Ante la COVID-19: ¿indisciplina o ingratitud?

A más de seis meses de aparecer en Cuba, el virus SARS-CoV-2 continúa obligando a medidas de protección que muchos ignoran, aunque debieran acatar, como mínimo, en señal de gratitud

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La responsabilidad individual resulta vital para evitar consecuencias fatales ante el rebrote de la COVID-19. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)
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La responsabilidad individual resulta vital para evitar consecuencias fatales ante el rebrote de la COVID-19. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

Como mismo muchos pensaron que el SARS-CoV-2 difícilmente entraría a Cuba —concordemos en que estaba lejos, muy lejos allá, en China y en Europa—, o dudaron de que el país cambiaría tan radicalmente su rutina por causa de la enfermedad que traía consigo, pocos imaginaron que el caos se prolongaría durante tanto tiempo.

En los primeros meses todo no solo parecía, sino que estaba bajo control, con un sistema de vigilancia epidemiológica no visto en ningún otro país del mundo, al basarse en un proyecto innovador y dirigido a garantizar la salud de la ciudadanía desde los propios lugares de residencia: el Programa del Médico y la Enfermera de la Familia.

Poco a poco nos fuimos habituando al uso de esas mascarillas de tela que no por rústicas, en la mayoría de los casos, dejaron de ayudar. A ellas debemos, según los especialistas sanitarios, la reducción significativa en el número de contagios por infecciones respiratorias agudas en una etapa en la que solían surgir casi de la nada.

Pero junto a los nasobucos ha jugado su rol importante, también, el abandono parcial de los saludos efusivos a que estamos acostumbrados los cubanos, que si no damos un apretón de manos sentimos que nos quedamos cortos en cada encuentro, por frecuente que sea.

Ya lo habían advertido algunos analistas de prestigio y se había escrito en estas mismas páginas: la etapa pospandemia podría significar una realidad bien diferente de la que dejaríamos atrás, sin apenas roces físicos ni grandes aglomeraciones de público e, indefectiblemente, con mascarillas. Se habló, incluso, de rebrotes cíclicos que obligarían a períodos de cuarentena sí y cuarentena no.

Sucede, sin embargo, que la pandemia no ha quedado en el pasado y hay cubanos que no han aprendido siquiera a cumplir con la mínima regla de cubrir su rostro, como medida elemental para evitar que las microgotas de saliva expelidas por quienes le rodean penetren por su nariz y su boca. A algunos se les ha visto rezongar desde aquellos días iniciales de pánico, cuando consideraban exagerada toda regulación que limitara su libertad y se quejaban por ello.

Hoy, cuando Sancti Spíritus ha pasado de una tranquilidad relativa, por haberse visto libre de la enfermedad durante cuatro meses, a la alarma de un rebrote que abarca ya la mitad de sus municipios, hay todavía quien se siente indemne. De todo puede verse en esta fértil tierra del Yayabo, desde los nasobucos en las manos o el cuello hasta los que se llevan puestos sin cubrir la nariz, como si no fuesen las fosas nasales puertas idóneas para la entrada del virus que mata.

Es cierto: Cuba es un país donde el calor exaspera a veces y estamos apenas diciendo adiós a la parte más cruda de nuestro verano permanente. Pero en el archipiélago han enfermado ya más de 5 000 personas y muerto más de un centenar, pese a las muchas precauciones adoptadas desde que el coronavirus que puso al mundo en una alerta inédita apareciera aquí, justamente, por este territorio.

Ingratitud. Así denomino yo la conducta de unos cuantos insensatos que ponen al país, día tras día, cada vez más en el filo de la navaja. Si decidiéramos no temer por nosotros mismos —algo poco probable—, deberíamos pensar, entonces, en todos los que nos rodean. En familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos. Y deberíamos pensar, por obligación cívica, en los científicos que han puesto a un lado vida personal y seres amados para enfrascarse en una búsqueda incesante de fármacos y candidatos vacunales que contengan el avance de la enfermedad.

Actuar responsablemente en las actuales circunstancias no cuesta tanto. Algunos lo pregonan, pero no lo practican, como si se tratase de una consigna más cuya desatención no deja consecuencias. No se compara, sin embargo, con el esfuerzo de los trabajadores de la Salud que han estado en la zona roja, o más acá, desde que comenzó la contingencia.

