De Japón a Cuba: una familia entre dos islas

Cuando en el mundo se extienden el racismo y la xenofobia contra los extranjeros y las minorías nacionales, esta historia que Escambray rescata de sus archivos  dice mucho del espíritu de los cubanos En la primavera de 1925, Kaishi Sujimoto, a la sazón con 20 años, abandonó su pueblo natal

Cuando en el mundo se extienden el racismo y la xenofobia contra los extranjeros y las minorías nacionales, esta historia que Escambray rescata de sus archivos  dice mucho del espíritu de los cubanos

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En la primavera de 1925, Kaishi Sujimoto, a la sazón con 20 años, abandonó su pueblo natal de Kumamoto, al sureste de la isla japonesa de Kyushu, y embarcó con otros compatriotas rumbo a otra tierra insular que con el tiempo lo asimilaría hasta el tuétano: Cuba.

Ya en La Habana, algunos de sus coterráneos permanecieron en la capital, mientras otros se fueron a Isla de Pinos, a Pinar del Río, y el resto marchó al centro del país. Sujimoto fue a parar a Jatibonico, a donde llegó ilusionado por encontrar trabajo en la industria azucarera.

Como en el central no había plazas vacantes, el japonés se vio obligado a trabajar en la agricultura cañera. Las jornadas agotadoras en medio de un clima, tan contrastante con el de su lejana isla lo hicieron pronto desistir de aquella ocupación extenuante que apenas le daba para comer.

Así que decidió que en lugar de caña, cortaría pelo. Ahora no tendría que ir a los campos a ganar el sustento a costa de esfuerzos sobrehumanos para su físico endeble, pues la gente vendría a pelarse en la barbería que con tanto sacrificio logró abrir en Taguasco. Para el barbero —pensó— si bien nunca hay mucha bonanza, tampoco existe tiempo muerto.

EL AMOR VENCE LA DISTANCIA

Kaishi, quien había cambiado su nombre por el de Antonio, puso todo su empeño en reunir el dinero necesario para traer a Mituki, la novia añorada, desde la florida y distante Kumamoto, donde solían encontrarse por las tardes en un jardincillo perfumado de azaleas crisantemos y gardenias.

La primera cantidad importante de dinero que pudo reunir la empleó en los trámites del matrimonio por poder. Peso a peso juntó lo que le faltaba para pagarle el pasaje desde el Japón a Cuba, hasta que al fin la tuvo entre sus brazos, amantísima y tan llena de esperanzas como él.

Mituki adoptó el apelativo castellano de Elena y se empeñó en aprender nuestro idioma, al tiempo que Antonio le servía de intérprete. Por sus mañas y dulzura innata, la muchacha pasó a ocuparse principalmente de pelar a pequeños en la barbería.

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Pronto sobrevino su primer embarazo. El niño nació el 26 de marzo de 1932 y le pusieron Jesús. Tres años y nueve meses después, exactamente el 26 de diciembre de 1935 vino al mundo Mirtha Sujimoto Nishimoto, quien fue, hasta su reciente fallecimiento, la única mujer de etnia auténticamente nipona en el municipio de Taguasco, y una de las pocas de nuestra provincia.

LA CRUDA EXPERIENCIA DE LA GUERRA

En diciembre de 1941, el Japón militarista atacó por sorpresa la base aeronaval norteamericana de Pearl Harbor, en las Islas Hawai, con lo que los Estados Unidos entraron en la guerra contra el Eje Roma-Berlín-Tokio.

El Gobierno cubano, encabezado entonces por Fulgencio Batista, declaró la guerra a las potencias agresoras y emitió un decreto que disponía el internamiento inmediato de los súbditos varones de esos países, por considerarlos un peligro potencial para la seguridad interna.

“Yo iba a cumplir seis años cuando empezó la guerra —refirió Mirtha—. A todos los japoneses y descendientes radicados en la provincia de Las Villas nos concentraron en Santa Clara. A los niños y las mujeres en una clínica o algo así, y a los hombres en otro lugar. Después, a las mujeres y a los niños nos devolvieron a nuestros hogares y a los hombres se los llevaron para el Presidio Modelo en Isla de Pinos.

“Mamá le salaba carne a mi padre y se la llevaba. Mi hermano y yo fuimos a verlo una vez. Mi mamá quedó sola al cuidado de la casa y había gastos, pero le mandábamos paquetes con tasajo y leche condensada. Allá estaban confinados unos 350 japoneses y había también alemanes, austriacos e italianos.

“No trabajaban allá, pero la comida era poca y mala. Cuando ella iba a verlo, tenía que hablar en presencia de un guardián y no le permitían hacerlo en japonés”. Al regreso de su papá del cautiverio en enero de 1946, Mirtha y su hermano estaban en la escuela pública y todos sus compañeros desfilaron por la humilde morada, compartiendo la alegría de la familia, pues si algo sabían hacer los Sujimoto en todos esos años había sido cultivar amigos.

CAMINO HACIA EL CORAZÓN DEL PUEBLO

Antonio Sujimoto era un japonés muy peculiar. “Yo nunca vi tanto cariño y afecto de la población hacia un extranjero. Todavía hay gente que nos trae un pollo u otra cosa de regalo”, refirió Mirtha.

