Nos costó sangre, pero llegó la Victoria

De vuelta al Escambray por los trillos de la memoria de Mario Rodríguez Valero, un hombre que alfabetizaba y a la vez enfrentaba los bandidos de la zona

Mario Rodríguez Valero
Mario Rodríguez Valero

Todavía huele la pólvora de las cajas de balas que lo acompañaban mientras ascendía con su jeep los trillos que sólo las arrías de mulos trazaban en su ir y venir por todo el lomerío del Escambray.

Todavía siente el sabor de las sardinas, la carne rusa y la col curtida, la comida apurada de meses y meses de insomnios. Todavía le duele el puñetazo con que intentó derribar el árbol que balanceaba los despojos de un maestro casi niño asesinado. Todavía llora su muerte…

“La gente no se imagina cómo fue hacer una Campaña de Alfabetización, orientada por Fidel, en medio de una guerra, donde se nos quería liquidar, asesinar y detener, y nosotros en aquella lucha porque no se podía dar un paso atrás”.

Y otra vez revive los duros meses, desde abril a diciembre de 1961, de la alfabetización en medio del corazón del bandidismo. El tiempo le devuelve el uniforme verde olivo, y sus inseparables fusil M-52 y subametralladora checos. Regresan los compañeros, colaboradores y jefes de entonces: Almeida, Milián, Félix Torres, Gelasio León, Olga Villa, Rojas, Ortelio, Chau Piedra, Marturelo, Pineda, Oropesa, Evelia…; todos los que la memoria aún alcanza.

Mario Rodríguez Valero, con 23 años y después de ganar una gran batalla allá por las arenas de Girón, llega a Trinidad con su cargo de coordinador de la Campaña de Alfabetización en el bloque No. 1, del plan especial del Escambray.

Otra vez monta su Estado Mayor en Rancho Consuelo, acomoda la espalda a su hamaca colgada en cualquier arboleda de esos montes infinitos y vuelve a ser el vigía de tantos y tantos muchachos y muchachas que se impusieron a las balas y al exterminio por la sabiduría  de las primeras letras y números.

“A mí me designaron para este último puesto. Era el lugar más difícil del país. Cuando aquello, aunque anduvieras en jeep, había que ir más o menos, como si fueras en mulo. Hoy se dice fácil, pero los bandidos te podían acechar en cualquier lugar. Por toda esta zona, Condado, Méyer, Pitajones, Polo Viejo, Topes de Collantes; de Cuatro Vientos hacia atrás, hasta Charco Azul… operaban las bandas de Carretero, Blas Tardío, Cheíto León, Pedro González…, como ocho o nueve”.

¿Cómo organizó todo aquello?

Primero descentralizamos una serie de campamentos. Creamos zonas y subzonas y nos fuimos llevando a los muchachos para las casas de los campesinos y granjeros. Teníamos alfabetizadores de casi todas partes de Cuba, de 13, 14, 15 y algunas excepciones de 16 años.

En un momento eran unos 3 000 porque se decidió apoyar con una cantidad de brigadistas Patria o Muerte, que eran obreros seleccionados de las tabaquerías de Cabaiguán, Taguasco, Zaza del Medio, Sancti Spíritus y de Cienfuegos, de allí recibí como 1 000, muchos eran trabajadores de la construcción. Esos fueron para los lugares más intrincados y les di un arma o dos para que se defendieran.

Por zonas ubicamos un asesor técnico, casi todas mujeres. Podían ser normalistas o voluntarios de los cinco picos que mandó a formar Fidel en la Sierra Maestra.

Tenía cinco jeeps rusos que Fidel le había dado a Almeida para la Campaña en el Escambray. Andábamos todos armados y llevábamos arriba un buen cargamento de balas para cualquier eventualidad.

En condiciones tan difíciles ¿cómo podían garantizar la seguridad de tantos maestros, adolescentes en su mayoría o muy jóvenes?

Se tomó la decisión de que por la noche no se podía mover ningún maestro hacia ninguna otra casa. Hablábamos mucho con la gente que los tenía, que los cuidaran como si fueran sus hijos. Hasta trabajar la tierra era duro. Los guajiros tenían que irse en grupos y llevar fusiles para defenderse, hay ejemplos de familias, como los Villalobos, que trabajando en el campo tuvieron que fajarse con una banda.

