Coherencia, santa palabra

La canción de despedida de la telenovela cubana En fin, el mar continúa provocando polémica por su letra machista.   Y si no me gusta, ¿bajando? Los realizadores se justifican, los críticos de arte se mantienen en desacuerdo y Escambray vuelve sobre el tema. “De buenas intenciones está empedrado el

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Según  Ángel Bonne, el tema de despedida de En fin, el mar fue compuesto originalmente para el personaje que interpreta Enrique Molina.

La canción de despedida de la telenovela cubana En fin, el mar continúa provocando polémica por su letra machista.

 

Y si no me gusta, ¿bajando?

Los realizadores se justifican, los críticos de arte se mantienen en desacuerdo y Escambray vuelve sobre el tema.

“De buenas intenciones está empedrado el camino del sexismo”, solía repetirnos la investigadora Danae C. Diéguez en los Talleres de Género y Creación Mirar desde la sospecha que, bajo su mando, varios especialistas llevamos a cabo en diferentes provincias del país con el objetivo de ofrecer a pintores, realizadores, escritores y dramaturgos las herramientas adecuadas para enfocar el ejercicio creativo desde una perspectiva de género.

Esa máxima me acompaña siempre que entro a una exposición, considerada “feminista” por el simple hecho de estar protagonizada por mujeres, y compruebo, a mi pesar, que las piezas colgadas en las paredes incurren una vez más en los patrones sexistas de representación que, teóricamente, las artistas intentaron desarticular.

Esa máxima me acompaña cuando enfrento un producto audiovisual que intenta reflejar, con sinceridad y sin prejuicios, los ejercicios de violencia hacia niñas y mujeres en sus múltiples manifestaciones (física, sexual, psicológica, económica y simbólica), y desgraciadamente los objetivos no son logrados en su totalidad por falta de información, estudio o creatividad.

Esa máxima me acompaña siempre, pues una vez que te has colocado los espejuelos de género, no puedes quitártelos con facilidad, ya que esta categoría, en su riquísima pluralidad, lo transversaliza todo (lo social, lo económico, lo político, lo cultural) y, por consiguiente, es útil y necesario que siempre la tengamos en cuenta.

El deber de sospechar, de mirar las cosas desde otro punto de vista, de buscar nuevas lecturas a la producción simbólica establecida, aplaudida y mediatizada por la tradición o la praxis cotidiana es una “mala costumbre” que contraje cuando, hace ya varios años, escuché una magistral conferencia de la crítica y ensayista Zaida Capote sobre el tratamiento del cuerpo femenino en la historia del arte.

El deber de sospechar, de mirar las cosas desde otro punto de vista, de buscar nuevas lecturas a la producción simbólica establecida, aplaudida y mediatizada por la tradición o la praxis cotidiana es una “mala costumbre” que contraje cuando, hace ya varios años, escuché una magistral conferencia de la crítica y ensayista Zaida Capote sobre el tratamiento del cuerpo femenino en la historia del arte. Sus palabras me hicieron revisitar mi profesión desde una perspectiva novedosa, entrar en contacto con ideas, artistas y poéticas desconocidos para mí, y “descubrir” que la historia de las culturas puede ser interpretada como un largo y sostenido ejercicio de violencia simbólica hacia las mujeres.

Esto lo comprobamos en la propia historia del arte como fenómeno cultural y rama del conocimiento humano, en ese innegable desequilibrio entre mujer-objeto de la mirada y mujer-sujeto que representa, en los imaginarios sociales, sedimentados y naturalizados a lo largo de siglos, y en miles de productos audiovisuales donde las mujeres son mostradas como objetos de deseo según la perspectiva patriarcal y visibilizadas como mercancías que el cantante (oro en los dientes, ropas de marca, automóvil al fondo) colecciona, manipula y ofrece gozosamente a los espectadores. Anatomías fragmentadas, sin voz propia, transformadas en trozos de carne para deleite de las masculinidades hegemónicas.

“Quiero ser bailarina de reguetón”, oí decir en cierta ocasión a una niña de 10 años, y no pude menos que preocuparme. El fin de año pasado escuché a otra niña cantar, en un espacio público, frente a los padres y con una sonrisa en los labios, un estribillo de Becky G (“A mí me gustan más grandes / que no me quepan en la boca / los besos que quieran darme / y me vuelvan loca”) y me preocupé aun más.

El miércoles pasado, Ángel Bonne, su compositor e intérprete, aclaró en la Televisión Nacional que ese no fue el tema ideado por él para acompañar los créditos de la telenovela. Sin embargo, según palabras del propio músico, y a pesar de la atinada advertencia que esgrimió a tiempo, los decisores lo escogieron por tener “pegada”, porque iba a “levantar” el producto audiovisual, como si a priori supiesen que la historia en sí no tenía empuje suficiente como para abrirse paso en el gusto de los espectadores y marcar un punto de giro gracias a sus temas y tramas.

