Cuando salvar no es un simulacro (+fotos)

Un cuarteto de espirituanos, quienes integran el Destacamento de Salvamento y Rescate de la provincia, revelan historias de salvación en las que han puesto en riesgo hasta sus propias vidas

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La mejoría de la técnica ha permitido agilizar las labores de rescate. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

En medio de la boca de lobo que se había vuelto a esa hora aquel pedazo de carretera en Banao, apenas se vislumbraban la amarillez de la cinta que indicaba “No pase”; las gomas del Kaz 700 que habían quedado patas arriba y las luces incandescentes, hasta de celulares, que intentaban alumbrar la oscuridad. Eran las nueve de la noche y lo único que se veía era la cabeza de ese hombre, cuyo cuerpo se había quedado atrapado bajo el Kaz —ese equipo agrícola—, luego de aquel accidente.

Y los socorros llegados de todas partes y la faena de aquellos muchachos para sacar al chofer de abajo del artefacto, casi a la una de la mañana, con vida.

Solo un pasaje. Otro día, en una de esas jornadas de incesante temporal cuando el río Agabama suele desbordarse y comunidades como FNTA, Caracusey… se tornan una especie de Macondo, lo único que da pie en medio de la crecida es esa lancha salvadora que llega sin avisos. Los ancianos y los niños y hasta los hombres en brazos de aquellos otros hombres para salvaguardar la vida.

De tan cotidianas estas y otras historias van viviéndose, la mayoría de las veces, anónimamente. No visten trajes de superhéroes; debajo de aquel uniforme verde con aquellas franjas fosforescentes solo habitan hombres comunes que lucen proezas de más.

Hasta hoy son cuatro. Ellos integran el Destacamento de Salvamento y Rescate, perteneciente al Comando Provincial de Bomberos.

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El accidente del avión en Mayábuna, en 2010, fue uno de los sucesos más connotados que ha enfrentado el destacamento. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

PASAJES DE SALVACIÓN

Dicen que nadie como El niño de María Antonieta, aquel hombre que se apodaba y se conocía así y que residía en el Consejo Popular de Kilo-12, para sacar a pulmón a un ahogado. Dicen que primero ponía un plato con una vela encima y donde se quedaba estacionario, flotando, era el punto exacto en el que luego se zambullía para sacar a la víctima.

Corría la década del 80 y eran los inicios de lo que hoy es el Destacamento de Salvamento y Rescate. Cuando aquello solo había unos cuantos en plantilla dispuestos a arriesgarse, otros voluntarios y un grampón para rescatar, algunas veces, a los ahogados. De entonces a la fecha se ha especializado el personal, se han mejorado los medios técnicos y se han multiplicado las acciones.

De acuerdo con el mayor Ernesto Triana Caturla, jefe del Comando Provincial Protección contra Incendios Sancti Spíritus, la labor de los rescatistas comienza desde que surge la emergencia y termina cuando todo regresa a la normalidad.

“El equipo de rescate se activa en situaciones excepcionales de fenómenos naturales, como ciclones, o ante la desaparición física de cualquier persona en la cual haya que realizar las labores de búsqueda en agua. También este destacamento participa en acciones de derrumbes totales o parciales, así como en accidentes desde el punto de vista masivo con características que lo requieran”.

Para integrar esa especie de pelotón de arriesgados no basta con la vocación ni con haber pasado allí, como sucede en muchos casos, el Servicio Militar Activo; se precisa de una preparación rigurosa. Lo devela el subteniente Alian Heguys Moya, primer técnico de salvamento y rescate, quien lleva dos décadas en estas labores.

“Se efectúa un chequeo médico integral en el Hospital Naval, de La Habana, donde te hacen exámenes psicológicos y físicos y después se realiza el curso integral de rescate y salvamento en la Escuela Nacional de Bomberos por seis meses. Allí te dan diferentes asignaturas como primeros auxilios, medios de rescate y salvamento, accidente vehicular, todo lo que tiene que ver con cuerdas para el trabajo en alturas, el buceo —que es la asignatura más fuerte que lleva mucha preparación física—, natación, táctica de rescate…”.

Solo después es que la práctica comienza a enseñar más que la academia. Tanto que se aprende a lidiar hasta con los sobresaltos tan humanos, se aparenta tranquilidad aunque la situación convide a poner los pelos de punta y se salva sin mirar los riesgos que circundan.

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Suboficial Yosniel Llerena Lazo. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

Quizás por eso una de las experiencias que ni el tiempo ha podido desechar de la memoria fue la caída de aquel avión en Mayábuna, en el 2010. A Alian aún le parece ver el fuego encandilándole los ojos: “Ese es el servicio que más me ha impactado. Fallecieron 68 compañeros —es la primera vez que tenemos un accidente tan grande en nuestra provincia— y fue una labor de trabajo inmensa, pues empezamos desde las ocho de la noche hasta el otro día a las cinco de la tarde que se terminaron de retirar los últimos cuerpos. Primero se hizo una labor preventiva de extinguir el incendio de tal forma que no se regara la descomposición de los cuerpos para que todos quedaran en la misma posición y así facilitar la labor de los peritos. Por las manos nuestras y de Yalexis, que también participó en ese servicio, pasaron los 68 cuerpos, pues fuimos los que los trasladamos hasta los camiones de enfriamiento que eran los que los iban a llevar a La Habana”.

