Un espirituano en Delta Amacuro

En las márgenes del río Mánamo, en las entrañas de la selva venezolana, el fomentense José Ernesto Guevara Hernández se desdobla no solo en médico Racimos de chinchorros cuelgan de los techos de la gran barraca; niños con el vientre hinchado juguetean descalzos; fogones de leña improvisados anuncian, por el

En las márgenes del río Mánamo, en las entrañas de la selva venezolana, el fomentense José Ernesto Guevara Hernández se desdobla no solo en médico

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Racimos de chinchorros cuelgan de los techos de la gran barraca; niños con el vientre hinchado juguetean descalzos; fogones de leña improvisados anuncian, por el olor, la única opción en el menú del día, cangrejos hervidos y ocumo (malanga).

La supervivencia exhibe mil rostros en Yakariyene, comunidad indígena asentada a la vera del río Mánamo, en Tucupita, estado de Delta Amacuro, Venezuela.

Más de 300 habitantes procedentes de marismas y humedales del río Orinoco, necesitados de trabajo, emigraron hace cinco años para este sitio que durante mucho tiempo pareció estar condenado al desamparo.

En la historia que se teje sobre la llegada allí de la Revolución Bolivariana y su proyecto social a favor de las comunidades originarias, el médico espirituano José Ernesto Guevara Hernández, especialista en Medicina General Integral, hilvana los hilos de la solidaridad.

“Aquí ando en zapatillas y bien ligero; soy médico,  consejero y de todo un poco. El trabajo es intenso porque abundan el parasitismo, la malaria, la tuberculosis. Hay niños que nacen con la terrible enfermedad del Sida. Son situaciones que cada una impacta.

“Con el respeto máximo a su cultura y modos de vida —añade—, se busca transformar sus hábitos higiénicos, hay muchos microvertederos y formas de elaborar los alimentos poco saludables”.

La pobreza también parece endémica en estos parajes: una familia de 16 personas malvive en una vivienda de apenas un cuarto divido por una tela. Casas sin paredes, construidas con materiales rústicos, zinc, pedazos de fibras y guano, se aferran a la tierra y a los ojos del forastero.

La mejor universidad está en estos lugares, advierte el doctor José Ernesto con cerca de tres años de servicio en consultorios de comunidades indígenas, en su mayoría de la etnia warao, considerado el grupo humano más antiguo de Venezuela.

“El médico tiene que ver a los pacientes como los seres humanos que son. Ellos poseen sus costumbres ancestrales, y algunas de estas tienes que compartirlas para entonces enseñarles a prevenir las enfermedades. Más de una vez me he sentado con ellos a comer guaraguara (pescado típico de la región) o harina que moldean de diferentes formas”, ilustra el galeno fomentense.

“Cuando vas pasando y los niños se te acercan, juegan contigo; o escuchas que te llaman de lejos: ‘Doctor, venga’. Todo eso es gratificante y reconforta desde el punto de vista psicológico porque estar lejos de nuestra familia es bastante fuerte”.

Quizás tantos años internada en el corazón de la selva le han recortado las palabras a Hilaria Arintero, nativa del Delta, quien agradece los desvelos por los que en estas tierras llaman “hijos del infortunio”.

“Si no vemos al doctor en el día, ya creemos que falta algo por aquí. Antes moríamos solos, sin medicina, sin atención médica; no le importábamos a nadie. Ahora el Gobierno se interesa por los indios, no vienen a usarnos”, comenta Hilaria.

Para un pueblo al que la civilización solo le había reservado coloniaje y saqueo de sus recursos naturales, la presencia de los misioneros cubanos deviene bálsamo; es luz.

Desde un paraje remoto como la isla Misteriosa, llegó con buenos vientos Luisa Anzolay, joven de 18 años, también emigrante.

“Tengo cinco hijos y el último nació con Sida. Todas las veces que se pone mal, el doctor corre, lo atiende y va conmigo para el hospital de Tucupita, no importa la hora del día o de la noche”.

El sentido humanista en el ejercicio de la Medicina tomó cuerpo en el médico José Ernesto mientras se estrenaba como profesional en las comunidades montañosas de Fomento, Sancti Spíritus.

“Soy médico comunitario. Cuando me gradué trabajé por dos años en Alto Jobo, más atrás de Gavilanes, zona intrincada donde había que caminar, llegar hasta la última casa por muy distante que estuviera. De allí y de otros consultorios tengo mil anécdotas; pero las vivencias en Delta Amacuro dan para hacer más de un libro”.

Arelys García Acosta

Texto de Arelys García Acosta
Máster en Ciencias de la Comunicación. Reportera de Radio Sancti Spíritus. Especializada en temas sociales.

2 comentarios

  1. felix nicolas abreu

    Me alegra mucho saber que el dr ernesto se le halla reconocido su trabajo un gran profesional lo conoci personalmente aqui en el delta amacuro fue mi profesor en mi formacion como medico integral comunitario hombre humilde lleno de sueños y abnegado a su trabajo saludos hermano desde aqui de tucupita edo delta amacuro-venezuela.

  2. Que lindas anecdotas, me dan mucho sentimiento, eso es Cuba, compartiendo sus servicios y sabiduria por el mundo y en especifico a los mas necesitados, VIVA CUBA.

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