Disciplina laboral, ¿vacante en los puestos de trabajo?

Manifestaciones de indisciplina laboral y ausencia de medidas para contrarrestarlas se dan la mano en momentos difíciles para Cuba, cuando el llamado ha sido a actuar pensando como país

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Por culpa de un dispositivo con pantalla, sonido y múltiples aplicaciones, muchos trabajadores desatienden sus funciones. (Foto: Tomada de Cubasí)
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Por culpa de un dispositivo con pantalla, sonido y múltiples aplicaciones, muchos trabajadores desatienden sus funciones. (Foto: Tomada de Cubasí)

El funcionario estaría allí en pocos minutos. Al menos, eso decía el cartel en la recepción de la dirección del organismo, donde podía leerse que era esa, la mañana del viernes, la oportunidad para que el director atendiera público. Pero dieron las 8:00 a.m. y pasó un tiempo razonable más. El hombre no apareció.

Eso tienen los horarios laborales en Cuba, que cualquiera los viola impunemente sin que nada suceda como consecuencia. Pareciera que no hay reglas estatuidas, o jefe alguno que vele por su cumplimiento y exija responsabilidad de quien las infringe. A veces, mientras unos quebrantan la disciplina, el jefe comete la misma falta y, para colmo de males, está ausente la acción de control del de “más arriba”.

Que se han perdido algunos valores relativos al desempeño del trabajo en esta provincia. Que muchas veces no se tiene sentido de pertenencia, espíritu de equipo. Así piensa Osmani Faustino Rodríguez Martínez, máster en Ciencias del Derecho Laboral y la Seguridad Social, quien labora como especialista en Gestión de Recursos Humanos en la Dirección Provincial de Trabajo.

 Respalda su tesis con argumentos basados no solo en la observación, sino también en estudios laborales realizados en distintos momentos. Y en sus reflexiones sobre el tema cabe lo mismo la recepcionista a la que le formulas una pregunta y no te responde, que la trabajadora tras el ventanillo, por quien esperas para materializar tu diligencia porque está enfrascada en una distracción, o la vendedora de la tienda que no muestra interés en complacer al cliente.

Parafraseando un viejo apotegma que reza: denme un teléfono y moveré el mundo, ahora podríamos decir: denme un celular y lo paralizaré, porque no se requiere de estudio alguno para ver lo que está a los ojos de todos. Por culpa de un dispositivo con pantalla, sonido y múltiples aplicaciones, desatiende sus funciones el bodeguero, el conductor, la oficinista, el técnico de algún servicio sanitario y hasta la maestra irresponsable. Y cuando así digo hablo de esos y muchos otros infractores, sin dejar de reconocer a los tantos ciudadanos que muestran estricto apego a lo legislado. 

Incluso ahora, que la exhortación del Presidente cubano a pensar como país ha llegado a todos por igual, porque los contextos nacional e internacional obligan a ello más que antes, continúan repitiéndose situaciones que contradicen ese llamado, pese a que hay mecanismos para evitarlas. Son los casos de los centros cerrados cuando el reloj ha marcado el momento de abrir al público, o donde se da por terminada la atención antes de tiempo, o donde esta se brinda de forma deficiente.

El beneficio de los más de 42 000 trabajadores de la provincia favorecidos con el incremento salarial, como medida extrema del país, no es compatible con la cuestionable calidad que aún prevalece en no pocos lugares. Si bien la intención de la medida fue, en primera instancia, elevar el poder adquisitivo de la población incluida, también busca un incremento de la motivación por el trabajo. Visto desde esa óptica, determinante para la nación, se espera que todos cumplamos nuestras funciones con el máximo de efectividad, pensando más en dar lo que se nos exige en cada puesto.  

El Artículo 145 de la Ley No. 116 Código del Trabajo de la República de Cuba, vigente desde diciembre del 2013, estipula: “Los trabajadores tienen el deber de realizar su trabajo con la eficiencia, calidad y productividad requeridas, cumplir con las normas de conducta, disciplina y con el orden establecido, así como cuidar de los recursos y medios que utilizan en el desempeño de su labor y responder por los daños que ocasionen”.

En el Artículo 146, en tanto, se establece la responsabilidad del empleador con la dirección, organización del proceso de trabajo y su control, así como con el desarrollo de relaciones adecuadas con los trabajadores. De acuerdo con el apartado siguiente, violaciones de la disciplina de trabajo son una serie de manifestaciones que han ido perdiendo su connotación negativa ante la vista de muchos, entre ellas la infracción del horario o abandono del puesto sin autorización del jefe inmediato o desaprovechamiento de la jornada, ausencia injustificada, llegadas tardías o salidas antes de hora.

Todo eso parece olvidarse cuando en el horario en que se debiera estar en plena faena laboral se está de compras o en función de otros menesteres domésticos, a veces tras advertir a alguien de la salida “un momentico”, como si ello resultase lícito. Bien especifica el texto: “Basta un minuto para que exista la infracción”, pero tiene que existir una exigencia en cuanto a la responsabilidad laboral, algo también legislado en el propio Código, y ello corresponde a los jefes. De no existir esa respuesta la ley se convierte en letra muerta.

“Mire a ver si se decide pronto, que no estoy para perder el tiempo”, escuchó un cliente semanas atrás. Aspiraba a la talla de ropa interior masculina propia para él, pero la joven se interpuso entre ese fin y su consumación. Pudo haberle ripostado: “Su trabajo soy yo”, o defenderse con la idea de aquella placa colocada en la pared de alguna institución pública, que sitúa al usuario en su justo lugar…aunque en teoría, como regla.

