De fly en la Guerra de los 12 Días (+fotos)

Mientras regresaba de un breve viaje de trabajo a Vietnam, una delegación cubana de periodistas sufrió los efectos colaterales del conflicto bélico para vivir una aventura no precisamente editorial

La prolongada estancia en la terminal aérea de Doha agotó los cuerpos, pero no las sonrisas.

Hasta el último minuto, la zozobra estuvo en alerta. El diferendo entre Israel e Irán había tomado presión y, tras la incursión de los Estados Unidos, una amenaza pendía en el aire: las fuerzas iraníes reaccionarían sobre cualquiera de sus bases militares en la región. Periodistas al fin, los integrantes de la delegación cubana que asistió a la celebración del centenario de la prensa vietnamita, pendientes de un viaje de regreso fijado para la noche del 23 de junio sobre el espacio aéreo de la zona de conflicto, tuvieron sus dudas. ¿Cancelarán? ¿Volaremos? ¿Mejor en tierra firme que en el cielo?

Luego de las indagaciones pertinentes, la respuesta fue inalterable: el vuelo Hanoi-Qatar, primera de las escalas del largo recorrido de un lugar a otro del mundo, se mantenía sin contratiempos. Todo parecía normal.

A las 7:30 p.m., hora local, el avión despegó de la capital vietnamita en tiempo y forma. El vuelo, apacible. Agotada luego de un amplio programa de actividades del día anterior, dormía como en mi propia cama cuando un codazo de la colega Ana Teresa Badía, desde el asiento contiguo, me despertó de golpe: “¡Mira esto! Algo anda mal”. Bien lo había presentido ella, experta como es en asuntos de política internacional.

En la pantalla, que seguía paso a paso la trayectoria, la aeronave cambiaba la dirección, formaba lazos, giros inesperados. El horario estimado de llegada al aeropuerto de Doha sumaba minutos. Por el audio interno una voz, primero en árabe, luego en complicado inglés, sentenciaba: Unfortunately…

Debido a los bombardeos en Qatar, el avión donde viajaban los cubanos tuvo que torcer el rumbo.

La palabra desafortunadamente era la confirmación del temor. Poco después, la pantalla cambiaba definitivamente el rumbo y la misma voz, en el mismo árabe y el mismo inglés incomprensible, sin muchas explicaciones, anunciaba un aterrizaje no previsto en el aeropuerto de Dubai.

—¿Y ahora…? ¿Qué coño hacemos aquí?, nos preguntábamos.

Los pasajeros continuaban su aparente rutina; unos dialogaban en idiomas distintos, otros seguían mirando sus películas con aparente tranquilidad. Mi corazón, en cambio, comenzaba a latir tan fuerte como los motores que se apagaban sobre la pista.

Una de las periodistas cubanas, con más instinto de reportera que de tripulante, se aventuró a investigar. La aeromoza que, sorpresivamente, hablaba español, confirmó: la base aérea estadounidense de Al Udeid, en Qatar, en aparente respuesta al ataque de Estados Unidos contra instalaciones nucleares iraníes, estaba siendo bombardeada y el aeropuerto de Doha, consecuentemente, había cerrado sus operaciones.

Transcurrieron dos horas, tal vez más. Por el audio, de nuevo, aquella voz familiar: se reanudaría el vuelo y en menos de una hora habría otro aterrizaje —¿feliz?— en Doha para luego continuar viaje.

LA COLA DEL INFORTUNIO

Ya en tierra firme, salimos en busca de nuestro próximo vuelo. A pesar de los infortunios, estábamos a tiempo. Eso pensábamos. La pantalla de información nos trajo a la realidad: Madrid: Canceled. El primer instinto, llamar a mi hija, escuchar su voz.

—Ya me puedo morir, me dije.

Paso a paso logramos llegar hasta una larga fila de personas que también aguardaban la reprogramación de sus respectivos viajes. A pesar de nuestra probada experiencia en colas, nos distrajimos y perdimos el lugar. Volver a marcar. Una, dos, tres… ocho horas y aún nuestro turno no llegaba. Y como en toda cola del mundo que se respete, comenzaron a meter cabeza unos cuantos. Las personas, desesperadas. “¡Go back, we’ve waiting for hours. Go back!”, gritaban algunos. Y en medio de aquella mezcla de gente de medio mundo, se escuchó en perfecto español: “¡Arriba, respeten la cola! Pa’trá’”. Tal vez muchos no entendían, pero algo les quedaba claro: había que poner orden en aquel caos.

Cuando al fin pusimos sobre la mesa nuestros boletos y pasaportes, la respuesta no ofreció mucho consuelo. Por el momento, y no se sabía hasta cuándo, no había conexiones probables hasta La Habana.

Extenuados ya, sin probar más bocado que agua caliente en pomos que comenzaban a distribuir entre los miles de viajeros amontonados, unas galletas panaderas que viajaban desde Sancti Spíritus como reliquia en mi mochila hicieron el milagro. Las devoramos. Un café carísimo mezclado sin querer con mayonesa y una botella de Coca-Cola en partes iguales para cinco completaron el manjar.