Aunque el Estado no se jacte por ello, son millonarios los gastos en que ha incurrido durante todos estos meses de zozobra y desvelo, con el cuello apretado por un bloqueo que no cesa y sin los suministros imprescindibles. Que se hayan realizado miles de pruebas de PCR para diagnosticar la presencia del virus, sin que ninguno de los pacientes a quienes se les tomó la muestra pagara un centavo por ello, habla alto y claro del tipo de sistema de Salud que prima en Cuba.

Elocuente es también la asistencia gratuita a cada sospechoso de padecer la enfermedad, y a cada contacto de sospechoso, por cuenta de la cual los gastos, que incluyen transporte hasta y desde los centros de aislamiento, son altísimos. Tal vez, me digo, a fuerza de disfrutar gratuidades y de contar con una asistencia médica altamente calificada, nos hemos creído que lo merecemos todo y albergamos la certidumbre de que siempre vamos a ser salvados.

Nadie lo quiso así. Nadie pensó que a la vuelta de septiembre en Cuba y Sancti Spíritus los nuevos contagios se multiplicarían con los días. Pero la responsabilidad no es huérfana: recae, con raras excepciones, sobre los hombros de los que piensan en dónde tocaron sus manos, a quién abrazaron o en qué lugar reposaba su mascarilla solo cuando se saben implicados en uno de esos eventos de transmisión.

Tendrá que pasar alguna vez, pero por ahora no hay otra palabra de orden que precaver. Solo asumiéndola como el imperativo insoslayable que es estaremos ayudando a impulsar el país. Nos lo ha pedido, con toda la razón del mundo, Díaz-Canel, y nos lo habría pedido de igual modo Fidel, acostumbrado como estaba a enfrentar las adversidades con la mayor fortaleza a la que acudió siempre: el acompañamiento del pueblo.

Delia Proenza

Texto de Delia Proenza
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

9 comentarios

  1. ESTIMADA DELIA,
    CONSIDERO MUY APROPIADO SU REPORTAJE Y CONCUERDO CON USTED QUE LO QUE HA SUCEDIDO EN SANCTI SPÍRITUS ES PRODUCTO DE LA IRRESPONSABILIDAD Y NEGLIGENCIA DE ALGUIEN O ALGUNAS PERSONAS QUE NO HAN RESPETADO TODAS LAS DISPOSICIONES Y REGULACIONES QUE SE HAN DIVULGADO EN TODAS LAS INSTANCIAS. OJALÁ Y SE PUEDAN DESCIFRAR TALES INFRACTORES Y SE LES PUEDA PENALIZAR POR TRANSMISIÓN DE PANDEMIA. SOY TRINITARIO Y ACONSEJO A TODOS LOS ESPIRITUANOS Y COTERRÁNEOS A ATENDER Y CUMPLIR LAS MEDIDAS PROPUESTAS POR NUESTRA MÁXIMA DIRECCIÓN.MIS MÁS SINCEROS SALUDOS.

    • El que por su gusto muere la muerte le sabe a gloria, pero «los daños colaterales» saben a otra cosa.En Cuba la gente hace cosas que no se atrevería a hacer en otros países donde si se hace cumplir la ley.

  2. El 7 de julio de 2013, el entonces Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba, General de Ejército y Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, Raúl Castro Ruz, en su discurso de clausura de la I Sesión Ordinaria de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Popular Poder, sentenció:
    Hemos percibido con dolor, a lo largo de los más de veinte años de período especial, el acrecentado deterioro de valores morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás.
    (…).
    El delito, las ilegalidades y las contravenciones se enfrentan de manera más sencilla: haciendo cumplir lo establecido en la ley.
    (…).
    Conductas, antes propia de la marginalidad, (…), han venido incorporándose al actuar de no pocos ciudadanos, con independencia de su nivel educacional o edad.
    (…).
    Es sabido que el hogar y la escuela conforman el sagrado binomio de la formación del individuo en función de la sociedad, y estos actos representan ya no solo un perjuicio social, sino graves grietas de carácter familiar y escolar.
    (…).