La inscripción reza: “Un cliente es el individuo más importante que haya entrado nunca en esta oficina. (…) no depende de nosotros; nosotros dependemos de él. (…) no interrumpe nuestro trabajo, porque es el objetivo de nuestro trabajo. No le hacemos el favor de servirlo, él nos hace el favor de darnos la oportunidad de servirlo”. Mejor definición difícil. Ojalá no el texto, sino su espíritu, primara en cada centro de Cuba donde se atiende público. Y ojalá se pusiera de moda no en palabras, sino en actos, aquella consigna que allá por los años 70 del pasado siglo tuvo muchos seguidores, tanto en la producción como en los servicios: La calidad es el respeto al pueblo.

Delia Proenza

Texto de Delia Proenza
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

3 comentarios

  1. Carmen Talavera Maza

    Pienso que el artìculo del periòdico Escambray màs que un artìculo nos puede hacer reflexionar porque realmente existe mucho maltrato todavìa a los que de una forma u otra necesitamos un servicio que ademàs se cobra no es de favor

  2. Delia Rosa Proenza Barzaga

    Gracias, Arturo Manuel. No exagera. Con guiños de humor criollo y sin faltar al respeto del idioma, usted ha descrito muy bien parte de los problemas expuestos en el comentario. Faltaría «colorear» las «ausencias» mentales al contenido de trabajo, estrictamente hablando, aun cuando se está presente en el puesto. Ojalá las administraciones y organizaciones sindicales leyeran uno y otro texto, los interiorizaran y actuaran en consecuencia. ¿Es pedir demasiado? bueno, lo estipula el Código…

  3. Cristianos, judíos y musulmanes, de acusadas diferencias en todos los órdenes sociales, tienen un elemento cultural común: el disfrute de un día oficial de descanso en la semana (correlativamente, domingo, sábado y viernes).

    He aquí, entonces, el porqué histórico del domingo como día habitual de receso para los cubanos.

    Nuestro Código de Trabajo concede a los trabajadores, bajo la denominación de días de conmemoración nacional o de feriados, un total de nueve (4 de conmemoración nacional y 5 de feriados), todos ellos de receso laboral, amén del Viernes Santo de cada año, como día adicional de descanso retribuido.

    También remarca en su artículo 98 los denominados días de conmemoración oficial, fechas de trascendencia histórica pero en los cuales no recesan las actividades laborales, como sí en aquellos otros.

    Muchos de aquellos consideran todavía insuficiente el descanso logrado, a pesar de los 52 domingos inhábiles del año y los 30 días naturales de vacaciones anuales pagadas, y, con la displicencia administrativa y la complacencia sindical de base en su consecución, se apropian de otros a los que denominan festivos.

    En lo que va de año, he apreciado, al menos, dos días festivos; en lo que le resta, auguro otros.

    El sábado 14 de febrero, Día de los Enamorados, una institución cultural (¿será judía?), caudal de conocimientos, no abrió sus puertas al público en razón de mantener unidos en el hogar a las parejas constituidas por sus trabajadores.

    Más allá de saetas arrojadas por Eros y Cupido, y las pasiones amorosas desencadenadas, como las de los amantes de Teruel, o las de Romeo y Julieta, el clásico shakespeareano, o de frailes pronunciando el magno sacramento del matrimonio canónico en la noche medieval, el Día de los Enamorados, con su favorable desbordamiento conceptual y acentuada distinción en nuestros medios de difusión, no califica como día de conmemoración oficial en el Código de Trabajo; sin embargo, devino en día festivo con menoscabo de la jornada laboral, bajo la aquiescencia administrativa y sindical.

    El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, goza de tutela legal conferida por el citado artículo en su inciso c), del propio Código, status que lo dignifica como día de conmemoración oficial pero, juiciosamente advertido por el mismo precepto, en su última oración, que en la fecha no recesan las actividades laborales.

    Esto en la letra, pero no pocas entidades estatales lo celebran como festivo, y sus féminas, gracias a la comunión anímica de administración y sindicato, además de las flores obsequiadas y el reforzamiento alimentario de la ocasión, son dispensadas de concluir las faenas laborales del día.

    Ciertamente honrar, honra a quien lo rinde pero, también, la cortesía no le resta a la valentía: el reconocimiento a nuestras mujeres es merecido pero la liberalidad quebranta la disciplina social.

    Este distingo, recaído en domingo (día inhábil, como sabemos) fue adelantado para el viernes 6 (¿musulmán?) o el sábado 7, del propio, y las calles de nuestras villas se engalanaron con flores sostenidas por manos trabajadoras, camino a casa, en horario de labores remuneradas.

    El 31 de diciembre adquirió la condición de día feriado con la promulgación del Decreto-Ley 254 de 2007; antes de este rango, era festivo, ahora ese status lo legó al 30 del mismo mes. ¡Sí!

    El 30 de diciembre, antevíspera de fin de año, con su prolongado receso laboral en lontananza, los empleadores, de consuno con sus trabajadores, ajustan ritmos productivos o de servicios, condensan horarios de trabajo, consienten ausencias a las labores, en el último día hábil del año que fenece, a manera de plácida transición hacia el anhelado asueto.

    Pero no terminan con este los días festivos.

    Singularísimo es el que no registra el calendario oficial pero que irrumpe en cualquiera de los 365 del año: el del cumpleaños de los trabajadores.

    Como efecto dominó, aquí, allá y acullá, el advenimiento al mundo exterior, el lejano alumbramiento, es conmemorado por el signado.

    Ese fausto día, las horas hábiles para los celebrantes se esfuman, o acortan, según el caso, y abandonan, bajo sentidas felicitaciones y enhorabuenas de compañeros de trabajo, los deberes ocupacionales, sin descuento salarial alguno.

    Así son los días festivos, presentes en número no desdeñable de centros de trabajo; discurren bajo las pupilas veladas por guiños consensuales administrativos y sindicales.

    ¿Exagero?

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