Carlos cierra los ojos y todavía ve de frente las muchas miradas rabiosas que lo tildaron de loco; unas, de raro, otras, de despreciable; las más, agresivas. Nunca entendió qué daño hacía al no amar a una mujer, de no poderlo hacer a semejanza del resto de sus hermanos, padre y abuelos. Tiene 80 años y, en su soledad, prefiere borrar los recuerdos que punzan.
Este espirituano no es excepción. Muchas han sido las personas que, por romper con la heteronormatividad impuesta por el patriarcado, acumulan en sus hojas de vida anécdotas que ponen en duda la existencia del conjunto de cualidades que se agrupan bajo el término humanidad.
Pero, al unísono de esas expresiones heredadas durante siglos, han emergido muchas voces que acompañan desde el respeto y enfrentan toda expresión de discriminación por el simple hecho de ser diferente a lo “normado” por la sociedad machista.
Y entre tantos hechos, opiniones, este 17 de mayo se vive como victoria. Desde el 2004, se celebra el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia. Lo proclamó así la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en conmemoración de la fecha en que se eliminó la homosexualidad de la clasificación internacional de enfermedades mentales por la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1990.
Por supuesto, esa declaración no garantiza que se erradiquen el desprecio y se manifiesten expresiones de violencia hacia nuestros semejantes. Mas, sí es un hecho que fomenta una cultura de igualdad y justicia, antes que una de odio y represión a las personas lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, transexuales e intersexuales.
El camino, que ha sido largo y tortuoso, vislumbra conquistas, pero aún el patriarcado tiene la palabra. Cuba no escapa de esa realidad, a pesar de lo logrado después de 1959. Incluso, pasado el éxito de la Reforma Constitucional del 2019 y el Código de las Familias con toda la derivación de cambios realizados en nuestro sistema jurídico legislativo. Se reconoce en ambos la pluralidad familiar, se ampliaron y fortalecieron otros derechos desde las ciencias jurídicas, psicológicas, sociológicas y humanísticas; verdaderos progresos en los complejos procesos de construcción de consensos que llevaron a la voluntad política a hacer esos cambios y, además, reflejarlos ampliamente en la toma de decisiones, algo realmente meritorio celebrar.
Pero no resulta suficiente que esté en documento jurídico. Por tanto, entre los muchos desafíos quedan el trabajo de educación, comunicación, de diálogo desde la perspectiva de género con las poblaciones, así como la capacitación a los funcionarios públicos.
Tampoco se aspira que se logre en tiempos acelerados. Ni imposiciones ni tolerancias. Las familias tienen que aprender desde el respeto y el acompañamiento institucional. Urgen sensibilización y educación, junto a la aprobación en la agenda legislativa de muchos más documentos que amparen desde lo legal las múltiples diversidades.
Quizá entonces, Carlos, desde la propia soledad que cultivó como escudo para evitar las imprudentes y dañinas miradas, logre sanar completamente sus muchas angustias espirituales o sonría a carcajadas al ver a su vecina casada con otra mujer. Le cuesta hacerlo. Las mira de reojo por temor a ser malinterpretado. Nunca aprendió, no le permitieron, ni tan siquiera a él, usar los espejuelos multicolores.
Historias como la suya y como la de otros muchos nos confirman que falta aún camino por recorrer. Por lo pronto, la mejor apuesta está en seguir el camino de forma consciente para mantener lo logrado y defender la única apuesta posible para ser mejores seres humanos: construir definitivamente una sociedad inclusiva y respetuosa; aspiración compleja que Carlos tal vez Carlos no llegará a disfrutar, pero no puede constituir un imposible.

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