Acaso por la impotencia ante el fallecimiento de otros o porque se saben entrenados para preservar, a toda costa, la existencia, son esos, los casos de decesos, los que más heridas dejan a la vuelta de los años. Así lo confirma el primer suboficial Yalexis Delgado Medinilla, quien desde hace tres quinquenios integra el Destacamento: “Una vez tuve que traer a un niño que se ahogó. Su papá estaba pescando y él se quedó en la orilla y se le viró la cámara. Ahí hubo que hacer labores de búsqueda en el lugar. En el avión hubo muchas víctimas, pero cuando tú ves a un niño, que lo ves allí, eso te impacta”.

Por suerte, abundan servicios en los que las personas logran sobrevivir, en los que sobran los aplausos de quienes se congregan alrededor y presencian luego cuando rescatan a alguien atrapado, en los que el valor se torna rutina.

“En los nueve años que llevo aquí —confiesa el suboficial Yosniel Llerena Lazo, el más joven del actual cuarteto— he tenido que participar en varios accidentes masivos. El más reciente fue el ocurrido en las cercanías del Psiquiátrico de Cabaiguán, donde el chofer que manejaba la guagua Transtur quedó atrapado y gracias a nuestra labor, y la de otros compañeros, se pudo sacar con vida”.

Ha sido posible gracias a la destreza fogueada en tantos y tantos eventos y a la renovación de la técnica que ha permitido, además, agilizar rescates.

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Subteniente Alian Heguys Moya, primer técnico de salvamento y rescate. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

SIN MIEDO AL PELIGRO

Todavía el subteniente Alian siente escalofríos al recordar el día en que se quedó atrapado a casi 15 metros bajo tierra. La boca abierta del pozo aquel, en Condado, se había tragado una barrena e intentaba dejarlo trabado a él también. Sin pensarlo había bajado hasta tocar agua y se había zambullido para destrabar la barrena; cada vez que pretendía subir la tensión del tanque de buceo en su espalda lo impedía. Y las burbujas cada vez más frecuentes develando toda agitación.

“Ese pozo se estaba haciendo para darle agua a la comunidad y la barrena se había quedado trabada —rememora Alian—. Hasta el agua había unos 15 metros y de ahí para abajo, como 30 más. Cada vez que enganchábamos la barrena que empezaban a halar se partía el cable y traté de engancharlo más abajo y me quedé atorado en el pozo. Estuve casi un minuto así porque se me atoró el tanque de buceo en la camisa del pozo y pasé un aprieto. Se me ocurrió jalar la barrena por un lado y con la mano izquierda echar el tanque para adelante y le pude dar a la jaleta y ascender un poquito y me destrabé”.

No es una rareza, cada vez que la alarma se activa para convocar a un servicio el peligro se cierne sobre sus propias vidas también. Sucede lo mismo en inundaciones y hasta cuando se ha trabado la estrella del parque de diversiones y ha sido preciso arrear a las personas desde la cima por cuerdas.

En todo este tiempo, amén de la experiencia, se ha enriquecido la disponibilidad de medios técnicos para ejercer tales labores. Lo confirma el mayor Ernesto Triana Caturla: del 2006 a la fecha la tecnología es otra. “Ganamos mucho en equipamiento. Ahora se dispone de un carro con aire acondicionado que tiene de conjunto el hormato —aparato capaz de levantar 8 toneladas de agua—; las almohadillas, que trabajan bajo presión; equipos de luces; cinco cilindros de oxígeno para las actividades de buceo; cuatro equipos de moto —tanto moto disco como motosierra— y un extractor de humo. Además, tenemos tres tipos de camillas y para las labores de rescate y salvamento ante inundaciones o búsquedas en presas se cuenta con un bote plástico con capacidad de traslado de hasta 10 personas y dos motores”.

Mas, el destacamento tampoco realiza un trabajo en solitario, se vale, también, de quienes integran la Cruz Roja. Así han podido ir contando de a poco pasajes donde pesan las heroicidades por más que se empeñen en describirlas tan comunes. Podría contarse el accidente de aquel tren en Tuinucú o el siniestro acaecido en años pasados en Jatibonico. Es una misión a tiempo completo.

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Primer suboficial Yalexis Delgado Medinilla. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

Tanto que ni el sueño en casa es tranquilo. A veces, ante el toque incesante de aquella sirena en la unidad se activa hasta el móvil particular en medio de la noche. No importan días ni horarios. A esas horas solo vale despabilarse, enfundarse en aquellos overoles de franjas fosforescentes, ponerse el casco, calzarse las botas y salir a desafiar peligros. Lo saben desde la primera vez: para ellos salvar no es un simulacro.  

Dayamis Sotolongo

Texto de Dayamis Sotolongo
Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez por la obra del año (2019). Máster en Ciencias de la Comunicación. Especializada en temas sociales.

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