Mucho se ha escrito sobre la fundación de las siete primeras villas en el territorio insular y, a pesar de que no quedan evidencias documentales de ningún tipo como para refrendar los actos oficiales de poblamiento,

En los años anteriores del “Grito de Yara” el panorama socioeconómico y político de Sancti Spíritus era prácticamente de estancamiento producto a la existencia aún de relaciones de producción permeadas de rasgos feudales.

Los terratenientes espirituanos conocían que estaban rezagados en el progreso industrial y el desarrollo de los movimientos políticos reformistas. La necesidad de suprimir el trabajo esclavo y librarse de las barreras fiscales y del capital comercial español, se presentaba imperiosa y apremiante.

La metrópolis autoriza la formación de Gremios que agrupaban panaderos, escogedores, tabaqueros, albañiles, barberos, carpinteros y artesanos, constituyendo una mísera dádiva colonial. La formación de gremios pronto daría sus frutos, pues mucho de sus integrantes tomaron las armas en las guerras emancipadoras.

La educación y la cultura habían tenido muy poco progreso.

Estos elementos que muestran el grado de explotación colonial que España ejercía (con más o menos variaciones se repiten a lo largo de la Isla), así como la madurez política alcanzada por ciertos sectores de la burguesía criolla que avivaron sus sentimientos nacionalistas, constituyen las causas de carácter interno que motivaron el alzamiento del 10 de octubre de 1868.
Los principales factores externos que ejercieron su influencia fueron la existencia en España, desde el mes de septiembre de 1868, de una revolución nombrada “La Gloriosa”, y la atmósfera antiespañola que existía en las naciones hermanas del continente, las cuales hicieron pensar a los independentistas cubanos que había llegado el momento de ponerse en combate para alcanzar la independencia.

Guerra de Independencia

Las Guerra de Independencia comenzó en la Isla el 24 de febrero de 1895. El territorio espirituano se insertó en este movimiento armado el 15 de mayo, también de 1895, con el pronunciamiento de Luis Lagomasino en la finca La Cueva, cerca de Tunas de Zaza, al frente de una pequeña partida de patriotas. El gesto espirituano quedaría como la conmemoración de una fecha histórica, pues no significó un enfrentamiento con las fuerzas españolas, debido a la falta de recursos para la guerra y también, a la limitada incorporación local por no ser Lagomasino un caudillo aglutinador de hombres.

El desafío contra el régimen colonialista tomará verdadero impulso al desembarcar los principales jefes villareños por Punta Caney, Tayabacoa, el 24 de julio de 1895. Al frente de los patriotas los generales Carlos Roloff y Serafín Sánchez. “Este pueblo se ha desbordado desde que llegamos. Por todas Las Villas mucha gente insurrecta y mucho entusiasmo. El gobierno español muy mal, con pocas tropas, casi a la defensiva”

Dada la posición geográfica de Sancti Spíritus y la importancia de la campaña militar invasora que se avecinaba, el General en Jefe Máximo Gómez tomó como base de operaciones al territorio, reorganizó el Cuarto Cuerpo del Ejército Libertador de Las Villas, nombró como jefe al brigadier Serafín Sánchez, y se dio a la tarea de preparar el recibimiento del contingente invasor.

Transcurrido con éxito la invasión mambisa, que tocó las puertas de La Habana en enero de 1896, la sustitución del Capitán General Don Arsenio Martínez Campos por el tristemente célebre Don Valeriano Weyler y Nicolau, Marqués de Tenerife, se hizo inminente. La metrópoli necesitaba un militar fuerte y encontró en Weyler la figura capaz de poner en vigor los ensayos de reconcentración campesina que se realizaron durante la Guerra de los Diez Años. La política de eliminar el apoyo rural a los libertadores tuvo en el presbítero, doctor Juan Bautista Casas, exgobernador del Obispado de La Habana a su más recalcitrante ideólogo, y en Weyler al gestor. El 10 de febrero de 1896, llegó el general español a La Habana con la honrosa misión de concluir la guerra; emitió el primer bando sobre la Reconcentración el 21
de octubre, que afectó sólo a la provincia de Pinar del Río.

