El nieto del armero de Máximo Gómez (+ Fotos)

Al borde de los 90 años, Marcelo Eufemio Mursulí, azucarero y biógrafo del central Uruguay, revela vivencias y documentos de gran valor histórico Desde el portal de su casa de tablas en el corazón del pueblo puede verse la torre del central, escucharse los ruidos de las máquinas y hasta

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“Mi abuelo contaba que Gómez era un hombre inquieto y muy familiar, que una vez le salvó la vida a mi padre”, narra Cuso. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

Al borde de los 90 años, Marcelo Eufemio Mursulí, azucarero y biógrafo del central Uruguay, revela vivencias y documentos de gran valor histórico

Desde el portal de su casa de tablas en el corazón del pueblo puede verse la torre del central, escucharse los ruidos de las máquinas y hasta sentir el olor a melaza. Quizás no se fue nunca para que los recuerdos lo asistieran por siempre. Trabajador del coloso cuando apenas surgía con el nombre de Jatibonico, atesora, según afirma él y muchos otros corroboran, “la historia del ingenio entero, escrita toda a mano” y buena parte de la del municipio.

Luego de satisfacer la curiosidad que llevó a Escambray a buscarlo para la precisión de un dato, sus penetrantes ojos azules se iluminan, sonríe cual niño travieso e indaga de cuánto tiempo disponemos para escucharlo. Entonces, en su interés de hacer público un pasaje de relevancia nacional, desata la curiosidad de la reportera en torno a un grupo de sucesos que lo tienen unido a la historia patria. De ella parecen venirle los genes. Cuenta que recogió y guarda el testimonio del lugareño gracias a cuya ayuda Camilo Cienfuegos y su tropa lograron cruzar por el río local en una noche lluviosa, cuando en octubre de 1958 las fuerzas enemigas los acosaban a su arribo a suelo espirituano, durante su marcha hacia Occidente.

A modo de presentación, evoca su venida al mundo en la finca San Fernando, “al la’o de una grúa, muy cerca de donde nació Panchito Gómez Toro”; se declara “nieto de veterano e hijo de mayoral, de los que nadie quería, pero que no era muy malo el viejo”, y ahora, “papá de un ingeniero llamado Juan Carlos que está haciendo algo por la Revolución en la rama cañera, ¿Qué le parece?”, resume, como ufanándose de su origen y descendencia.

Justo cuando el ruido de caballos por la céntrica calle Cisneros se entrelaza con el canto de algún ave pequeña, revela que su abuelo veterano fue nada más y nada menos que el armero de Máximo Gómez. “Aquí lo tiene en esta foto, se llamaba Juan Mursulí Sorí”, precisa mientras muestra la imagen de un hombre muy parecido a él, pero con años de menos. “Si se le rompía la culata a un rifle él la arreglaba; cuando venían, en los combates, con armas nuevas, él las preservaba. Decía que era un trabajo muy aburrido, porque era solito en los montes, y la mujer, mi abuela, era la jefa de la impedimenta en La Reforma”, detalla.

Habla lento y bajo, aunque con precisión envidiable: “Contaba mi abuelo que Gómez era muy familiar, que una vez mi padre enfermó de gravedad, se lo llevó a él y Gómez lo cargó, mandó a buscar a un médico y así le salvó la vida. Ellos andaban con sus esposas e hijos, quienes dormían en hamacas. Decía también que era un hombre inquieto, que tenía a los españoles detrás de él y no los dejaba ni dormir. Con Gómez se podía hablar poco, porque estaba siempre en movimiento”.

Cuso, como se le conoce en el mundo azucarero e incluso más allá del mismo, habla, además, sobre el tío-abuelo paterno nombrado Cecilio, “teniente de Maceo que hizo con él la invasión a Pinar del Río”; sobre el tío Pepe, hermano de aquel, quien “era el alcalde o prefecto de Gómez”, y muestra su fotografía. “El viejo mío, Eufemio Mursulí González, nació en los montes de la Reforma”, apuntala y hace una pausa, como dividiendo las épocas.

“Eché 46 años entre los campos cañeros y el central. Salí de la escuela al concluir cuarto grado y como no había más na’ que hacer le dije al viejo que me iría a cortar caña a la propiedad del vizcaíno Amado Aréchaga Araluces, rico terrateniente, quien le había puesto por nombre a la colonia Gladis Francisco en honor a sus dos hijos, allá por donde hoy se ubica el batey Pablo Pérez. Estuve dos años en los cortes y después el colono pa’l que trabajaba me llevó pa’ la oficina del ingenio, allí me mantuve otros dos años más, ganando 40 centavos semanales pa’ pagar el motor de ida y vuelta; tenía 15 años, eso fue allá por 1942.

“Después empezaron a pagarme a 40 pesos el mes. Llegué a ser, en esa oficina, cajero-pagador del dueño del ingenio, hasta el triunfo de la Revolución. Fui de todo: económico, contador, jefe de fumigación, jefe de oficina de zafra… Me jubilé siendo jefe de la Sala de Control del ingenio, así que me superé en el camino”. Cierra ese capítulo de su vida en el momento justo en que Nena, la esposa, llega con el café encargado por él. “¿Usté’ está grabando to’ eso?”, pregunta de tanto en tanto, con aire incrédulo, mientras ojea el equipo en mi mano izquierda y percibe la ausencia de notas.

