Quiso ser médico para curar la epilepsia de su madre. Una vocación nacida del amor y de la angustia; dos emociones que ha logrado acomodar desde que se asomó a la pediatría hace 43 años.
La doctora Zaida Carrazana Saroza siempre fue consciente de esa dicotomía. En sexto año de la carrera debió ceñirse la bata de médico y ser testigo de uno de los momentos más tristes de la historia de la pediatría en Cuba: la epidemia de dengue hemorrágico y la muerte de niños con cuadros graves de la enfermedad.
Esa vivencia imborrable selló su amor por una especialidad que exige virtudes innatas en ella: bondad, dedicación, paciencia, modestia, empatía… Son el regazo en el que muchísimos niños y sus padres se han refugiado en tantos años de ejercicio profesional.
Estudió en la Universidad de Ciencias Médicas de Villa Clara y fue su año de internado, como parte de la práctica preprofesional, el que estrenó la formación docente en la provincia de Sancti Spíritus.
En aquel entonces todavía no tenía claro si inclinarse por psiquiatría, dermatología o hematología hasta que llegó al Hospital Pediátrico José Martí, de la capital espirituana.

“Una etapa muy intensa ─evoca─; en el servicio éramos solo dos estudiantes y me identifiqué con la pediatría por el trabajo que con tanta intensidad y responsabilidad tuvimos que asumir.
“Allí me sorprendió la epidemia de dengue hemorrágico, en un momento en que había déficit de especialistas; nos tocó crecernos y convertirnos en médico antes de tiempo.
“Fueron momentos de mucha angustia; no podía venir ni a la casa, porque nuestro apoyo era vital. Los pacientes llegaban al cuerpo de guardia y en pocas horas evolucionaban a la gravedad. A pesar de nuestra juventud, nos sentimos imprescindibles.
“El director del hospital y el resto de los compañeros también me motivaron mucho. Eso fue suficiente para que me enamorara definitivamente de la pediatría y la estudiara de manera directa”.
Se graduó en 1985 y desde esa fecha es una de las profesionales más queridas de los servicios de Pediatría del Hospital Tomás Carrera Galiano, de Trinidad. Para Zaida, más que su centro de trabajo, es un templo sagrado del cual le resulta imposible desligarse. No pudo soportar la nostalgia y regresó poco tiempo después de la jubilación.
“Por necesidades del servicio, confiesa, y porque no concibo sentirme lejos de aquí; me resulta satisfactorio trabajar, sobre todo en la pediatría que es lo que mejor sé hacer”.
Por ello la doctora Zaida asumió durante varios años la responsabilidad de jefa del servicio de Pediatría del hospital trinitario y es todavía docente principal, una labor que disfruta y la mantiene muy activa.
Y a pesar de que no pudo sanar la epilepsia de su madre, no se arrepiente de su decisión. “Siempre le fui de mucha ayuda; no se curó, pero sentía mucho orgullo de mi profesión.
“Tengo dos sobrinas que también siguieron mis pasos, una es especialista en Neonatología y ambas aseguran que fui su ejemplo. Eso me llena de satisfacción”.

En tres ocasiones cumplió misión internacionalista. En 1996 viajó a Ghana donde permaneció dos años; luego, en 2006, formó parte de la brigada médica en Zimbabwe, y 10 años después fue colaboradora de la salud en Belice, donde la sorprendió la pandemia de la Covid.
“Son vivencias muy fuertes; en el África la mayoría de los niños muere de enfermedades prevenibles. Eso es una realidad.
“En Ghana pensé que no iba a resistir. Las tasas de mortalidad infantil son muy altas, aun con los subregistros. Fallecen niños de sarampión, de varicela, de bronconeumonía… y de hambre también, literalmente.
“El VIH SIDA es una patología muy frecuente, los menores nacen portadores de la enfermedad y a la edad de 10 años se presentan las complicaciones. Tuve la posibilidad de ver la tuberculosis abdominal como si fuera un catarro común.
“La desnutrición alcanza tasas elevadísimas, es triste atender niños en etapas ya irreversibles. El paludismo es muy violento. Es muy doloroso ver a los niños en esa situación y eso me desesperaba mucho.
“Todo lo que se estudia en la carrera y solo se puede ver en los libros, es común allí. Son experiencias que me marcaron para siempre”.

Fue su prueba de fuego, teniendo en cuenta que la vida de un niño es algo sagrado…
A mí me sería muy difícil juzgar a un médico, aun estando en el lugar de un paciente o su familiar.
Ante un niño grave usted se olvida de todo, no hay nada más importante que salvarle la vida. Aquí he atendido varios casos, sobre todo porque llegan tarde a la asistencia médica.
Me ponen en tensión los pacientes politraumatizados o un ahogamiento; eso se sufre mucho porque son niños sanos que fallecen tras un accidente y nos afecta mucho el dolor de los padres.
No siente la necesidad de descansar…
Es una opción que tengo, pero no me siento preparada aún para dejar la pediatría. Sé que un día lo tendré que hacer, pero todavía me siento útil y fuerte.
Cada día que llego al hospital me propongo metas, me mantengo en la docencia y cumplo cualquier otra tarea.
¿Qué piensa de la nueva generación de profesionales?
Te aseguro que hay estudiantes muy buenos, que aman la medicina. Yo digo que los jóvenes de hoy no son los que fuimos nosotros. Yo procedo de una familia muy humilde, hoy las circunstancias son otras y la situación del país impone desafíos que hasta a nosotros nos cuesta entender.
Chocamos, además, con problemas de formación, de la influencia de los padres, de la familia, incluso de algunos profesionales que no incidimos de manera positiva en la valoración sobre la carrera de Medicina, que exige mucha vocación y dedicación.
Cuando hablo con mis estudiantes les digo que ellos van a ser los médicos de nosotros. La mayoría se motiva y lo hace con responsabilidad. Hay situaciones reales, pero estoy convencida de que se pueden resolver para que nuestros jóvenes sean buenos profesionales.
¿Qué significa este hospital para Zaida?
Trabajo aquí hace 43 años, es parte de mi vida y de mi realización profesional. Hemos soñado con tener un hospital completamente reparado, con todas sus salas para que no haya que remitir a los niños para Sancti Spíritus porque no contamos con algunos recursos.
Años atrás tuvimos residentes en Pediatría y la mayoría de los servicios. Hoy no; se han deteriorado los equipos y no se pueden sustituir y eso es responsabilidad del bloqueo. La inconformidad es que no se quede como lo he soñado.
¿Cómo quieren que la recuerden?
Como una eterna inconforme, como una profesional que lo da todo por el bienestar de sus pacientes, pero, sobre todo, como una buena persona.
Exelente profesional, respetada y muy querida por el pueblo trinitario, la eterna profe de Pediatría. Ejemplo vivo de humildad, consagración y entrega.