Las energías del Escambray

Dossier dedicado a la presencia del Che Guevara en Sancti Spíritus

 

 

Apenas llegó al lomerío villareño a mediados de octubre de 1958, el Che Guevara desplegó una febril actividad política y militar que dio al traste con la inacción existente en la zona hasta ese momento, la falta de unidad y las contradicciones a veces antagónicas entre los grupos rebeldes

El Che Guevara sobre mulo en el Escambray
En cuestión de días el Che Guevara recorrió cientos de kilómetros y contactó con los grupos rebeldes establecidos en el Escambray. (Foto: Tirso Martínez)

Aquella «larga e insolente» carta que le llevaron hasta el campamento de Paredes a mediados de octubre de 1958, todavía en zona llana, conminándolo a detener la marcha y explicar muy bien las razones que lo traían hasta el Escambray, tiene que haberle provocado al Che Guevara el mismo sinsabor que sintió Máximo Gómez cuando Marcos García y los demás regionalistas del centro del país lo echaron de Las Villas, quizá en los días más tristes de la llamada Guerra Grande.

«Todo amenazaba tormenta», escribió el Che en esclarecedor artículo publicado en la revista Verde Olivo el 12 de febrero de 1961, al rememorar sus primeras horas en las montañas espirituanas, cuando descubrió en su campamento, cerca de la Loma del Obispo, que los zapatos gestionados por el Movimiento 26 de Julio, que esperaban calzar los pies destrozados de los invasores, fueron interceptados y literalmente robados por el Segundo Frente.

La misiva estaba firmada por el Comandante Jesús Carrera, del Segundo Frente del Escambray, uno de los hombres más cercanos a Eloy Gutiérrez Menoyo, el jefe del destacamento guerrillero más numeroso y mejor armado de la zona, y en buena medida resumía las deformaciones congénitas que minaban a una parte importante de las fuerzas que combatían o decían combatir a la dictadura de Fulgencio Batista en esta parte de la Isla.

Tras 45 días de marcha inclemente por la costa sur cubana, asediados por el enemigo, los ciclones, el hambre, la sed y el cansancio, el Che Guevara y su columna invasora –aquel «ejército de sombras», como él mismo la definiera no encontraron en el lomerío villareño el oasis que tanto necesitaban.

«Logramos mantenernos serenos –reseñó el argentino–, conversar con algún capitán, del que luego nos enteramos que había asesinado cuatro combatientes del pueblo que quisieron ir a ocupar su lugar en las filas revolucionarias del 26 de Julio abandonando el Segundo Frente, y tuvimos una entrevista, inamistosa pero no borrascosa, con el Comandante Carrera».

El susodicho Comandante, que luego terminaría en las filas del bandidismo como otros tantos del Segundo Frente, había hecho colgar un papel en su campamento con una advertencia insultante: «Se prohíbe la entrada de toda persona ajena al Segundo Frente en el territorio ocupado por este. En la primera ocasión serán advertidos, o en caso de reincidencia expulsados o exterminados».

«Personalmente no fue tan grosero como en su misiva de días anteriores, pero se adivinaba un enemigo», escribió el Che sobre el encuentro, ocasión en que, como casi siempre, Carreras «había ingerido ya la mitad de una botella de licor, que era también aproximadamente la mitad de su cuota diaria», precisó Guevara.

UN FRENTE SUBVERSIVO

La altanería, el abuso con los campesinos, la inactividad combativa y la siembra permanente de la desunión entre los luchadores que enfrentaban la tiranía en la región central eran solo algunas de las facetas de la jefatura del denominado Segundo Frente del Escambray, donde además de Eloy Gutiérrez Menoyo y Jesús Carrera, militaban, entre otros, Armando Fleites, Nazario Sargen, Genaro Arroyo, Luis Vargas y William Morgan, este último de origen norteamericano.