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El machete de Morales, a quien Gómez enviaba “memorias” en su carta, otro de los objetos de las guerras de Independencia preservados por Cuso. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

“Me jubilé en 1986. Cuando hicieron el reparto de carros, que vino Fidel, se preparó una reunión con él y un grupo de jóvenes. En un momento exclamó: ‘¡Cómo sabe la juventud!” y aquel elogio nos alegró también a Reinaldo Feijóo, ingeniero que llevaba la rama agrícola, y a mí, que estábamos detrás de todo aquello.

¿Después que se jubiló empezó a escribir?

“Como el retiro era tan chiquito me metí a colchonero, me gané ahí 42 000 pesos, pa’ hacer a Juan Carlos ingeniero y a Marta licenciada. Entre colchón y colchón escribía, porque no me gusta estar sin hacer na’. Me iba pa’llá pa’ la feria, veía a un viejo y ahí empezaba a preguntarle, pa’ saber la historia, porque si usté’ no habla con los viejos no puede saber la historia. Hay que ir abajo, a ver to’ los trabajos que se pasaban. Yo vi alza’os con una bala picá’ na’ má en el revólver llegar adonde estaba mi viejo a pedirle balas”.

Entonces se sumerge en relatos de la etapa en que se gestaba la Revolución. Por el día, especifica, atendían a los guardias y por la noche, a los alzados. No me espero otra novedad referente a la historia, pero él la saca, como se dice, de abajo de la manga: “Yo tuve escondí’o a Jesús Menéndez. Lo sabíamos solo el dueño de la colonia y yo. Fue poco antes de que lo mataran. Andaba ocultándose y encontré al mulato agacha’o en el corral de los puercos, debajo de una mata. Cuando aquello no se veía a nadie de traje y él andaba de traje. De aquí salió él pa’ Oriente”.

Desde el propio comienzo del diálogo ha mostrado fotografías y periódicos viejos. En una imagen —tomada el 14 de diciembre de 1959, según afirma— aparecen él y su madre, junto a una prima, charlando con Fidel. “Eso fue después de esta foto en que está él encima del tanque de petróleo, porque se había hallado petróleo aquí”. Se hace el silencio. De repente los movimientos y la voz de Cuso adquieren cierto aire de solemnidad. De un legajo de papeles viejos alcanzados por Nena extrae una carta manuscrita que en los dobleces se torna confusa, pero que finalmente logramos leer en su totalidad. “Pa’ que vea que uno guarda reliquias”, musita. En una hoja timbrada en su borde superior izquierdo con las inscripciones Máximo Gómez Mayor General y fechada el 29 de julio de 1904, puede leerse el mensaje de contenido cívico y patriótico enviado por Gómez a su amigo Juan Veloso. “¿Ve ahí esos tres punticos al pie de la firma? Es porque Gómez era masón”.

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La carta de Gómez al General Juan Veloso, fechada en julio de 1904, revela su preocupación por la paga al ejército y por la honra de los cubanos. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

¿Y cómo vino a parar a usted esa carta?

“La conservo desde que me la dio el nieto del General Veloso”. Después mostraría otro de sus trofeos más valiosos: el machete de Rafael Morales (Moralitos), amigo entrañable de Gómez, mencionado por él al final de la epístola, donde le envía “memorias” instantes antes de estampar su firma.

Ya en la despedida le comento la intención de escribir sobre esta charla imprevista. Y él, que desde el saludo ha hecho constar la cercanía de sus nueve décadas, alega con el mayor gracejo: “Eso sería casi un honor que me hará, porque to’ el homenaje se lo está cogiendo Fidel con sus 90 y yo digo: ¿los 90 de Cuso nadie se los va a celebrar?”.

Delia Proenza

Texto de Delia Proenza
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

2 comentarios

  1. Luis F. Rodríguez Villavicencio

    Me parece estupendo este artículo peridístico sobre la vida y la historia de la tierra de Serafín Sánchez, donde se mezclan diferentes generaciones de cubanos que tuvieron vivencias sobre el Genealísimo. Que bien que Cuso guardara esas preciadas pruebas que atestiguan sus relatos maravillosos. Yo lo felicito por ello y le deseo largos años de vida con buena calidad de vida para que siga narrándonos cosas que aún nos falta por conocer de nuestra historia patria.

    Comentó: El Vila del MITRANS

  2. Trabajos así deberían verse más en los medios de prensa locales, pues de la historia deben beber los más nuevos. Este señor tiene muchas más cosas qué contar que muchos de los entrevistados que he visto por la TV o leído en los periódicos nacionales y el provincial mismo. ¿Por qué la televisión no se embulla y hace algo con tan ilustre hijo de Jatibonico, descendiente de personas que pelearon junto a Máximo Gómez?, se nota que tiene conocimiento de lo que habla y nadie sabe cuántos años más vivirá.
    Gracias por el material.

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