Teníamos una estrecha vinculación con los compañeros del Ejército, cuando eso con el primer teniente Manuel Chau Piedra. Yo radicaba en Rancho Consuelo y ahí nos informábamos de los movimientos de las bandas. Si una de ellas se acercaba a los brigadistas nosotros nos trasladábamos  hacia esos lugares por un día o dos. Cerca de la casa, en las arboledas, amarrábamos las hamacas y nos quedábamos con los muchachos por si bajaban los alzados.

¿Alguna vez tuvo que enfrentar a los bandidos?

En las reuniones que yo tenía semanalmente en Santa Clara para informar la marcha de la Campaña, siempre me preguntaban cuántos campesinos había alfabetizado y cuántos bandidos había capturado. Ya eso era una costumbre, pero un día en la zona de Puente Azul, ahí en Trinidad, rumbo a la costa nos fajamos con una banda. La maestra de allí nos había informado que 17 personas no se querían alfabetizar, y al llegar se armó tremendo tiroteo porque prácticamente ahí estaban parando unos bandidos.

¿Cuántas veces intentaros asesinar a un maestro?

Varias. Por ejemplo, en la cooperativa 24 un día la banda de Carretero vino a liquidar a un campesino y a su familia. Allí estaba un brigadista de Cárdenas que le decíamos Tarzán, no recuerdo ahora su nombre. Ese campesino tenía una trinchera alrededor de la casa. Los bandidos trataron de llegar, pero ellos les cayeron a tiros. A un hijo del guajiro se le encasquillo el fusil, y Tarzán, que era muy rápido y vivo, lo cogió, lo arregló y empezó a disparar hasta que le dio un tiro a uno en el estómago y banda se retiró.

A otro maestro, en La Pastora, un mulatito clarito de Santa Clara también casi lo matan. A ése le pusieron hasta la soga en el cuello, pero milagrosamente se zafó cuando uno de sus dos verdugos fue a aguantar al campesino que estaba con él, y pudo escaparse corriendo para Trinidad.

En Méyer arriba me secuestraron a un maestro voluntario que se llamaba David. Me lo llevaron y le caímos atrás con una compañía de la milicia. Al cuarto día de persecución los encontramos amarrado en un monte. Todavía no sé por qué no lo asesinaron.

¿Y los muchachos no sentían miedo, eran casi niños?

Sinceramente te voy a decir una cosa, la historia tiene que ser real, tal como fue. Los muchachos no tuvieron miedo en ningún momento. Ni después del asesinato de Ascunce. Vinieron madres y padres de varios lugares y no se pudieron llevar a ninguno.

Era un momento profundamente histórico y muy revolucionario. Te voy a poner el ejemplo de un muchachito de 13 años de La Habana que una banda iba a secuestrar en Yaguanabo arriba. Cuando llegamos a buscarlo no se quería ir, ni la familia quería que me lo llevara. Pero ante el peligro de muerte tuve que dejar a un maestro Patria o Muerte, un tabaquero de Cabaiguán, primo hermano mío.

Te puedo poner el ejemplo del batey, de Araca, donde teníamos a varias muchachas de 13 a 15 años. El lugar estaba siendo asediado por la banda de Pedro González, tremendo asesino. También la milicia le tenía tirado un cerco. Cuando yo me entero, voy de inmediato para allá y paso el cerco. Al llegar, me encuentro que la población les estaba dando un nivel de protección a todas. Las escondieron en los escaparates, entre dos colchonetas, pero ninguna se fue.

¿Qué pasó con el resto de los brigadistas después del asesinato de Ascunce?

La muerte de Ascunce fue el momento más difícil de todos. Habíamos ido bordeando miles de problemas y ya íbamos saliendo victoriosos, sin tener una víctima. Al regresar del funeral nos reunimos todos en la escuelita de Casa de Tablas, que está al lado de la carretera. Ahí nos tiramos una foto con la bandera cubana e hicimos el juramento, con nuestras firmas, de permanecer hasta el final de la Campaña de Alfabetización.

Nosotros teníamos  la responsabilidad histórica de cumplir las orientaciones y las ideas de Fidel. Alfabetizamos cerca de 3 000 a 4 000 campesinos del Escambray. Hicimos un gran desfile y desplegamos una bandera cubana inmensa que luego se llevó hasta La Habana para el acto con Fidel en la Plaza. Nos costó sangre pero llegó la victoria.

Por: Katia Monteagudo