Traigo a colación estos temas a raíz de mi artículo sobre la canción final de la telenovela cubana En fin, el mar. Que el tema musical en cuestión es un ejercicio de machismo extremo puede comprobarse con solo escuchar la letra. El miércoles pasado, Ángel Bonne, su compositor e intérprete, aclaró en la Televisión Nacional que ese no fue el tema ideado por él para acompañar los créditos de la telenovela. Sin embargo, según palabras del propio músico, y a pesar de la atinada advertencia que esgrimió a tiempo, los decisores lo escogieron por tener “pegada”, porque iba a “levantar” el producto audiovisual, como si a priori supiesen que la historia en sí no tenía empuje suficiente como para abrirse paso en el gusto de los espectadores y marcar un punto de giro gracias a sus temas y tramas.

Acaba de quedar claro que la responsabilidad no fue del cantante, sino del decisor, de la persona al frente del dramatizado, de ese alguien, a veces impreciso, indefinido, borrascoso (“la culpa, la maldita culpa no la tiene nadie”, nos advierte Buena fe) que debió seleccionar la canción no por su estribillo pegajoso o su melodía bailable, sino por la correspondencia que debía guardar con la historia de la telenovela, por la postura crítica que el tema musical en cuestión reflejaba ante el comportamiento patriarcal, hegemónico, sexista y manipulador del pater familias protagonista del audiovisual. A las claras, ese decisor supeditó el facilismo a la coherencia, el ejercicio crítico a la popularidad, la reflexión al divertimento, y los resultados ya están en pantalla: una telenovela que ataca al machismo y concluye sus entregas con una canción machista. Paradójico, ¿verdad?

Reitero que no soy músico ni musicólogo; que no cuestiono la calidad sonora ni interpretativa del tema o del cantante. Que me guste o no el estilo o la voz de Bonne es irrelevante, pues el gusto personal no constituye un criterio de valor. Lo que intento desmontar es el patrón de conductual patriarcal que ratifica el tema musical desde su postura privilegiada, desde la innegable mediatización que experimenta tres veces a la semana, televisor de por medio. En este caso, aprender la canción y reproducirla en nuestra cotidianidad equivale a aprehender y naturalizar un sistema de comportamiento basado en el autoritarismo, la desigualdad y la intolerancia a la opinión del otro. El machismo practicado por las masculinidades hegemónicas se incorpora desde la cultura; por consiguiente, ¿cuán atinado resulta ratificarlo y difundirlo mediante una canción que, en el espacio hogareño, hoy escuchan miles de personas de diferentes edades y géneros?

Aplaudo que el guion de la telenovela refleje temas relacionados con el empoderamiento femenino y la violencia hacia las mujeres, asuntos capitales para garantizar el desarrollo equitativo de cualquier sociedad contemporánea. Aplaudo, y mucho, que se haya escogido la música popular bailable cubana para musicalizar la apertura y cierre del producto (identidad ante todo, claro está), y que dichos temas contribuyan a la popularidad y la visibilización de artistas que ahora mismo no están en el boom. Los temas de telenovela contribuyen sustancialmente al éxito de muchos intérpretes; eso lo sabemos de sobra.

Aplaudo que el guion de la telenovela refleje temas relacionados con el empoderamiento femenino y la violencia hacia las mujeres, asuntos capitales para garantizar el desarrollo equitativo de cualquier sociedad contemporánea. Aplaudo, y mucho, que se haya escogido la música popular bailable cubana para musicalizar la apertura y cierre del producto (identidad ante todo, claro está), y que dichos temas contribuyan a la popularidad y la visibilización de artistas que ahora mismo no están en el boom. Los temas de telenovela contribuyen sustancialmente al éxito de muchos intérpretes; eso lo sabemos de sobra. Gracias a una canción de este tipo, Luna Manzanares se dio a conocer a nivel nacional, y otros músicos, como Arnaldo y su Talismán o Raúl Paz han ratificado, mediante propuestas similares, sus posiciones en los hit parades de popularidad a nivel nacional.

Lo que me molesta es la justificación emergente, la incapacidad para asumir la crítica y la escasez de miras a la hora de reconocer otras lecturas, otras interpretaciones, otros caminos intelectivos. Por eso defiendo el derecho al pensamiento inquisitivo, a leer de otra manera y a compartir esa opinión diversa, que no diferente (la diferencia es un concepto excluyente y hegemónico), siempre y cuando esté fundamentada en un análisis profundo, consecuente e informado. Desgraciadamente, profundidad, firmeza e información no abundan mucho en la actualidad. Asimismo, defiendo el derecho al ejercicio crítico, que muchas veces asumimos facilista y complaciente, y que nos eriza de pies a cabeza cuando se arma de valor, pone el dedo sobre la llaga y devela posturas perfectibles, falta de inteligencia, ausencia de investigación.