“Los campesinos venían y se cambiaban de ropa y de zapatos en mi casa, y hasta se bañaban aquí. Iban a resolver un problema y después volvían de regreso. Cuando aquello en tiempo de lluvia los caminos se ponían hechos una tembladera”.

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A Antonio le gustaba mucho la pelota y cuando inauguraron el estadio Augusto César Sandino, en Santa Clara, él se fue en el tren sin decirle nada a los suyos, quienes a punto estuvieron de reportar su ausencia a la Policía. Finalmente se apareció como a las 10 de la noche muy campante. Mirtha, llena de nostalgia, recuerda que sus padres casi no hablaban entre sí en japonés, lo que no quiere decir que no amaran profundamente la tierra donde nacieron, la cual siempre añoraron visitar algún día.

En especial Elena —Mituki—, su madre, se conmovía mucho cuando hablaba de la patria lejana. Cuando ella vino a Cuba, su hermana menor, a la que solía cargar, tenía solo siete años, y ella quedó con muchos deseos de volver para ver a los suyos, pero no lo logró. Falleció en 1974.

Jesús Sujimoto Nishimoto, el hijo varón, había muerto en 1971 a la edad de 39 años, pero les dejó un nieto, Jesús Antonio Sujimoto Pérez, quien actualmente es ingeniero electrónico y labora en la Empresa de Cemento Siguaney.

UN SUEÑO HECHO REALIDAD

El viejo Kaishi —Antonio— Sujimoto logró en 1981 hacer realidad el sueño de volver a su querido país y en particular a la isla de Kyushu, en virtud de una invitación cursada por el Gobierno japonés. Al llegar a su patria, la familia lo estaba esperando. Cada pasajero de ese vuelo especial tenía puesto un cartelito con el apellido escrito en japonés, para que los familiares lo reconocieran.

Más tarde, al contar aquello, diría Kaishi con su peculiar gracia criolla: “Allá todos se parecían. ¡Como había ‘chinos’ en el aeropuerto, y casi iguales! En Kumamoto visitó a sus hermanos y a varios sobrinos. Al decir de su hija, se pasó tres meses y disfrutó mucho. Él falleció en 1994 a los 89 años de edad.

CHISPA SINGULAR DE UNA NIPO-CUBANA

En Taguasco, donde prácticamente no había asiáticos, la joven familia japonesa formada por Antonio y Elena constituía motivo de curiosidad para mucha gente interesada por sus costumbres y tradiciones. Siendo Mirtha pequeña, una mujer le preguntó en la tienda: “¿A ti te dan el arroz con palitos?”, a lo que ella, ni corta ni perezosa, replicó: “No, a mí me lo dan con frijoles”.

En otra ocasión acudió a la embajada japonesa en La Habana, donde se daban recepciones todos los años en ocasión de la fiesta nacional o se celebraba el cumpleaños del Emperador. “Nos pusieron una comida exquisita, pero como cubiertos solo había palitos. No sabíamos qué hacer. Entonces se fue la luz y alguien dijo: ‘¡Arriba, con las manos!’, y resolvimos el problema”.

Así, entre anécdotas y remembranzas, Mirtha retrotrae un pasado que se le ha hecho presente en el tiempo, fundido sentimental y biológicamente en el sobrino de etnia mitad criolla, mitad nipona, y en su matrimonio de más de un cuarto de siglo con Carlos Pina Ulloa, con quien no tuvo descendencia, pero cuyas hija y nieta considera como propias. Es como un puente de amor entre dos archipiélagos distantes.

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

3 comentarios

  1. Flor Cassals-Mikioto

    Ahora es JAPON el que nos devuelve el favor. Yo sali de Cuba para estudiar en la URSS. Cuando cayo el muro de Berlin no queria regresar a Cuba. Me case con un japones y me vine a vivir a Japon. Aqui han nacido mis tres hijos y les he ensenado a amar a Cuba. Nunca mas regrese a Cuba y no se cuando regresare. Japon ha sido mi nueva casa y …que casa. Esta es una nacion ordenada, donde se respeta el vecino. La gente son dulce y educada. Aqui aprendi a amar a un hombre cuya cultura era tan diferente a la mia. Ahora despues de tantos anos me siento como en casa. Es mas, Japon ha llegado a ser mi casa.

  2. Sencillo homenaje a la familia Sujimoto y a la memoria de Mirtha, a quienes conocí en vida desde niño, pues mi barbera era Elena la japonesa allá en mi natal Taguasco. Antoni, mi primo hermano, mezcla de japones con isleño de canaria, único sobreviviente de esta reducida familia en la actualidad, le corresponde mantener la tradición japonesa en Taguasco. Faltó decir , que además de la pelota, a Antonio le gustaba jugar dominó y todas las noches su casa era lugar obligado para ese juego. Gracias a Pastor por este artículo.

  3. Los conocí y los recuerdo, eran mis vecinos, personas muy sencillas, agradables, queridos por todos en aquel Taguasco de mi infancia. Considero que mi admiración por la cultura japonesa vino derivada de los filmes de aquella nacionalidad que exhibían y a tener unos vecinos de aquel lejano país, dentro de un sinfín de isleños que para la época y en mi entendimiento eran los cubanos de verdad o algo muy parecido. Me siento muy agradecido por este articulo de prensa.

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