La mujer de Maisinicu

Tomasa del Pino Suárez*, esposa y compañera de misión de Alberto Delgado Delgado,  apuntaló una historia de amor y altruismo que no se extinguió ni con la muerte del hombre de Maisinicú

Escambray reproduce la entrevista que hace más de una década le concediera Tomasa del Pino Suarez, esposa y compañera de misión de Alberto Delgado Delgado. Apuntes de una historia de amor que no se extinguió ni con la muerte de ambos.
Escambray reproduce la entrevista que hace más de una década le concediera Tomasa del Pino Suarez, esposa y compañera de misión de Alberto Delgado Delgado. Apuntes de una historia de amor que no se extinguió ni con la muerte de ambos.

La casa es muy tranquila y silenciosa, amplia y ventilada, como muchas en el Nuevo Vedado. A veces se escucha el cantar de algunos pájaros desde el patio interior. Casi a la entrada misma de la sala, en la primera pared de la derecha, una foto de Alberto Delgado, de cuerpo entero y uniforme verdeolivo. Abajo, discreto, un búcaro con un ramo de flores.

Ella espera reclinada en el sofá, reposando la convalecencia de una fractura de cadera. De buena gana renuncia a la sobremesa y accede a la entrevista, anunciada para la mañana. El cabello, muy corto, está totalmente nevado, lleva espejuelos grandes y su voz dulce, como de muchacha. A todas luces, se mantiene enérgica y dispuesta, a pesar de sus 70 años.

¿Quién era Tomasa antes de conocer a Alberto, cómo empezó aquel romance?

Tomasa era una niña muy pobre, mis muñecas eran botellas. En la escuela aprendí algo, después me quedé en la casa. Cuando conocí a Alberto ya tenía 28 años, por poco me quedo, parece que estaba buscando al príncipe azul, pero bueno, al final lo encontré.

Yo vivía en Chambas, un poco alejado del pueblo, iba a visitar a una tía y él estaba parado en el cuartel. Entonces, empezó una lluvia bárbara y me dice, «pase señorita, escampe el agua aquí». Después, cuando ya voy llegando a mi casa, veo a aquel militar detrás de mí, pero no me interesó al principio. Al otro día, se apareció, lo vi con insistencia, dijo que quería casarse y yo…, qué cosa es esto tan rápido.

A todas éstas, él estaba medio unido con otra mujer, tenían un niño, yo no lo sabía. Entonces, como a mí también me gustó, nos fuimos a una fiesta de campo, bailamos toda la noche, nos hicimos novios. En diciembre, ya vivíamos juntos, en una casita que alquilamos.

Físicamente, ¿cómo usted lo recuerda?

El era bajito y gordito, pero muy bello, muy lindo, tenía unos ojos color miel que las pestañas le doblaban, cada vez que iba a afeitarse o algo a la barbería, las chicas hacían cola para mirarlo.

Dicen que él tenía carácter fuerte. ¿Cómo era con usted, cómo trataba a su mujer y a su hijo?

Conmigo era extraordinariamente amoroso, muy respetuoso, me consideraba mucho, a pesar de que era casi analfabeto. Alberto fue el hombre más dulce que he conocido, romántico y muy fino, figúrate que el día de los enamorados, cuando no había nada para regalarme, buscaba unos bejucos de campanillas, me hacía un collarcito y me lo entregaba. Albertico tenía como cuatro años y pico cuando muere su papá, fue un padre ejemplar, muy cariñoso, desde que tenía un tiempo se ponía a jugar con el niño.

El se encargaba de todas las cosas de la casa, lo único malo es que se despreocupaba un poco de sí mismo, a veces se ponía una media de un color y otra de otro, en eso era indisciplinado, no me hacía caso, aunque al final, nosotros siempre nos entendíamos.

¿Cuándo comenzaron el trabajo para la Seguridad del Estado?