    ¿Qué podemos decir hoy, a más de siete años de pronunciadas aquellas lapidarias palabras, en medio de los rebrotes de Covid-19 en nuestro país y de conductas trasgresoras del orden público, de no pocos ciudadanos, manifiestas en el acaparamiento y la especulación mercantilistas, el delito económico, el desacato a las autoridades sanitarias y policiales, la propagación negligente de enfermedades epidémicas letales, la omisión deliberada de medidas higiénicas para su enfrentamiento, control y extinción?
    Sobre coleros, revendedores, especuladores, acaparadores y otras raleas florecientes de contraventores, incluyendo a los que desoyen los llamados a la prevención sanitaria, penden muchas espadas de Damocles sostenidas por un débil pelo de crin de caballo, cuyas cabezas caerán si se hace efectivo, como parece ser, la afirmación del Primer Secretario del PCC, cuando sostuvo en aquella oportunidad que el delito, las ilegalidades y las contravenciones se enfrentan de manera más sencilla: haciendo cumplir lo establecido en la ley (…); ¡y muchas son las normas jurídicas de aplicación con que cuentan las instituciones estatales para combatir el morbo social: penales, administrativas y laborales!

    Si bien aquellas conductas, reseñadas en su discurso por el Primer Secretario del PCC, se gestaron a lo largo de los más de veinte años de período especial, las actuales se han incubado en el corto término de unos pocos meses, con tal grado de expansión que han contagiado a no pocos ciudadanos, en lamentable confusión con la morbilidad del flagelo viral.
    Por otra parte, las esperanzas cifradas en los esfuerzos educacionales a cargo de instituciones docentes y núcleos familiares, bien poco o nada han logrado en el curso de estos siete años, en la sutura de las grietas de carácter familiar y escolar escudriñadas por Raúl en su discurso; por el contrario, han hallado una palanca que las profundiza en sobremanera: la telefonía celular, internet y las redes sociales, apenas incipientes en aquel momento, herramientas formidables para robustecer el binomio formador del individuo en nuestra sociedad, pero, lamentablemente, devenidos en instrumentos desvirtuadores de la vida nacional cubana, con su siembra de banalidad, supercherías, ilusionismo, consumismo y egoísmo capitalistas.
    Todo ello, me pregunto, ¿es muestra de la incivilidad de no pocos ciudadanos.?Cierto. Pero, ¿qué es la incivilidad?
    Partamos en nuestra definición del término civilidad, acuñado en la Roma esclavista, como condición de civil, de ciudadano, de acatamiento a las reglas de conductas dictadas por las autoridades de la ciudad, del país.
    Si incorporamos el prefijo privativo “in” (supresión, negación) a la palabra en cuestión, todo su valor moral se desvirtúa, se degrada: desafortunadamente, tal es hoy la condición de no pocos ciudadanos cubanos.
    Tales conductas desdicen, en lo profundo de la conciencia, del tributo que se rinde, noche a noche, a quienes, en fronteras nacionales o allende el mar, combaten la Covid-19, con suefusivo golpear de dedos y palmas de las manos, honestamente rendido a los de la “línea roja”, quizás también entrechocados por esos trasgresoresfarisaicosde la civilidad de muchos cubanos.
    ¡No todo lo lícito es honesto! Así sentenciaba un aforismo latino contra las malas prácticas consuetudinarias de la época; en la nuestra, muchos conciudadanosconfinados en cualquier esquina del archipiélago,todos asediados por bloqueos, subdesarrollo, pandemias e incivilidad, solo la arremetida responsable de la ley podrá salvarnos de enraizadas prácticas sociales que, aparentemente inocuas, se agarran como los curujeyes a las ceibas de los montes, y que, en estos tiempos de agudizada precariedad material y moral, atentan contra la conciencia cívica de los aquí nacidos.
    Ojalá podamos parodiar, para nuestro bien, la frase romana acotada, desnuda de su raigambre explotadora, traspolada a nuestra realidad:
    ¡Soy ciudadano cubano!
    ¡Que la virtud cívicase funda a la lealtad acrisolada estampada en el escudo espirituano!

  3. por que no se ven los otros comentarios

  4. donde esta el tercero

  5. Buenos días colegas. Soy fotorreportero de Tribuna de La Habana, me gustaría ponerme en contacto con su equipo de trabajo. Através de que medio puedo hacerlo? algún correo o teléfono.
    Gracias y fraternales Saludos

  6. Manuel Eduardo Polanco Pérez

    En el mes de Marzo cuando comenzó a afectar a nuestro país la COVID las personas sentían mucho temor, lo que se puede interpretar como percepción de riesgo, todos nos cuidabamos más.
    Observo que hoy en día, al menos aquí en Trinidad, las personas no sienten temor alguno, no se cumple con las medidas dispuestas por el Consejo de Defensa, aunque no está ni claro a partir de qué hora ya no se puede transitar por las calles ni hasta que hora de la mañana. Las personas transitan en cualquier momento de la noche, se observan jóvenes sentados en el parque central de la ciudad y, no pasa nada

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