Suceso en el lomerío

Comunidades rurales de la premontaña y el Plan Turquino saludan la estrategia gubernamental de acercar los servicios, mejorar la infraestructura y hacer más llevadera la vida a la gente de monte adentro

Zonas intrincadas del Escambray han recibido los beneficios del proyecto de atención comunitaria. Foto: Vicente Brito
Zonas intrincadas del Escambray han recibido los beneficios del proyecto de atención comunitaria.

A golpe de barreta prepararon los lugareños de San Pedro la carretera de acceso a la comunidad —una vía literalmente desfondada por la permanente circulación de la maquinaria agrícola, la inclemencia de los temporales de antaño y el deterioro de décadas—, la cual días atrás asistió al inesperado privilegio de un remozamiento que incluyó bacheo con asfalto caliente e incluso pavimentación total de tres de sus 12 kilómetros.

San Pedro fue acaso el polígono de ensayo para una estrategia reformulada de atención a las comunidades rurales que poco a poco ha comenzado a trepar el lomerío escambraico, quizás la zona más necesitada en la provincia de esta suerte de inyección en vena que en modo alguno excluye la iniciativa local y el aporte del vecindario.

La mejoría de infraestructuras, el acercamiento de servicios, el incremento de las opciones culturales y deportivas y la reaparición de ofertas gastronómicas que clasifican como rarezas en estos predios se cuentan entre las novedades de un proyecto que se sostiene sin presupuestos adicionales ni recursos traídos del más allá.

El Inder también ha subido la cuesta. Foto del autor.
El Inder también ha subido la cuesta.

“La idea no es hacerles el trabajo a los demás, sino que cada organismo asuma su parte, que Comunales responda por sus parques; Salud, por sus consultorios; el Inder, por sus instalaciones y Comercio, por lo suyo”, especifica Juan Carlos Guerra Dartayet, vicepresidente del Consejo de la Administración Provincial (CAP) a cargo del Plan Turquino.

Las instituciones de la salud clasifican entre las más beneficiadas del lomerío. Foto del autor
Las instituciones de la salud clasifican entre las más beneficiadas del lomerío. Foto del autor

“Esto hoy sí parece un carnaval de verdad, mi’ jito”, sostiene eufórica Juana María Iznaga, una serrana que ya aseguró sus cárnicos y ahora casi vuela a por los condimentos en la principal calle de Condado, convertida el pasado domingo 15 de marzo en un verdadero suceso, “con música a tutiplén y hasta karaoke”, dice ella.

San Pedro, Palmarito, Algarrobo, Polo Viejo, Limones Cantero, Condado, Algaba, Bijabo, Mayaguara y Méyer son algunos de los sitios salpicados por la iniciativa que, si bien todavía no tiene nombre propio —la llaman indistintamente feria, plan asistencial o sábado serrano—, sí alivia la fatalidad geográfica que implica vivir en el lomerío.

REVUELTA EN CONDADO

La idea de extender los servicios y alebrestar los bateyes fue patentada hace bastante tiempo en varios puntos de la geografía espirituana, incluidas las zonas montañosas; sin embargo, los vecinos y las autoridades locales coinciden en que esta vez se trata de una experiencia más integradora, dirigida a solucionar problemas concretos y, por ende, a mejorar el funcionamiento de la comunidad y las condiciones de vida.

La labor comunitaria es evidente en cualquier área de San Pedro. Foto: Vicente Brito
La labor comunitaria es evidente en cualquier área de San Pedro. Foto: Vicente Brito

Así lo ven en Condado, un antiguo municipio de la región Escambray, ubicado a 20 kilómetros de Trinidad, que con algo más de 4 400 habitantes constituye el Consejo Popular con más población en el Plan Turquino de Sancti Spíritus.

Su presidente, Arnaldo Fonseca, que ha sido a la vez juez y parte de todas las acciones de reanimación emprendidas, habla de un movimiento que llegó a los consultorios, las escuelas, los centros de la cultura, los parques, el alumbrado público, las aceras, los caminos y las instalaciones diseñadas para la prestación de los servicios, entre otros, todo lo cual representó, en cuestión de días, la solución de medio centenar de planteamientos de los electores.

Consciente de que Condado no es el Paraíso; ni la arenera de Algaba, El Dorado, el presidente también lleva en su agenda de trabajo insatisfacciones cruciales como el abasto de agua a la cabecera y la transportación en más de un asentamiento, males que, dicho sea de paso, no son exclusivos de esta zona.

CINCO AÑOS SIN DORMIR

Parado en una esquina del consultorio médico a donde suele regresar para revisarse sus achaques, Humberto Carpio Hernández acostumbra también a recordar los días más tristes de su pueblo: “Mira, detrás de aquella loma ahorcaron a Conrado Benítez y a Erineo Rodríguez; por allá arriba, a Manuel Ascunce y a Pedro Lantigua y por aquí pa’ dentro, a la familia Romero”.

—¿Y cómo fue entonces que los bandidos nunca tomaron Méyer?, pregunta El Arriero a quien vistiera traje de miliciano desde que casi era un niño.

—Bueno, lo intentaron más de una vez, pero aquí estuvimos cinco años sin dormir para impedírselo.

Para llegar a Méyer desde Trinidad no solo hace falta recorrer cerca de 30 kilómetros, sino también cruzar tres veces la misma línea férrea, saberse muy bien los atajos y hasta poner los dedos en cruz para no despeñarse por alguna de sus cuestas.

Antiguo ingenio Güinía de Soto, el pueblo está habitado por varios cientos de vecinos humildísimos, casi todos campesinos o trabajadores agrícolas, que por más de 25 años han soportado los rumores, bastante fundados por cierto, de que más temprano que tarde la comunidad será tragada por la presa Agabama, que algún día retendrá en medio del lomerío las aguas del río de igual nombre.

“Durante mucho tiempo las autoridades tuvieron miedo de invertir en arreglar las cosas por la amenaza de la presa y hasta se construyó un pueblo para sacarnos de aquí —cuenta Teresa Tamayo, la delegada de la circunscripción 42—, pero con esta fórmula para atender a las comunidades hemos resuelto unos cuantos problemas”.

Consultorio adentro, la doctora Yohenia Rodríguez, de apenas 24 años, se presenta como la más joven habitante del pueblo, pero coincide en que desde septiembre pasado, cuando inició su servicio social, hasta ahora, Méyer es otro. “Aquí lo han dejado todo nuevo —dice—: el baño, el mobiliario, las plumas, las luces y si me vas a retratar, dame un chance, que no he tenido tiempo todavía para estirar el cable del teléfono y no quiero que esto se vea feo”.