Polémica similar ha tomado cuerpo por estos días en algunos medios de prensa gracias a las críticas de especialistas e intelectuales provocadas por el apoyo de Descemer Bueno al empleo de recetas musicales con fines estrictamente comerciales; eso es: fórmulas melódicas y letras pre-fabricadas para ganar dinero y alimentar a la familia. Esos críticos, esos intelectuales (a los cuales me sumo) solo proponen revisitar y revalorar la información musical que recibimos todos los días, que nos asalta en la calle y halla ecos en las nuevos generaciones gracias a ritmos melodiosos y estribillos fáciles de memorizar. Escribamos letras y ritmos bailables, sí, pero siempre desde una postura crítica, sin vulgaridad ni agresiones de ningún tipo, evadiendo lugares comunes y fórmulas preestablecidas, abordando las feminidades con dignidad, sin lástimas ni estereotipos, y perpetuando y disfrutando de ese alto nivel cultural del cual se vanagloria (con sobrados motivos) nuestra nación.

Es imposible obligar a los creadores a que trabajen siempre desde una perspectiva de género. Producir o no arte con este enfoque depende de muchos intereses, de las herramientas que tenemos a mano y de los objetivos que perseguimos. Pero, una vez que proponemos un producto cultural centrado en temáticas afines, debemos ser consecuentes en todos sus aspectos y velar por que nuestras intenciones sean respetadas y busquen el resultado que esperamos. Debemos hacer alarde de coherencia. He ahí un verdadero reto.

Por otro lado, vivimos pidiendo que la crítica se pronuncie, solicitamos a gritos más espacios críticos, y cuando esto ocurre, cuando las opiniones especializadas aparecen y comienzan a circular, nos horrorizamos y disgustamos porque, en realidad, no nos gusta que nos critiquen. Desgraciadamente, esto último es aplicable solo cuando no admitimos los errores que cometemos de forma inconsciente o ex profeso, o somos incapaces de reconocer cómo, en determinadas circunstancias, nuestras decisiones, aun cuando han sido tomadas con las mejores intenciones del mundo, no fueron las más afortunadas.

No podemos controlar lo que se escucha en los celulares y los dispositivos móviles, en las fiestas privadas y las bocinas andantes que pululan hoy por la ciudad, pero sí podemos controlar lo temas musicales que transmitimos por televisión.

No podemos controlar lo que se escucha en los celulares y los dispositivos móviles, en las fiestas privadas y las bocinas andantes que pululan hoy por la ciudad, pero sí podemos controlar lo temas musicales que transmitimos por televisión. Pasará En fin, el mar, tal vez con más penas que gloria, y vendrá otra telenovela con nuevas canciones de presentación y despedida, más o menos sexistas, más o menos criticables, pero el machismo queda, y sus consecuencias son tan terribles como inmediatas. Contrarrestarlas desde nuestros campos de acción es tarea común que contribuirá sustancialmente a labrar ese camino de equidad y diversidad que soñamos y por el que luchamos hoy tantos cubanos y cubanas de varias generaciones.

En este sentido, la historia propuesta por En fin, el mar está (hasta el momento) jugando su papel, no así el tema que cierra sus capítulos. Y todo, por falta de coherencia; palabra clave cuando de hacer cultura se trata.

Maikel José Rodríguez Calviño

Texto de Maikel José Rodríguez Calviño
Máster en Ciencias del Arte. Escritor y crítico de arte.

5 comentarios

  1. O sea, que esa cancion del final viene a ser algo asi como «Yo Soy Rui La Pestex» del capitan Plin, no?

  2. “No es el oficio de la prensa periódica informar ligera y frívolamente sobre los hechos que acaecen, o censurarlos con mayor suma de afecto o de adhesión. Toca a la prensa encaminar, explicar, enseñar, guiar, dirigir, tócale examinar los conflictos, no irritarlos con un juicio apasionado, no encarnizarlos con un alarde de adhesión tal vez extemporáneo”. (José Martí en artículo publicado en la Revista Universidad de México, 8 de julio de 1875. Obras Completas. Tomo 6. Página 263)

  3. Y dale Juana con su palangana!!

  4. ciertamente la cancion de la novela es algo machista, pero es k el contexto de la misma tambien realza aspectos machistas como que la mujer no trabaje en el papel de justino

  5. Y dale Juana con su palangana.

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