En enero de 1897 se aplicó en Las Villas la criminal política de ordeno y mando que prohibió extraer de las ciudades víveres, ropas y medicinas. El exterminio weyleriano se hizo sentir con especial ensañamiento en las ciudades de Sancti Spíritus y Trinidad, por ser cabeceras municipales fortificadas. También el desarrollo de la exitosa campaña en La Reforma jatiboniquense en 1897 y 1898, protagonizada por el General en Jefe Máximo Gómez, y la cercanía al teatro de operaciones de los ejércitos contendientes, motivó enviar hacia esas ciudades gran número de familias de los barrios rurales adyacentes para cortar las posibles vías de aprovisionamiento de los insurrectos, aunque estas medidas no fueron del todo eficaces.

La población campesina, además de ser víctima de la Reconcentración, específicamente en la ciudad yayabera, fue utilizada como mano de obra en las construcciones defensivas.

A la par el gobierno colonial demostró su desinterés por aliviar la situación de mujeres y niños en la localidad al negar un permiso de ventas de ropas y zapatos.

La llegada de Valeriano Weyler a Sancti Spíritus el 16 de febrero de 1897, causó efectos negativos en la población que rechazaba sus sanguinarios métodos; y provocó, hasta en los partidarios del régimen colonial, como es el caso del autonomista y Alcalde Municipal de Sancti Spíritus, Lic. Marcos Garcías de Castro, testimonio que desestima para la historia el proceder inhumano del representante de la metrópoli española en la Isla.

La Reconcentración fracasó y, a fines de octubre de 1897, el entorchado Capitán General se marchaba de Cuba sustituido por su incompetencia militar y política. La partida del Marqués de Tenerife no alivió la situación de los reconcentrados, que sufrieron desde abril de 1898 el bloqueo naval norteamericano.

Oficializada la declaración de guerra, el 25 de abril de 1898 la fuerza norteamericana –con mayor potencia de fuego y blindaje- aplicó el plan previsto para bloquear los principales puertos de la Isla. En esta singular coyuntura, las manifestaciones de desunión e ingenuidad política en el Consejo de Gobierno y el Ejército Libertador, conllevaron a la aceptación cono hecho consumado, de la intervención en el conflicto hispano-cubano,
perdiéndose el pensamiento previsor de próceres de la talla de José Martí, los Maceos y Serafín Sánchez, los cuales advirtieron el peligro que representaba para la independencia de Cuba la vecina nación del Norte.

Guerra Chiquita

Poco duró la Paz del Zanjón, pues con la protesta de Maceo en Baraguá y el incumplimiento de la totalidad de las reformas prometidas, los descontentos siguieron conspirando y el 26 de agosto de 1879 se dio el nuevo grito de guerra en Oriente y fue secundado simultáneamente, el 9 de noviembre, por Carrillo en Remedios, Núñez en Sagua y Serafín Sánchez en Sancti Spíritus.
También en Arroyo Blanco se levantó en armas Francisco Jiménez (Pancho).

En Las Villas, los insurrectos carecían de todo auxilio interior y exterior y a pesar de la proclama de Serafín Sánchez convocando a las armas, con fecha del 9 de enero de 1879 y dirigida a los Jefes de Zona llamándoles a ocupar su puesto, no fue atendida, no solamente, sino que muchos de los que salieron después, por estar comprometidos con el alzamiento, se acogieron a indulto presentándose al enemigo en Cabaiguán.

La reacción española concentra sus fuerzas en la jurisdicción espirituana, y el general Blanco activa personalmente las operaciones. La prensa pone toda su propaganda al servicio del gobierno español.

En agosto de 1880 termina la Guerra Chiquita. Muchos fueron los factores que condujeron a su fracaso: falta de recursos, falta de apoyo, campaña perniciosa de los autonomistas. En ese propio mes Serafín Sánchez capituó por y se embarcó para el extranjero en un vapor americano, acompañado por Río Entero, José Medina y Plutarco Estrada. Comenzaría una etapa de preparación para la Guerra Necesaria.