El y Albertico se enferman y nos vamos para La Habana, a parar en casa de una hermana suya, allí venían contrarrevolucionarios, el cuñado colaboraba con los bandidos del Escambray, enseguida nos dimos cuenta y estábamos locos sin saber qué hacer. El fue al Estado Mayor y de ahí lo mandan para Villa Marita, que es donde contacta con el agente Freddy y lo ubican en la finca de Maisinicú.

Se dice que los asuntos de la Seguridad no se le confían a nadie, pero usted lo sabía todo desde el principio.

Vivíamos juntos allí, lo veíamos todo y nos contábamos las cosas, tenía gran confianza en mí, como compañera y como revolucionaria, sabía que estaba dispuesta a todo y podía confiar en mí, el mismo riesgo que él corría, lo corríamos el niño y yo. Un desertor me pone a trabajar en el Hospital Naval y eso sirvió de mucho, desde allí le mandaba medicinas para los alzados.

Casa museo de la finca Masinicú
Casa museo de la finca Masinicú

Me mantenía en La Habana como contacto entre los contrarrevolucionarios de allá y los de aquí, les llevaba azúcar, ropa, zapatos y esas cosas. Después que sacaron a Maro Borges voy para Maisinicú, hacía almuerzo y comida para los bandidos, se mataban puercos que asábamos en cazuela.

Recuerdo que pasamos juntos un 31 de diciembre y ellos estaban contentos porque se iban para Miami, daban vivas a Batista, viva esto y viva lo otro. Entonces Alberto y yo, cuando nos pudimos mirar, nos agarramos las manos y él me dijo «Patria o Muerte, Tomasa», y yo le respondí, «Venceremos».

Entre los contrarrevolucionarios se encontraba su cuñado y por ende, la hermana, ¿cómo decidió enfrentarse a la familia?
Cuando uno se siente revolucionario no admite nada, no se cambia por nada, claro que fue duro para todos, hay que sentirlo, llevarlo en la sangre, la Revolución está antes que todo, hay que defenderla a capa y espada.

En un trabajo muy peligroso, donde ninguno de los dos tenía experiencia, ¿qué consejos le daba usted para cuidarlo?

Todo se hacía muy oculto, había que tener bastante cuidado, nunca tuvimos miedo. Ellos creían mucho en mí, Albertico se enfermaba y Carretero venía a curarle el mal de ojos. Me decía, qué niño más gordito y más lindo, y lo cargaba.

Ese es un trabajo inexplicable, la vida de un agente de la Seguridad no es fácil. No sabíamos nada y ninguno de los oficiales que nos atendía había pasado escuela sobre eso. Además, nosotros estábamos en el medio del monte y ellos en la ciudad, a veces, no teníamos chance de encontrarnos, hubo momentos en que tuvimos que decidir solos, ser agentes y oficiales a la vez.

El Gobierno no me podía ayudar, darme casa, ni carro, ni nada porque entonces me quemaba. Recuerdo que para ir a Maisinicú yo tenía que hacer las colas en la estación de ómnibus, el transporte estaba muy malo, dormía con el niño encima de los periódicos noches enteras, luego allá un colaborador me prestaba un caballo para entrar porque el fango daba a la rodilla.

A veces uno estaba un poco asustado solo allá. Hicimos lo que pudimos, lo que hubiera hecho cualquier revolucionario que estuviera en nuestro lugar, porque eso también es cuestión de oportunidad, a nosotros se nos dio la oportunidad.

¿Cómo eran los bandidos, qué comentaban de sus fechorías, cómo ustedes soportaban vivir entre ellos?

Se llevaban bien entre ellos, había que respetar mucho al Comandante, a Carretero. Más que bandidos fueron asesinos, estaban orgullosos del ataque a Polo Viejo, de cómo mataron al brigadista . Teníamos que oír todo aquello y reírles las gracias. Había que tener el corazón de acero. Hubo momentos en que lo mismo él que yo decíamos esto hay que terminarlo y hablamos hasta de explotar unas cuantas granadas, morirnos todos juntos y salir de eso.

