Antonio Maceo: un referente de héroe

A 180 años del natalicio del Titán de Bronce debemos acercarnos más a la persona, al hijo, al hermano; desde sus virtudes y defectos

Maceo ha pasado a la posteridad como el paradigma del guerrero cubano, culto y probado en mil batallas.

Maceo es uno de los héroes más impresionantes de Cuba, amado sin doblez en cualquier época, ejemplo de hombre incorruptible y valentía y un referente patriótico para casi todos los cubanos; pero de su personalidad se desconoce mucho, y por ello sus leyendas, ciertas o falsas, se amplifican casi con delirio en muchos lugares.

Más allá de ser el héroe por antonomasia, que tiene una historia política y militar fabulosa, de lo que está bien hablar todo el tiempo con vehemencia para marcar cada alma cubana, sobre todo en las aulas; está ese “otro ser” más personal, íntimo, casi desconocido, del que quiero hablar hoy.

¡DE DONDE VIENE, VA!

Viene Maceo de un hogar donde la limpieza, el orden y la disciplina son normas inflexibles, así que todo eso formará parte de él, siendo presumido con su vestir inmaculado, aseado hasta el punto de gustar con fruición bañarse con jabones de suaves olores, costumbre que mantuvo incluso en las circunstancias extremas de la guerra, lo que parece absurdo.

La disciplina impuesta por él, que aprendió a forjar en su hogar, no se podía franquear sin consecuencias, y no aceptaba que se violara algún principio que le fuera sagrado —porque eso aprendió—, como traicionar, mentir o irrespetar la decencia y las buenas costumbres sociales y familiares.

Tenía una tartamudez pronunciada, creada tal vez de un regaño duro o el bofetón que le dieron por haber hablado a destiempo ante los mayores, que hirió su honor de niño, pero la venció con su perseverancia, su inmensa capacidad para no rendirse, con su recia voluntad de superarse y no quedarse rumiando en una esquina sus dolores; se obligaba a aprender a hablar con armonía y la cadencia necesaria para hilvanar letras seguidas.

De la severidad dura de la madre aprendió, para quedarse al final con las canciones con las que ella lo arrullaba, que tenía frescas en su memoria; o el cariño y la sonrisa ante cualquier avance en su actuar y el amor que le profesaba.

Desde los 16 años estuvo al frente de negocios de la familia y de otros propietarios, granjeándose la admiración y el respeto de amigos y contrarios, por su limpieza en el actuar, su respeto por la palabra dada, su delicada y amplia sonrisa, la franqueza que trasmitía, su belleza en el andar y sus modales serenos.

Fue admirado desde joven, no solo por su altivez moral, sino porque sabía disfrutar de las cosas comunes, por su elegancia en el vestir, por ser rey de fiestas, líder de conversaciones, amante devoto, encantador de la gente, incluso de quien se molestaba por su color.

Si bien tenía una personalidad aristocrática, era muy cercano con la gente, con los suyos, y su voz suave, aterciopelada a veces, sobria y vertical, imantaba, sobre todo cuando su tono era lo suficientemente intimista, como cuando hablaba en medio de una tertulia de las que gustaba tanto, donde dejaba que cada cual se expresara como bien quisiera, respetando siempre y no cobrando pensamientos que no fueran de él.

El Titán de Bronce transmitía un magnetismo singular.

Era muy culto, sin haber pasado por la escuela establecida, porque leía mucho de todos los lugares y autores; y compartía vivamente con quienes sabían de algo; procurándose siempre estar bien informado para construirse un criterio propio acertado y poder decidir a partir de ello y no del chisme o la simpleza, mostrando su inteligencia rotunda en cualquier escenario.

Respetaba los mandos, pero nunca fue esclavo de ellos, pues cuando no entendía lo hacía saber y cuando se oponía no se quedaba en silencio; aunque era devoto de cumplir la ley.

Quien lo veía en un campamento después de un sangriento combate no podía imaginar que deseaba más que todo un baño con jabón perfumado, y vestirse con pulcritud, con su ropa fina de dril de corte perfecto, con esa elegancia que era tan suya, meticulosamente afeitado, muchas veces cubierta su cabeza con el famoso jipijapa, sin que ningún ademán delatara hipocresía en su modo de estar; ceremonioso, cortés, cariñoso y tierno; muy cercano.

Transmitía un magnetismo singular, sin importar si fuera amigo o enemigo quien lo observara, y a pesar de ser vivísimo actor de modos y modas de la sociedad que le tocó vivir, no tenía ningún vicio, como fumar o beber alcohol.

Su hermano José, él único que fumaba delante de él, decía muchas veces que los españoles podrían derrotarlo muy fácilmente si aprovechaban esa circunstancia y lo azuzaban con humo de tabaco y olores de licor.

LA LUCHA DE CONTRARIOS

A Maceo le encantaba la poesía, la patriótica o el verso más lírico, pero detestaba el erotismo. Era un varón guiado por la pasión de la mujer; pero las respetaba con delirio y castigaba con dureza a quien las violentaba; era severo en la disciplina y contra el enemigo, pero sensible en extremo, humano como ninguno hasta en los momentos más épicos; enérgico e inflexible en la disciplina y el cumplimiento de la orden dada, pero no exigía lo que no estuviera dispuesto a hacer él; era tan respetuoso de todo que para mandar no se admitía humillar la dignidad de nadie; intransigente con las cosas sagradas, como la Revolución, pero empático con los errores lógicos, la inexperiencia y el desconocimiento.

Fue defenestrado por los villareños para la invasión de 1875 y después, cuando se convirtió en el hombre más grande de esa guerra, olvidó, colaboró y luchó al lado de sus detractores; le disgustó mucho que el jefe de la expedición Honor fuera Crombet, pero disciplinadamente asumió el mandato de Martí y cuando Flor, su enemigo de duelo, combatía, no dejó de admirarlo; y cometió un error gravísimo dejando solos a Martí y Gómez después de La Mejorana, pero rectificó de inmediato, rescatándolos y mostrando sus disculpas cuando los presentó delante de  las tropas y él mismo sometiéndose al mando de ambos para demostrar que no la doblez, sino la humildad y el aprendizaje eran esenciales para él.

Maceo creó un vínculo extraordinario con quienes lo conocieron y el hecho de que fuera un hombre virtuoso, cubano de pura cepa y dignísimo, creó una simpatía directa con él; pero la verdadera razón por la cual sigue siendo ejemplo es porque demostró que se podía confiar en él, una persona honesta y fiel a Cuba.

Ahora que Maceo cumple 180 años, no debería vérsele en los anaqueles, puro, santo o de piedra fundida, como lo quiere alguna gente, ni dejarse en los museos impolutos, o los libros imperiosos o las estatuas de alquiler; sino en las calles, en los campos, en la vida real, de donde es y como es, con su humanismo, radicalidad de principios, lealtad y compromiso con la gente humilde, limpieza moral, ningún atisbo de corrupción y entrega sin límites a la verdad y la justicia.

Guillermo Luna Castro*

Texto de Guillermo Luna Castro*

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