Poco tiempo después, la presencia solidaria de la joven diplomática Giselle Rubio y el embajador cubano ante el estado de Qatar José Enrique Enríquez Rodríguez reanimó las esperanzas. Gracias a su gestión, en la madrugada siguiente tomaríamos un vuelo a Estambul para seguir luego rumbo Madrid y, finalmente, a la capital cubana.

Antes, compartiríamos, como en familia, un arroz amarillo inolvidable, nos bañaríamos —al fin— y descansaríamos por un rato. Afuera, la noche se iluminaba con las luces de colores de la ciudad.

LAS ILUSIONES PERDIDAS  

“Cuando lleguen a Estambul, tienen que correr para alcanzar el avión a Barajas”, nos advirtieron. Contaríamos apenas con una hora para pasar los controles aduanales y abordar. Un atraso en el vuelo convirtió la hora en apenas 20 minutos. Corrimos, literalmente —y no exagero—, por los pasillos eléctricos, las escaleras, las señales en busca de la puerta A8. Cuando arribamos, exhaustos, una muchacha de ojos claros caminaba lentamente de regreso con su talonario en el pecho.

—¡Madrid, Madrid…!, imploramos.

—Sorry, you lost your flight, respondió con pesar.

Rompí a llorar, al estilo de la más desgarradora novela turca. Mis ilusiones se desvanecieron mientras el avión del vuelo 1357 despegaba. La muchacha puso su mano en mi hombro. “Come with me. Don’t cry. We’ll help you”.

Y cumplió su parte de la promesa. Nos condujo a un buró donde explicamos, con mucha dificultad, nuestros avatares. De ahí, nos enviaron al Transfer Desk, una oficina que nos costó más de media hora encontrar. Una pequeña fila y, frente a la ventanilla, el joven con cara de galán y sonrisa de ángel comenzó a devolver esperanzas. Buscó y rebuscó conexiones. Negoció con la aerolínea Qatar Airlines, que en principio propuso un itinerario similar para el próximo día; volvió a negociar y, finalmente, regresó victorioso con cinco boletos y una noticia que nos trajo el alma al cuerpo: podríamos volar, apenas una hora después, rumbo a Panamá, para luego —ahora sí— tomar otro avión de Turkish Airlines rumbo a la capital cubana. El galán se convirtió en héroe. Hubo aplausos de euforia en el aeropuerto de Estambul.

A punto de abordar, casualmente de nuevo al lado de la ventanilla, la muchacha de ojos claros sonrió y ahora, con lágrimas de felicidad, pude darle las gracias, más con el corazón que con el Thank you agradecido de mi inglés imperfecto.

EL ÚLTIMO VUELO

Doce horas más tarde, con los pies hinchados de tanto andar y el alma aliviada, aterrizamos en la pista de Ciudad Panamá y al poco rato ya abordábamos el último vuelo de esta ¿aventura? que nos había llevado a recorrer medio mundo

A la 1:55 a.m. del jueves 26 de junio, tres días y tres noches después, la delegación arribaba, por fin, a la Terminal 3 del Aeropuerto Internacional José Martí, de La Habana. Un suspiro de paz brotó de mi pecho. Esta historia hay que escribirla, juré, y aquí estoy, haciendo el cuento de los misiles que invadieron la noche del 24 de junio en Qatar, mientras cinco cubanos sufrían, de fly, los efectos colaterales de la Guerra de los 12 Días.

Luego del azaroso recorrido de regreso, la delegación fue recibida por la máxima dirección de la Unión de Periodistas de Cuba en el Aeropuerto Internacional José Martí.

Yoleisy Pérez Molinet

Texto de Yoleisy Pérez Molinet
Editora general de Escambray

6 comentarios

  1. Claudia Norma Chinea Parets.

    Tremenda historia, asustada lloré por ustedes, gracias a Dios tuvo un final feliz y nuestras pobres galletas ayudaron, tanto que nos quejamos de ellas. Un abrazo!

  2. Colaterales y bien colaterales los efectos de la guerra que, citada en sus episodios más cercanos a esta historia en la referencia al bombardeo a la base aérea estadounidense de Al Udeid. Hasta donde conozco, hubo un matrimonio de periodistas, no sé bien si de Villa Clara o de Cienfuegos, que sí le vieron bien de cerca, en el mismo Teherán, la cara fea a la guerra…

  3. Lo que no leí es cuanto les pagó la aerolínea por perder la conexión por su causa, que las sumas ascienden entre 250 y 300 usd.

  4. A pesar de la adversidad del vuelo y del peligro latente, a que estuvieron sometidas…..no perdieron la Cubanía…..y pudieron organizar la cola…..mira que meterle el pie a 4 cubanas en una cola….Felicidades por llegar a feliz termino al verde caimán…..

  5. Al leerte es como si voviera a vivir la historia que aún latente en mis recuerdos, que a pesar de haber sido difícil no dejamos de disfrutarla

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