estreses de maestría y más de tres desde la partida a Haití.

“Allá aprendí rápido el créole, idioma criollo haitiano, más hablado que el francés. A otros les costó más; pero yo sabía trucos, herramientas. Al llegar, algunos decían: ‘Las faltas de ortografía llueven’, pues se escribe con k el sonido c del español, cosas que chocan”.

El asesoramiento al método Yo sí puedo en la variante créole pesaba tras la espalda internacionalista del fomentense y de otros cubanos: “Nuestra misión consistía en demostrar que en el cuatrimestre se alfabetizaba a los haitianos en su propia lengua, necesaria para solidarizarnos con ellos y explicarles que fuimos a enseñarles la luz. Teníamos que volver maestro al nativo, luego supervisarlo, evaluar el trabajo y llevar la estadística”.

El abecedario llegaba a las comunas; mas, “se desmotivaban mucho, luego eso cambió con el método televisivo. En Haití hay muchas zonas sin electricidad y llevar un televisor allí ya era un agente motivador. Los cubanos también despertábamos interés y la propia necesidad social de aprender, al ver gente que se superaba con la campaña, reiniciada con nuevos grupos cada cuatro meses”.

En medio de la lección, inesperados fueron aquellos segundos del 12 de enero del 2010, cuando se movió Haití bajo los pies descalzos. “Había visitado una comuna que se quedó dando clase; fuimos al CDI en construcción y de regreso pasamos a ver una doctora. En el momento de despedirnos, el carro empezó a brincar solo, la gente corría, la iglesia La Cruz se quería desplomar. Tuve la impresión de que me movía como en una balsa, esa sensación de desequilibrio. Dije: ¡se va a abrir la tierra!.Yo calcularía que fueron unos 15 segundos; aguantar ese tiempo fue duro, espantoso. Nuca había vivido eso ni los haitianos; fue el sismo más severo en 200 años.

“Yo radicaba en el Departamento Nordeste, lejos de la capital, el lugar exacto del terremoto, y allá había casas agrietadas o derrumbadas parcialmente. La nuestra resistió, pero nos preocupaba la caída del edificio de los cubanos en Puerto Príncipe. Vimos el noticiero por antena parabólica, hubo un silencio sepulcral. Al decir Serrano que ningún colaborador había perdido la vida, aplaudimos y nos abrazamos. Demoró restablecer la comunicación, aunque Internet no se cayó y pudimos calmar a nuestras familias en Cuba”.

Al parecer, la casualidad o la predestinación divina protegieron al maestro espirituano: “Me suspendieron las vacaciones a horas de irme a Cuba y una doctora me escribió: ‘Si las cosas no salen como tú quieres, Dios tiene algo mejor para ti’. No le hice hincapié. Me percaté al otro día, cuando ocurrió el desastre, yo debía quedarme en la capital para viajar. Calculé el tiempo, iba a estar bañándome en una casa que se desbarató. No me estarías entrevistando. Soy un sobreviviente. Esa fe me ha ayudado a actuar hoy sin forzar nada”.

Muchas resultaron las encomiendas después de zarandeado el país más pobre de Latinoamérica. Junto con la tierra, tembló el ánimo haitiano de sí poder: “Me enviaron al destruido Departamento sureste para una tienda de campaña con dos grupos de refugiados en Jacmel. No podía caer la alfabetización. Eran pocos en las clases y casi nadie quería ser maestro; la necesidad número uno era comer. Hubo que gratificar a los facilitadores, pedir apoyo a factores políticos y sociales. En las iglesias, los pastores querían que sus parroquias se alfabetizaran para leer la Biblia y por ahí no les colamos también”.

Educar en los tiempos del cólera devino otro escollo: “La gente temía salir, tenían familiares fallecidos o morían alumnos y el resto no iba. Sentí terror, se pudiera decir; sin embargo, tenía que cumplir con confianza”.

La fiebre tifoidea le hizo hervir la frente durante el segundo año. “A esa hora uno lo que recuerda es la casa, pero ahí estaban mis compañeros, mi familia allá”.

Constructor, estadístico, estibador y hasta galeno fue este teacher.

“Una doctora pinareña recién llegada no sabía créole y traduje sus consultas ante hileras kilométricas de haitianos, escribía recetas, indicaba tratamientos. En una semana ya era doctor y ellos me veían así, pues yo era el que les hablaba. Al notificarme la ida vacacional a Cuba, los doctores cubanos decían: ‘Se nos va otro médico’”, sonríe.

Hasta la primera quincena de julio del 2012, alrededor de 137 000 haitianos sí pudieron leer y escribir, cuenta el propio Jiménez Clark.

Hoy, el profe cuenta la historia haitiana al aula de octavo grado y ellos advierten su fuerza de sol matinal que, pese a la miseria del mundo, nace nuevamente todos los días.

Tamara Rendón Portelles

Texto de Tamara Rendón Portelles

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