Serafín Sánchez: héroe desde la cuna (+infografía y video)

El 2 de julio de 1846 vio la luz en Sancti Spíritus el paladín de las tres guerras, cuyo legado perdura en los hombres y mujeres de esta tierra

Óleo de Francisco Rodríguez que representa al Mayor General Serafín Sánchez.

La casa en la calle San Rafael No. 84 era todo alboroto desde la madrugada; cada cual hacía los preparativos necesarios para el alumbramiento, que podía ocurrir en cualquier momento, aunque en estas cosas nunca se tenía ninguna certeza, salvo la de preparar con tiempo todas las condiciones, hasta el más mínimo detalle, incluso el traslado a la villa espirituana, para que todo saliera bien en aquella tarde de jueves donde se esperaba otra vida, si acaso en ese momento todavía más importante para las familias involucradas, sobre todo por haberse malogrado la de la primera hija y haber crecido las expectativas.

La cotidianidad se transformaba dentro y fuera de la regia y sencilla casa, sin saber dónde había más calor, si dentro por el ajetreo constante y silencioso, o fuera, donde el sol refulgente típico del verano ya era rey de la época y los vendedores, viajantes y personas diversas, a pie o en carruajes, hablaban, pregonaban y hacían sus diligencias en la calle empedrada pegada a los grandes ventanales del cuarto donde Isabel, con la comadrona y esclavas asistentes, tenía la fe de que esta vez sí lograría vencer a la muerte y al dolor.

Cuando después del grito estentóreo de la madre, con la tarde en su cenit, alguien salió de la habitación e informó que había nacido un varón, la felicidad provocada fue doble, porque aunque el alumbramiento se hubiera festejado de cualquier manera, el hecho de que era un niño significaba para los cánones familiares de la época una noticia demasiado positiva; razón por la cual José Joaquín, el padre, saltó de alegría, para luego afirmar que se llamaría Serafín, porque los serafines eran personas buenas, iluminadas y fuertes para enfrentar los retos de la vida.

LA ALCURNIA DE LA SENCILLEZ

Había llegado al mundo el 2 de julio de 1846 y seis días después lo bautizaron en la Iglesia de la Caridad con el nombre de Serafín Gualberto, sin tener ninguna premonición de que sería un héroe de esta ciudad.

Sabiendo lo que había pasado con Ana del Carmen, la primera hija que murió y procurando mejor asistencia, en el mes de junio, antes de que las lluvias saturaran los caminos y fuera más complejo trasladarse, el matrimonio de José Joaquín Sánchez Marín e Isabel María de Valdivia y de Salas decidió irse de la finca donde hacía estadía larga, por causa de trabajo y negocios, para la casa que se tenía en la villa de Sancti Spíritus.

Las costumbres sobre cómo parían las mujeres en Cuba en esa época eran muy similares, sin importar el estatus social o riqueza, aunque es verdad que el tener más recursos económicos permitía tener a su disposición mayor cantidad de personas para garantizar la debida asistencia en todo lo necesario —agua caliente, baños, auxilio directo, comidas adecuadas, sobre todo los caldos que fortalecían el cuerpo y adornaban la resistencia en la parturienta, etc.—; como sucedió en este caso particular.

En la habitación donde nació Serafín se puede adivinar todavía su primer llanto y la alegría vívida de Isabel, que lo cargó en su seno y hasta lo alimentó por vez primera; para después asear un tanto a los dos y asistir a las primeras visitas de los familiares y amistades más cercanos que, poco a poco y sin agobio, en esa tarde noche, le dieron la bienvenida al niño con diferentes regalos, cumpliendo además con la sabia tradición de obsequiar a la madre gallinas y chocolates que le sirvieran de reconstituyente.

Seis días después, en una lujosa comitiva de volantas encabezada por los padrinos Miguel Marín y la abuela materna Antonia de Salas, y muchos familiares y amistades, Isabel y Joaquín vuelven a la Iglesia de la Caridad a hacer acto sacramental religioso del bautismo a su hijo varón, para seguir festejando todos los días siguientes el nacimiento.

Creció fuerte y sano el varón primero de este matrimonio, en medio de un escenario feliz, pero lleno de desafíos, como los reiterados alumbramientos y muertes que debió asumir mientras crecía por la ciudad y el campo quien decidió pronto vivir por el país que lo vio nacer.  

INTROSPECCIÓN

En sus cartas más íntimas Serafín no suele mostrar emociones claras, tal vez para no dejar entrever debilidades que pudieran ser aprovechadas por la propaganda enemiga y, cuando hace una excepción, habla con mucho tino de aquella fecha para no sobredimensionar nada, como cuando cumplió 46 años y le escribió a su madre “día en que V. y ese suelo donde nací me roban todo el pensamiento y todos los afectos que solo el corazón conoce y sabe apreciar en lo que vale”.

Lo que sí hace es asociar la fecha de su cumpleaños a su lucha por la independencia, recordando los años que lleva guerreando, o reflexionando sobre lo que ha hecho, o sobre el peligro de que su vida acabe precisamente luchando, sin demeritar sus sueños más íntimos, de los que hace partícipe a su Pepa, cuando le asegura de su deseo de que se acabe la guerra para irse juntos a un lugar recóndito donde puedan vivir tranquilamente.

Su cumpleaños parece, más que todo, un símbolo de su sacrificio y su consagración a Cuba por encima de su familia, e igual un recordatorio de su legado, que queda idealizado tal vez cuando asume como mejor regalo el de la independencia con la que ha estado soñando y por la que luchó toda su vida desde muy joven.

Guillermo Luna Castro*

Texto de Guillermo Luna Castro*

Comentario

  1. Lía Valdivia

    Precioso texto! Aleluya por Escambray!

Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *