La vida en zona roja

De escuela a hospital (+fotos)

Desde fines de agosto el centro de la Enseñanza Primaria Federico Engels, en la ciudad de Sancti Spíritus, se convirtió en una extensión del Hospital Pediátrico Provincial José Martí Pérez. Niños sospechosos a la covid reciben allí atención médica

Hacer funcionar una escuela-hospital implica no pocos sacrificios. (Fotos: Dayamis Sotolongo / Escambray)

Cuando aquel sábado en la mañana llegaron hombres y mujeres de las más variopintas entidades de la provincia, de lo que hasta entonces era la escuela primaria Federico Engels, en la capital provincial, solo quedaban las pizarras colgadas en las paredes de las aulas y el ajetreo de una mudanza inusual: las sillas saliendo en los hombros de muchos de un local a otro, las mesas andando a horcajadas en los brazos de algunos, los medios de enseñanza mudándose de mano en mano…

Y por las mismas puertas entraban, luego, el par de ventiladores para cada aula, las sillas de los acompañantes y unas camas tan verdes como el traje de quienes horas más tarde se pararían delante de sus cabeceras para sanar. Apenas 24 horas. De la noche a la mañana, literalmente, la Federico Engels dejó de ser escuela para convertirse en hospital.

Fue el domingo 29 de agosto cuando, después de un sábado entero de desvelos, en 10 aulas amanecieron 60 camas distribuidas por esos locales para la atención a niños sospechosos a la covid. Y los maestros de antes comenzaron ahora a aprender a vestirse y desvestirse para entrar a la Zona Roja, a llevar bandejas de este a aquel lugar, a echarles cloro a los pasos podálicos, a empujar el carro de los medicamentos hasta donde los doctores lo necesiten… Desde entonces y hasta los días de hoy en la Federico Engels ha nacido la extensión del Hospital Pediátrico Provincial José Martí Pérez y todos los días, dicen, se aprenden nuevas lecciones.

TODOS CUENTAN

Damaisy Odalis Bernal Gómez del Olmo, directora de la Federico Engels.
Damaisy Odalis Bernal Gómez del Olmo, directora de la Federico Engels.

Como quien explica un contenido ya impartido, Damaisy Odalis Bernal Gómez del Olmo, máster en Educación Primaria y directora de la Federico Engels, repasa una a una todas las funciones que en estos meses ha asumido la instalación escolar: centro de evacuación, escuela abierta al verano, local para el cuidado de los hijos de las madres trabajadoras, vacunatorio y centro de aislamiento.

Y con el mismo énfasis que le ha puesto a esta última misión, como le llama, comenta: “Es la labor más difícil. En estos momentos damos nuestro corazón”.

Habla no en nombre propio, sino de la veintena de maestros que durante toda una semana trabajan en turnos de 12 horas: de siete de la mañana a cinco de la tarde y de cinco de la tarde a siete de la mañana. “Se encargan en Zona Roja de limpiar los cubículos, los baños y de llevar los alimentos”, asegura como si ya eso fuese una lección aprendida.

Igual tuvieron que aprender a acondicionar las aulas en cubículos, aunque solo mencione de corrida las jornadas de seis de la mañana hasta las tres de la madrugada que le costó aquella metamorfosis. Para cuando lo confesó a Escambray ya las ojeras la habían delatado: “Todo lo que tiene el aula de un maestro primario hubo que adaptarlo a una sala de hospital —comenta Bernal Gómez del Olmo—. Se crearon las condiciones necesarias para que cada paciente se sienta en un pediátrico más que tenemos en nuestra provincia”.

Ayuda a ello, acaso, un aseguramiento donde se ha previsto todo: desde los médicos, las enfermeras, la guagua para la transportación de los casos, hasta los medicamentos.

Lo sostiene el licenciado en Enfermería Martín Pérez González, también especialista en Atención Integral al Niño, quien en sus tres décadas asistiendo a los pacientes en edad pediátrica en el hospitalito jamás había dirigido un centro de aislamiento.

No obstante, le han valido de entrenamiento el estreno como miembro de la brigada Henry Reeve, en el 2005 en Paquistán, o sus otras misiones internacionalistas, pero hacer funcionar una escuela-hospital implica no pocos sacrificios.

“Para los 10 cubículos —que son aulas a las que en tiempo récord se les hicieron instalaciones hidráulicas, eléctricas, se pintaron— tengo una enfermera y dos médicos especialistas en Medicina General Integral 24 horas por 48 horas y un pediatra que está desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde”, apunta Pérez González.