El pacto establecido entre las fuerzas del 26 de Julio y el Directorio Revolucionario fue trascendental para emprender operaciones conjuntas en la región. Foto: Tirso Martínez

La dirección de esta fuerza no ocultaba su desprecio por los comunistas –Morgan alardeaba de que en su país se dedicaba a perseguirlos– y era enemiga de llevar a cabo una reforma agraria profunda, pero por confusión, ingenuidad política o porque en un inicio no había otra guerrilla en la zona donde refugiarse, hasta su seno habían ido a parar no pocos luchadores valiosos.
Como la directiva del Segundo Frente había dividido el Escambray en una suerte de cuartones, cuando el Che planteó la idea de tomar Güinía de Miranda le respondieron que el pueblo estaba en territorio suyo; Guevara argumentó que la zona era de todos, que había que luchar y que el contingente llegado desde la Sierra Maestra tenía más y mejores armas.

Fue entonces cuando el Segundo Frente acudió a una tesis inesperada: la bazuca con la que el Che pretendía destruir el cuartel equivalía a 200 escopetas y 200 escopetas podían abrir el mismo hueco que la bazuca, una ecuación –acaso un vulgar retruécano– que sin embargo no habían aplicado a pesar de que Güinía de Miranda estaba en medio del lomerío, casi como una burla a los insurrectos que poblaban la cordillera.

Con su fina ironía y sentido del humor, el Che encontró un apelativo para bautizar a aquellos extraños luchadores: los «comevacas», término que resumía la actividad del grupo guerrillero, que primero había roto con los combatientes del Directorio Revolucionario 13 de Marzo y después con las fuerzas del Movimiento 26 de Julio encabezadas por el Comandante Víctor Bordón y se había especializado en poner zancadillas a quienes subían a las lomas con intenciones de pelear contra la tiranía.

Como «un pecado de la Revolución» calificó Ernesto Guevara todas las concesiones hechas en nombre de la unidad al Segundo Frente, una fuerza que durante la guerra nunca aceptó subordinarse ni luchar junto a quienes de verdad daban la cara, pero que llegado el primero de enero de 1959 se montó en el tren de la victoria y no paró hasta el hotel Capri, donde enseguida su jefatura engordó la primera cuenta: 15 000 pesos en comida y bebida para un reducido número de aprovechados, según relató el Che.

A PUNTA DE PISTOLA

Muchos años después de haber tomado la decisión más importante de su vida, el coronel Marcelo Martínez seguía abrazado a la misma certeza que descubrió en octubre de 1958 cuando por primera vez miró a los ojos de Ernesto Guevara: «Si el Che no llega al Escambray y pone orden, aquí estaríamos faja’os todavía, pero faja’os entre nosotros mismos», confesó en entrevista a Granma tiempo antes de morir.

Marcelo, Enoel Salas, algunos sobrevivientes del frustrado alzamiento de La Llorona y otros revolucionarios de la zona habían subido al lomerío villareño, pero en medio de aquella confusión que el Che y Camilo llamaban campechanamente «el bollo de perra del Escambray», decidieron no incorporarse a ninguno de los grupos existentes y presentarse en persona al jefe de la Columna 8.

Para entonces en la antigua provincia de Las Villas, además del Segundo Frente, se mantenían sobre las armas las guerrillas del Movimiento 26 de Julio, comandada por Víctor Bordón Machado, y del Directorio Revolucionario 13 de Marzo, dirigidos por Faure Chomón, así como otra pequeña agrupación de la Organización Auténtica y algunos grupos dispersos (todos en el Escambray), y los destacamentos Máximo Gómez, del Partido Socialista Popular, y Marcelo Salado, también del M-26-7, que operaban al norte, cerca de Yaguajay.

Aunque mantenían distancias geográficas e ideológicas, estas dos últimas fuerzas coexistían sin mayores complicaciones y no pusieron el menor reparo en subordinarse de inmediato a la lucha y en acatar el mando de Camilo tras el arribo de la Columna 2 a los montes de Jobo Rosado.

Similar fue la actitud de la jefatura del Directorio que enseguida se entrevistó con el Che y no demoró en lograr un entendimiento para la realización de la guerra de manera cooperada, empeño que coronó con la histórica firma del Pacto del Pedrero, el 1ro. de diciembre de 1958 entre dicha organización y el M-26-7.

