El béisbol cubano ha perdido este 21 de julio a uno de sus más grandes íconos: Pedro Medina Ayón, el mítico receptor industrialista, ha fallecido dejando un vacío insondable.
“El Médico”, como también se le conocía, no fue solo un jugador excepcional, sino un sabio del diamante, un guía silencioso y un alma inmensa al servicio de la camiseta. Quien lo vio empuñar un bate o dirigir con temple en el Latinoamericano sabe que Pedro era más que un pelotero: era historia viva, una leyenda de carne, hueso y corazón.
Campeón mundial, panamericano, centroamericano. Ídolo de la capital, maestro de generaciones, ícono nacional.
Su jonrón inolvidable en la Copa Intercontinental de 1981 contra Estados Unidos además de empatar el juego, unió a un país entero en un solo grito. Desde entonces fue El Héroe de Edmonton. Y para siempre lo será.
Sus números fueron prodigiosos, pero más aún lo fue su entrega, su fe en la pelota como destino, su capacidad de darlo todo hasta el último inning.
Hoy no solo llora el béisbol. Llora La Habana, llora su gente, lloran los que crecieron viendo su estampa firme detrás del home. Y llora Cuba entera, porque se ha ido uno de sus mejores hijos.
Pedro Medina no escuchará más su nombre en una alineación de los partidos de veteranos, pero su espíritu seguirá en cada receptor que se agache tras el plato con orgullo. En cada batazo que haga saltar a la nación, en cada niño que sueñe ser héroe con un guante en la mano.
Descansa en paz, Pedro. Que tu swing vuele ahora por los jardines infinitos de la eternidad.
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