Acta de la Protesta de Jarao

El acta original se encuentra en el Archivo Nacional de Cuba, en fondo Academia de la Historia, caja 413, Nro. 367.
En el lugar denominado “Hornos de Cal” inmediato al poblado de Jarao, a quince de abril de 1879, el brigadier Cubano Ramón Leocadio Bonachea reunió en su presencia a los jefes oficiales y demás patriotas que hasta la fecha han estado sirviendo a sus órdenes, y les dirigió la palabra haciéndoles
presente que cuando a principio del año próximo pasado tuvo conocimiento de las estipulaciones en el Zanjón, no las aceptó por considerarlas perjudiciales para el pais y porque mantenia la creencia de que no contento los habitantes en su generalidad con la dominación española ni con la preponderancia que en virtud de ella habían de ejercer en los pueblos de Cuba los hombres procedentes de la península y especialmente los militares y
empleados, prontos se reunirian a su alrededor patriotas en números suficientes y se organizarían fuerzas más o menos poderosas que harían recobrar a la Revolución la pujanza de sus mejores tiempos. En tal concepto e inspirado solo por su amor a la patria, continuó luchando por la libertad e independencia de ella y arrastrando todos los peligros y dificultades consiguientes al aislamiento a que habian quedado reducidos después de verificada las mencionadas estipulaciones. Pero habiendo transcurrido más de
un año sin que el pueblo de Cuba respondiese al llamamiento que se le hacía y habiéndole manifestado muchos patriotas residentes en las ciudades y poblaciones y algunos de los mismos jefes capitulados que su actitud hostil en medio de la pacificación ya efectuada al paso que le granjeaba el aprecio de los patriotas por su abnegación y liberalismo, perjudicaba al mismo tiempo los intereses del pais, porque imposibilitaba los trabajos agrícolas,
comprendia que era ya llegado de reflexionar sobre la situación actual y resolver lo que más conveniese a la Isla de Cuba.

Con tal objeto había conferenciado con algunos compañeros, oído el parecer de patriotas notables y notoriamente prudentes, y consultado algunos jefes capitulados y enterado de la miseria que pesaba sobre las familias residentes en el territorio que habia sido teatro de la guerra, asi como también de que el pueblo se mostraba conforme con las instituciones liberales prometidas por el Gobierno español según ellos, dignamente representado en esta Isla por el General Martínez Campos, cuyas disposiciones demostraban indudablemente tendencia a mejorar la suerte de
los cubanos y ponerlos en poseción de sus naturales derechos haciendo desaparecer toda desigualdad entre insulares y peninsulares, a creido conveniente y beneficioso para el pais deponer las armas, abandonar la actitud hostil, y retirarse de la Isla con aquellos de sus compañeros que asi lo deseen, pudiendo los demás tornar a sus lugares aprovechando la palabra, las promesas y la buena fe del Gobierno que se muestra dispuesto a dar a todos acogida y protección franca con lo cual aspira a que,
restablecida la tranquilidad en el territorio, puedan sus conciudadanos dedicarse a la reconstrucción de sus fincas.

Declara en consecuencia que sus intenciones son conformes a las explicaciones aquí contenidas, y que su resolución de dejar las armas y retirarse obedece solamente al deseo de no interrumpir la reconstrucción del pais sin beneficio alguno para la causa de su independencia, bajo la inteligencia de que de ninguna manera a capitulado contra el gobierno Español ni con sus autoridades y agentes, ni se ha acogido al convenio celebrado en el Zanjón no con éste se halla conforme bajo ningún concepto.
Así lo expuso dando las gracias más cordiales a los jefes oficiales y demás compañeros que con él han operado y servido, por su abnegación y patriotismo demostrado en todas ocasiones y manifestandoles que quedaban todos en libertad de retirarse a donde mejor les conveniese, en la firme persuasión de que donde quiera que se hallase; allí podrían contar con su buen afecto, gratitud, y benevolencia.
Enterados de estas manifestaciones Don Juan Bautista Spotorno, Don Serafín Sánchez, y Don Juan Pablo Arias, Jefes capitulados, así como los demás concurrentes firman este documento juntamente con el Brigadier Bonachea y conmigo su secretario, agregando también sus nombres algunas personas que sin haber estado presentes, han coadyuvado a preparar la determinación que en el propio documento se explica.

FIRMAN

Serafín Sánchez.

Juan Bautista Spotorno.

Juan Pablo Arias.

Antonio Nicolao.

Rafael Félix Pérez.

Miguel M. Gómez.

Tomás De Pina y Gómez.

Cirilo A. Cancio.

Pedro Ignacio López.

L. Carbonell.

El Brigadier Gral Ramón Leocadio Bonachea.

El Secretario Emilio O. Tamayo.

* Se respetó la ortografía original del Documento.


Referencia: Archivo Histórico Provincial “Mayor General Serafín Sánchez Valdivia”.

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