Harina de otro costal era la relación del Segundo Frente con los luchadores del Directorio y del 26 de Julio, cuyas diferencias más de una vez fueron resueltas a punta de pistola, como la escandalosa detención del Comandante Víctor Bordón y varios de sus hombres, ocurrida días antes de la llegada de la Columna 8, episodio que estuvo a punto de terminar en un baño de sangre y que llegó a oídos del Che en su tránsito hacia Las Villas y del propio Fidel en la Sierra Maestra.

Es entonces cuando, ante la grave situación creada en el centro del país, el máximo líder de la Revolución decide que el Comandante Camilo Cienfuegos y su Columna 2 permanezcan en suelo villareño y no continúen la misión asignada de llegar hasta el occidente.

YO NO VINE AQUÍ A PELEAR POR GRADOS

Cuando estuvieron frente a frente en aquel secadero de café donde se oía volar una mosca a medio kilómetro de distancia, el Che Guevara le reclamó en voz baja y sin arrogancia alguna a Víctor Bordón: «¿Cómo vas a subordinar el 26 de Julio, la organización más poderosa, al Segundo Frente?». Y a seguidas, ya más molesto y refiriéndose a Gutiérrez Menoyo: «¿Cómo te vas a subordinar a ese comemierda?».

El Che y Bordón durante la toma de Cabaiguán.
El Che y Bordón durante la toma de Cabaiguán. Foto: Tirso Martínez

Bordón, un humilde obrero azucarero, estibador y vendedor de leche, que con tercer grado de escolaridad y sin todo el apoyo del Movimiento había reunido unos 300 hombres en el Escambray, clavó la vista en el piso para escuchar el regaño del argentino recién llegado, que terminó con una decisión todavía más radical:–Por los errores que has cometido y con vistas a liquidar ese pacto, tengo que rebajarte el grado, le dijo el Che.

Fue entonces cuando el guajiro de la finca Sevilla, en Quemado de Güines, pronunció la frase más célebre de aquella conversación y quizá de toda su carrera de guerrillero: «Comandante, yo no vine aquí a pelear por grados, déjeme combatir a su lado como un soldado más».

Y como un soldado más se fue Bordón a hacer la guerra junto a los invasores, luego de una reunión en la que sus hombres no quedaron muy contentos, pero el Che advirtió que había tratado con «un individuo noble», enredado «por las argucias de gente experimentada en la politiquería», según relató horas después en carta a Fidel.

La entrevista, que estuvo matizada por un bombardeo de la aviación enemiga, transcurrió el 20 de octubre de 1958 y ya seis días después las fuerzas de ambas columnas combatieron unidas en Güinía de Miranda, luego, en Caracusey y posteriormente en Banao, donde Bordón le reclama al Che que se está exponiendo demasiado en aquel combate casi cuerpo a cuerpo: «Parece que usted quiere que lo maten –le dijo– y tanto que habla de disciplina».

Según cuenta el escritor y periodista José Antonio Fulgueiras en su libro Víctor Bordón: el nombre de mis ideas, apenas un mes después de la reunión de Las Piñas en la que Bordón fuera rebajado a capitán, el Che le confía la toma del aeropuerto del central Santa Isabel, en la periferia de Fomento, desde donde partía una avioneta que los rebeldes llamaban La Chismosa, encargada de darle a la aviación militar las coordenadas para bombardear a las tropas revolucionarias.

Como «una historia increíble» califica el historiador e investigador mexicano Paco Ignacio Taibo II la actividad unitaria desplegada por el Che en el Escambray

Aunque pierden a dos de sus combatientes, la acción del 19 de noviembre constituye un éxito militar para las fuerzas revolucionarias, pero, por error, el Che fue informado de que los hombres de Bordón se encontraban rodeados y en una muestra de altruismo se lanza en solitario a todo galope hasta llegar al lugar, donde afortunadamente encuentra a los rebeldes festejando el triunfo y en gesto de inusual efusividad abraza al capitán vencedor y le restituye sus grados con una ceremonia que solo tuvo tres palabras: «Buen trabajo, Comandante».

