La escuela es mi “diazepam”

Escambray dialoga con María Isabel Conlledo, directora desde hace casi 30 años del seminternado Federico Engels, de Sancti Spíritus, quien fuera galardonada con la Medalla Jesús Menéndez. Cuando la condecoración tocó su pecho se le aguaron los ojos y recordó el comienzo. Se vio de pronto con aquella delgadez extrema

“Nunca exijo a los trabajadores algo que yo no sea capaz de hacer”, asegura María Isabel. (foto: Vicente Brito)Escambray dialoga con María Isabel Conlledo, directora desde hace casi 30 años del seminternado Federico Engels, de Sancti Spíritus, quien fuera galardonada con la Medalla Jesús Menéndez.

Cuando la condecoración tocó su pecho se le aguaron los ojos y recordó el comienzo. Se vio de pronto con aquella delgadez extrema de su adolescencia y los 14 niños de la escuelita rural que en La Ceja, Banao, colindaba con una vaquería. Pero, sin dudas, su mejor pensamiento fue para el centro que dirige desde hace casi 30 años: el seminternado Federico Engels, de Sancti Spíritus, al que debe en buena medida lo que es hoy.

María Isabel Conlledo Castillo, una mujer de carácter fuerte y sentimientos nobles, recibió durante la celebración del pasado Primero de Mayo, en la capital cubana, la Medalla Jesús Menéndez. Al magisterio llegó por una coincidencia que conjugó las necesidades económicas del hogar con las del país en aquel lejano 1970.

“La escuelita se llamaba José Antonio Echeverría; después la hicieron nueva, pero entonces era una casita de tabla de palma. Allí me llegó el amor, pues conocí a un inseminador que me impresionó desde el primer momento y que se convertiría luego en mi esposo.

“Esa fue mi prueba de fuego. Impartía en las mañanas de primero a tercer grados y en la tarde de cuarto a sexto. En aquellos tres años me enamoré también de la profesión”, confiesa en un gesto de generosidad con los lectores de Escambray, pues no le gusta hablar de sí.

La vida le depararía no pocos obstáculos. Al radicarse en Banao laboró por espacio de un quinquenio en el seminternado Ignacio Agramonte, como maestra, y más tarde fue promovida a subdirectora. Pero el verdadero reto llegaría poco después, cuando le encomendaron la dirección de una escuela dispersa, desprovista de estructura sindical, partidista y juvenil en la cabecera provincial. A ella correspondió la misión de aglutinar voluntades, enfrentarse a padres “de ciudad” con su verbo guajiro y rectorar los esfuerzos en el local cercano al hospital pediátrico, donde se edificaba el primer seminternado del reparto de Colón, que suplantaría a la primaria con el mismo nombre 1986. “Laborábamos en las viejas condiciones y veníamos aquí a trabajar en la construcción”, cuenta al evocar aquellos tiempos.

Amiga de evitar los rodeos y decir lo que piensa, María Isabel se considera una mujer sin mucha facilidad de palabra, partidaria de que se acaten sus indicaciones. “Nunca tomo una decisión sin antes colegiarla. Procuro alentar los buenos resultados, como mismo llamo la atención en el momento en que la falta lo requiere, de lo contrario nada funciona. Soy incapaz de exigir lo que no hago.

“Usted no se puede imaginar lo que yo siento por esta escuela. Es algo increíble. Cuando tengo en el hogar alguna situación, el diazepam mío es venir aquí. Aquí se me olvidan todos los problemas”, declara emocionada.

La otra gran prueba vino a ella al recibir al primer grupo de maestros habilitados. Acogió a una docena de adolescentes a quienes dedicó grandes esfuerzos que los curtieran en el arte de la enseñanza. “Quedan muchos de ellos, ya licenciados, y han resultado muy buenos”, acota con énfasis especial.

De tal experiencia saldría el trigo para investigaciones que ocupan buena parte de su tiempo, pues una vez alcanzado el título de maestra no cesaron sus ansias de superación. Integró el primer grupo de licenciados en Educación Primaria en el país, embarazo mediante, y también el primero de la Maestría en Ciencias de la Educación. Como próxima meta valora un doctorado, pues le fascina el tema de la formación inicial pedagógica.

Agradece las condecoraciones: medallas Rafael María de Mendive y José Tey, Distinción por la Educación Cubana, premio del Ministro y condición de Cuadro Destacado de Educación y de la provincia. Mas, ninguna de ellas hará cambiar a la guajira que enrumbó, sin soñarlo, por senderos que la consagrarían como una pedagoga humilde y exigente.

Delia Proenza

Texto de Delia Proenza
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

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