Cuando saca a Carretero y se empieza a sentir peligro, los oficiales y usted le aconsejan no regresar, pero él vuelve, ¿por qué?

Allá, los compañeros de la Seguridad y yo le pedimos que no volviera, le dije que ya habíamos hecho bastante, pero me respondió que no importaba, que había que terminar aquello.

El día que sacaron a Carretero se fueron por la tardecita y me quedé sola con el niño, por la mañana Alberto no aparecía y yo estaba desesperada, tenía el pelo muy negro y esa noche me salió un lunar de canas en la cabeza, amanecí con él, no dormí nada. Llegó como a las nueve, contento, me hizo todo el cuento y nos fuimos para La Habana.

El día que mataron a Alberto usted estaba en La Habana, ¿cuándo y cómo lo supo?

Un colaborador del Escambray había llegado a mi casa a buscar unas medicinas. Me dijo que también debíamos ir a Miramar, a recoger otras cosas, pero que tenía que ser de noche. Enseguida llamé a Freddy y se lo dije. Luego, vi que empezaron a llegar hombres, gente extraña por los alrededores. Después entraron los compañeros míos de Villa Marita, me arrebataron al niño y se llevaron preso al colaborador. Los que andaban dando vueltas por allí eran de la guarnición de Raúl, que nos estaban cuidando porque los colaboradores esperaban la noche para matarnos al niño y a mí.

Freddy me dijo que Alberto estaba herido en el Naval, que cogiera un abriguito porque había frialdad, pero me llevó para su casa y su esposa me dio un meprobamato y un poquito de tilo. Alberto estaba muerto y yo tenía que ponerme fuerte porque lo debía velar en la funeraria con los gusanos, trabajando más que nunca. Lloré allí sola a mi esposo y mi compañero, gusaneando, diciendo que lo habían matado los comunistas. Lo vi echando sangre por la boca, la suerte es que tenía el uniforme verdeolivo y una bandera cubana. Ni siquiera pude ir al entierro.

¿Ahí teminó su trabajo como agente de la Seguridad, quién la ayudó en esa etapa tan difícil, qué hizo después?

Luego pasé muchas noches trabajando, identificando fotografías porque era la única sobreviviente. Me enfermé bastante de los nervios, la suerte fueron mis compañeros de la Seguridad, igual que el Consejo de Estado, Fidel, Raúl, los combatientes, se ocuparon desde los juguetes para los muchachos hasta de la comida. Luego trabajé un tiempo en el Turismo hasta que volví para el Ministerio, donde me jubilé.

Muchos de la familia me odian, dicen que yo tuve la culpa de que lo mataran, su hermana los envenenó en mi contra, algunos ni conocen a mis hijos, otros no se meten en nada. Con mi gente no hubo problemas, entendieron el trabajo. A los demás colaboradores no los volví a ver, pero no tenía miedo, de algo hay que morir.
Cuénteme de sus hijos.

Costó mucho trabajo que entendieran, sobre todo Alberto, le decía tíos a los colaboradores, cuando venía alguien vestido de verde, le huía. Luego se le dijo la verdad, siempre quedó un poco traumatizado. Estudió Contrainteligencia en la Unión Soviética, ahora es gerente de una línea aérea. Abel se preparó en economía, está trabajando en Venezuela. El otro hijo que tuvo Alberto antes de casarnos viene a vernos cada vez que puede.

¿Alguna vez vio la película «El hombre de Maisinicú», por qué nunca más pensó en casarse?

Fotograma de la película El hombre de Maisinicú
Fotograma de la película El hombre de Maisinicú

Corrieri me la regaló, pero nunca he querido verla. Y para qué casarme, vivo aquí con mi sobrina y a veces con Albertico, no tengo miedo, la muerte de Alberto no fue en vano y yo soy una mujer completamente realizada.

*Fallecida el 2 de enero de 2009.