Dicen que Bordón reciprocó aquel ascenso tan atípico con una frase que ya revelaba la relación de amistad y confianza creada en pocos días entre los dos jefes: «Coño, me los quitaste delante de todo el mundo y ahora me los devuelves estando tú y yo solos».

LA CAMPAÑA INCREÍBLE

Dos meses y medio exactos le bastaron al Che Guevara para poner patas arriba un vasto territorio de la antigua provincia de Las Villas, saldo difícil de imaginar cuando se conoce la falta de unidad que predominaba entre los grupos revolucionarios de la región, las contradicciones con la dirección del propio M-26-7 en la zona central –es pública la polémica con Enrique Oltusky sobre la manera de financiar la guerra– y la superioridad militar del régimen decadente.

Cuando ya ha caminado cientos de kilómetros para reconocer el terreno que está pisando topográfica y políticamente, incluidos varios intentos por mejorar las relaciones con la dirección del Segundo Frente, y ha creado las condiciones mínimas para la lucha, el Che le hace saber a Fidel sus intenciones de poner a descansar dos días a la columna, «reorganizar a la gente que queda aquí, dar todas las instrucciones necesarias para la creación de todos los centros que necesitamos para el cuartel general (…) y salir con parte de la tropa y la mala bazuca a destrozar cuarteles».

Las acciones llevadas a cabo a finales de noviembre de manera coordinada entre el M-26-7 y el Directorio que incluyeron algunos cuarteles de la premontaña, bloqueos y emboscadas en las carreteras, cortes de líneas eléctricas y vías férreas y atentados contra convoyes militares prueban que la dinámica establecida después de la toma de Güinía de Miranda estaba en marcha.

Como «una historia increíble» califica el historiador e investigador mexicano Paco Ignacio Taibo II la actividad unitaria desplegada por el Che en el Escambray, donde al cabo de 45 días ya había organizado a sus invasores, sumado a su columna la guerrilla que el M-26-7 mantenía en la sierra, subordinado a las milicias y a las fuerzas clandestinas del llano, firmado un pacto con el Directorio, lanzado un proyecto de reforma agraria, hostigado varios cuarteles y creado una infraestructura decorosa para el entrenamiento de las fuerzas de reserva.

Solo faltaba una prueba y en ella también saldrían airosas las fuerzas revolucionarias: el enfrentamiento a la ofensiva batistiana de finales de noviembre que lanzó un millar de hombres, aviones y tanques en tres direcciones por la zona del Pedrero y terminó con un atolladero para el ejército, que a todas luces se mostraba incapaz de reconquistar el lomerío.

Había llegado entonces la hora de partir la isla en dos justamente por su misma cintura, como había indicado Fidel; conquistar el llano, donde el régimen mantenía los cuarteles bien posicionados, y si era preciso –como efectivamente ocurrió en cuestión de días– ir sobre Santa Clara, una estrategia que habría sido impensable sin las energías que antes había insuflado el Escambray.

Liberación de pueblos y ciudades en 1958
15 de diciembre:
Liberada Tunas de Zaza por fuerzas del Directorio Revolucionario 13 de Marzo.
Ocupado Mapos por milicianos al mando del capitán Erasmo Rodríguez (Armando Acosta Cordero).
17 de diciembre:.
Milicianos del Ejército Rebelde ocupan Taguasco cuando los soldados enemigos abandonan la población.
18 de diciembre:
Liberan Fomento efectivos de la Columna Invasora No. 8 Ciro Redondo y del Directorio Revolucionario 13 de Marzo.
20 de diciembre:
Tropas rebeldes incursionan en Banao —que ya había sido atacado el día 5— y lo toman.
21 de diciembre:
Liberado Guayos por pelotones del Ejército Rebelde.
22 de diciembre:
Fuerzas rebeldes liberan Cabaiguán al mando del Comandante Ernesto “Che” Guevara.
23 de diciembre:
Es liberado Sancti Spíritus por tropas de la Columna No.8 y del Directorio Revolucionario 13 de Marzo.
30 de diciembre:
Es tomada Trinidad por tropas del Directorio Revolucionario 13 de Marzo.
Fuerzas del Movimiento 26 de Julio liberan Jatibonico.