Y el primer día casi no daban abasto: “Abrimos un domingo a las doce del día y a las doce de la noche teníamos todas las capacidades llenas”, recuerda. Pese a que ahora no son tantos los ingresos, mantienen las mismas atenciones y los mismos protocolos.

“Tenemos desde menores de un año hasta los 18 años de edad. Atendemos a niños sospechosos, es decir, que tienen un test rápido positivo —argumenta Pérez González— y los que se van confirmando por PCR se trasladan para otro centro de aislamiento.

“Está garantizado todo: alimentación, medios de protección, medicamentos, oxígeno… Además, tenemos el pediátrico cerca, que nos apoya en todo, y cualquier cosa derivamos para allí algún niño que se nos complicara”.

Si son varios los que ven montarse en la guagua con todo el equipaje que conlleva un ingreso de estos, también han sido muchos los que han egresado al par de días luego del resultado negativo del PCR o los que han completado tratamiento allí y ven irse a casa con la sonrisa en el rostro que no traían cuando llegaron.

ENSEÑANZA-APRENDIZAJE

Las muchachas forradas de verde son maestras que han pasado a asistir al personal sanitario.
Las muchachas forradas de verde son maestras que han pasado a asistir al personal sanitario.

Una cinta ha partido la escuela-hospital en dos: de un lado, los locales que ahora semejan un puesto de mando 24 por 24 horas y, del otro, las aulas-cubículos que constituyen la Zona Roja. De rojo únicamente tienen el nombre y los riesgos de los niños que posiblemente estén contagiados y permanecen allí, porque en verdad lo que se ve son unas muchachas forradas de verde desde los gorros hasta las botas, que de maestras han pasado a asistir al personal sanitario.

Por debajo del doble nasobuco y de la careta, casi en susurro se escucha a Maidelis Nazco Piña, residente de tercer año de Pediatría: “Ya esta es la tercera vez en Zona Roja, las anteriores fueron dentro del Pediátrico con niños sospechosos, que la mayoría después salen positivos.

“Aquí se ingresa a todo tipo de pacientes, ya sea con comorbilidades o con síntomas leves. Es un trabajo bastante difícil. Son condiciones que no son las propicias, pero, bueno, aquí estamos”.

Del otro lado de la cinta, con los mismos riesgos y los mismos trajes, andan quienes aseguran que a los niños les llegue desde el pomo de leche del desayuno hasta la última de las meriendas.

Los cocineros de la escuela, dicen, encienden los fogones a las cuatro de la mañana y no los apagan hasta las once de la noche. De ello da fe Arnaldo Moles, antes profesor de Inglés de la escuela y ahora quien transporta bandejas, mantiene las vasijas llenas de agua con hipoclorito, lleva el agua potable… durante 12 horas sin descanso.

Con el mismo orgullo que habla de la aplicación que creó para que los padres y los alumnos puedan tener en los móviles las teleclases emitidas, cuece ahora otros conocimientos: “Todos tenemos miedo —admite—, pero ver que son niños sospechosos a uno le llega al corazón y si se necesita del apoyo de los maestros damos el paso al frente para apoyar en lo que haga falta; siempre con miedo, pero con la disposición de que vamos a hacer un bien mayor”.

Ha sido un reto para todos. Acompasados como en un hospital han tenido que laborar maestros, auxiliares pedagógicas, enfermeras, médicos, directivos… A unos y otros los mueve similar vocación.

“Lo primero es salvar vidas. Nosotros somos educadores y la misión que nos asignen la realizaremos con el sentido de pertenencia que nos caracteriza”, agrega Bernal Gómez del Olmo.

Y no es la única lección compartida. En aquellas aulas donde siempre se ha enseñado sin cesar quienes traspasan el umbral también han recibido nuevos contenidos: las tizas son ahora, acaso, las bandejas que llevan; los libros, las historias clínicas que alcanzan; las pizarras, el espacio donde, posiblemente, han tatuado desde un cartel de bienvenida hasta un feliz cumpleaños. Todos escriben, sin reparar en ello, la misma historia de cuando una escuela se convirtió en hospital y entre aquellos locales separados por cintas y pasos podálicos la mayor enseñanza es la de aprender y educar mientras se ayuda a sanar a otros.

Hasta los días de hoy en la Federico Engels ha nacido la extensión del Hospital Pediátrico Provincial José Martí Pérez.
Hasta los días de hoy en la Federico Engels ha nacido la extensión del Hospital Pediátrico Provincial José Martí Pérez.

Dayamis Sotolongo

Texto de Dayamis Sotolongo
Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez por la obra del año (2019). Máster en Ciencias de la Comunicación. Especializada en temas sociales.

Comentario

  1. Tienen de todo excepto pediatras en horario nocturno.Felicidades a ese colectivo!

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