Luto por el funeral

No sin sorna, aseguraba el poeta español Francisco de Quevedo: “La muerte está tan segura de ganar que nos da toda una vida de ventaja”. Y no le faltaba razón porque, al final, nadie escapa de la guadaña. En la tradición cubana, por lo general, ese momento llega rodeado de

Muchas veces a la hora del cortejo fúnebre no existe sitio para el enterramiento porque el cementerio no cuenta con capacidades disponibles.No sin sorna, aseguraba el poeta español Francisco de Quevedo: “La muerte está tan segura de ganar que nos da toda una vida de ventaja”. Y no le faltaba razón porque, al final, nadie escapa de la guadaña. En la tradición cubana, por lo general, ese momento llega rodeado de dolor, angustia, solemnidad. El difunto y su familia merecen respeto, paz y un mínimo de confort para las últimas horas antes de la partida definitiva.

Sin embargo, otras realidades no pocas veces salen a flote. “Por favor, podría cambiarnos de capilla porque, mire, esta se encuentra sucia y tiene hasta cucarachas”, reclamaba con decencia una joven afligida a la coordinadora del servicio de la funeraria espirituana, alrededor de la media mañana del pasado martes, justo cuando Escambray comenzaba a desandar los caminos de la muerte, previamente avisado de que, durante los últimos tiempos, en la ciudad los servicios necrológicos permanecen rumbo al colapso y su deterioro los inscribe como los peores de la provincia.

Un vistazo a la edificación basta para confirmar semejante dictamen: baños inmundos con los tanques de las tazas rotos, lavabos y duchas clausurados, calor infernal porque casi todos los ventiladores se rompieron, oscuridad por la escasa iluminación, carpintería y paredes deterioradas, falta de pintura.

A ello se suma una extensa lista de reclamos laborales de algunos trabajadores encuestados por este semanario, quienes prefirieron expiar culpas con aquello de las malas condiciones de los albergues para choferes y de los carros fúnebres, de que faltan utensilios, detergente y una auxiliar de limpieza no da abasto, de la inexistencia de guantes para los preparadores, de horas extras que no cobran…

Justificaciones de un lado y falta de gestión administrativa del otro, aderezadas con el descuido y la indolencia de muchas personas que maltratan esta propiedad pública, han convertido la funeraria de la villa en puerto seguro hacia la calamidad.

Al menos, algunos detalles han corrido mejor suerte, como el arreglo de la nevera donde ya se puede tomar agua fría o la estabilidad en la fabricación de coronas y de los hermosos arreglos florales que venden en un local aledaño, detalle imprescindible para embellecer la última despedida a un ser querido.

Pero hasta las flores a veces escasean y precisan abastecerse desde otros municipios, fundamentalmente —según la Empresa de Floricultura y Jardinería— porque no han podido completar los sistemas de riego para los terrenos de plantas ornamentales debido a la falta de una parte del financiamiento.

Si como en juego de palabras escribiera el sabio y filósofo romano Cicerón: “La vida de los muertos está en la memoria de los vivos”, entonces también resulta inadmisible que a la hora del cortejo fúnebre no exista sitio para el enterramiento de algunos cadáveres porque el cementerio —otro punto crítico en el camino hacia el juicio final— no cuente con capacidades disponibles.

La administración del camposanto comentó a estas páginas que la situación más crítica aparece por la falta de nichos y bóvedas, lo cual ha obligado a realizar exhumaciones de oficio para aprovechar los terrenos estatales. Actualmente, comenzaron algunas construcciones de esta naturaleza, pero aún insuficientes.

Esta necrópolis no cuenta con más espacio para ampliaciones, realidad que ha obligado a las autoridades competentes a proponer la edificación de otra en la carretera hacia Jatibonico, pero esa idea aún no ha recibido visto bueno y se espera su aprobación para el 2016. Por el momento, la única esperanza de que el panorama se alivie aparece con la inminente construcción de un incinerador de cadáveres durante el próximo año.

La dirección provincial de Comunales expuso además para este comentario la pereza y desorganización ya casi crónica de la Unidad Presupuestada de Comunales en el municipio cabecera, lo cual ha provocado —entre otros males— que en todos los territorios se terminaran bóvedas excepto aquí, donde no se edifican desde hace tres años y solo en la recta final de este 2014 han comenzado algunas, a pesar de que disponían de un presupuesto para ello y de que esta inversión constituye su entera responsabilidad.

A simple vista, excepto la rejas exteriores en plena restauración, el cementerio no engaña con esa imagen de abandono, desolación y oscuridad; enyerbado en sus áreas públicas y privadas, con el archivo y el crematorio ruinosos, con tanta bóveda desconchada y sin pintar. Definitivamente, muchos muertos se han quedado solos. Sus familiares no vienen a traer flores, a limpiar las tumbas y ni siquiera, al cabo de los dos años establecidos, a reubicar los restos.

Cuidar y mantener los panteones particulares, las capillas o los baños de la funeraria como bien público, depende de la decencia, el respeto y la memoria de los espirituanos todos. El resto queda a merced de la laboriosidad y el sentido del deber de estos trabajadores de Comunales y de sus directivos, tanto los de abajo como los de arriba, quienes hasta ahora no evidencian el engranaje imprescindible para que un servicio de alta prioridad y sensibilidad como este no ande patas arriba.

Quizá la mejor muestra de ello resulta que, según la dirección de Comunales en la provincia, la mayoría de los recursos mencionados como limitantes para escudar deficiencias se encuentran a mano en los almacenes. Sencillamente, los responsables no los han demandado o no realizan las sistemáticas coordinaciones para recibirlos.

Sin fatalismos, una certeza común acecha al ser humano: a largo plazo, todos estaremos muertos. Entonces, el más común de los sentidos indica no dejar morir la funeraria y el cementerio, sitios sagrados de visita obligada en horas de dolor. La paz de los sepulcros debe respetarse desde la vida. De lo contrario, habrá que encargar una corona y guardar luto por el propio funeral.

Mary Luz Borrego

Texto de Mary Luz Borrego
Máster en Ciencias de la Comunicación. Especializada en temas económicos. Ganadora de importantes premios en concursos nacionales de periodismo.

4 comentarios

  1. Juan Manuel Llera Marín

    Magnífico artículo. No se trata de una crítica…. se trata de un gemido de dolor por algo tan dolorosamente inexplicable como saber que nuestros muertos tambien sufren la desidia y el abandono de quienes tienen entre sus responsabilidades respecto a ellos, de asegurarles una digna estancia que para ellos será eterna. No quiero entrar en un espacio que puede crear un dilema que no toca ahora… allí están y estarán nuestros muertos, los de todos, pero no solo la administración de Comunales, ni los trabajadores de esa entidad, ni el pueblo, son los responsables.

  2. Tiburcia Mentecata

    Los entierros deberian hacerse en la casas como antes de la revolucion. Entierros por cuenta propia, diria yo.

  3. Excelente artículo. Son penosas las condiciones del lugar donde acompañamos las últimas horas de un familiar o ser querido. Ellas atentan contra la dignidad y el respeto que merece el ser humano fallecido y sus allegados. Lo simbólico y lo espiritual son parte esencial de la vida humana y en la funeraria no solo se despide a un cuerpo, se le rinde un homenaje humilde pero digno a la propia vida.

  4. Que decir?Siento vergüenza ajena.Esto y el fallecido sin agua para lavarlo en el hospital provincial,solo tiene un nombre:Desvergüenza

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