Operación Zapato. La horma de Tomás “San Gil”

En el frío y ventoso febrero del 63, fue ubicada y neutralizada en el Escambray, una agrupación de bandidos al mando del sustituto de Osvaldo Ramírez, quien emuló a su jefe en crímenes y fechorías

La larga y uniforme columna de camioncitos verde olivo, cubiertos con toldos y cargados con hombres barbudos, desaliñados y tullidos de frío, iba cubriendo lentamente los tortuosos caminos de montaña por la parte posterior de Pico Tuerto hasta que, llegados al lugar convenido, comenzaron a dejar su carga humana por pelotones, a intervalos regulares, formando un extenso cerco.

La horma de Tomás “San Gil”Las últimas escuadras se desplegaron con los primeros rayos del alba, aprovechando que los bandidos ubicados en el lugar no podían ver hacia atrás por impedírselo la topografía sumamente abrupta del terreno. Con una diferencia de varias horas otros batallones de milicias empezaron a entrar por Las Tosas buscando el firme de Guamuhaya.

La jefatura de las unidades de Lucha Contra Bandidos (LCB) podía darse ese lujo porque de Pico Tuerto hacia acá sí se veía hasta Sancti Spíritus, y cuando los forajidos detectaran el movimiento ya les resultaría tarde para escapar cogidos entre dos fuegos. Ese era el plan para atrapar al sustituto del tristemente célebre Osvaldo Ramírez, jefe supremo de los grupos contrarrevolucionarios en el Escambray, muerto el 16 de abril de 1962.

FICHA TECNICA DE UN “COMANDANTE”

Tomás David Pérez Díaz (Tomasito “San Gil”) nació el 29 de diciembre de 1939 en la finca Ciego Ponciano, barrio de Caracusey, municipio de Trinidad, en una familia dependiente de la burguesía agraria criolla, vinculada con latifundios de capital norteamericano, muy extendidos por aquel entonces en nuestros campos.

Al triunfo de la Revolución, Tomasito San Gil, quien trabajaba en el Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) como empleado de fincas intervenidas, fiel a su origen social de servidor privilegiado de los latifundistas comenzó a conspirar contra el Gobierno revolucionario hasta que por orden de Osvaldo Ramírez se alzó en armas el 5 de enero de 1961.

El futuro comandante de forajidos estudió en la escuela católica Niño Jesús de Praga, en Sancti Spíritus, un plantel donde el dinero y el color despigmentado de la piel garantizaban la matrícula. Luego regresó a su terruño y fue dependiente de una tienda rural que poco después adquirió con sus “ahorros”. Cuatro años más tarde fue designado administrador de la finca ganadera Ciego Ponciano, perteneciente a la Ponciano Land Company, cuyo capataz era su tío Rómulo Díaz.

El ascenso del atildado personaje, a quien le gustaba vestir bien, montar buenos caballos, usar espejuelos calobares y sombrero de paño, fue casi meteórico. Su nombre empezó a sonar ya por mayo y junio de 1961 en los trajines reorganizativos de los bandidos sobrevivientes de la Limpia del Escambray, junto a los de otros cabecillas como Osvaldo Ramírez, Julio Emilio Carretero, Pangüín Tardío, Pedro González y Porfirio Guillén.

Según consta en los archivos de la Seguridad del Estado, en una reunión efectuada en Cicatero los días 15 y 16 de julio de 1961 y presidida por el ya comandante Osvaldo Ramírez, San Gil fue designado jefe de Operaciones en la zona de San Ambrosio, Las Tinajitas, Paso Hondo, Las Aromas y Velásquez, cerca de la Comandancia central del citado personaje.

Por esta época ya Tomás era capitán y tenía como segundo al mando a Idael Rodríguez Lasval, alias El Artillero. A fines del propio año 61, Osvaldo Ramírez lo nombra comandante, y cuando aquel cae, los bandidos, en una reunión efectuada en El Naranjal el 19 de julio de 1962, nombran a San Gil para ocupar  la jefatura de las bandas, atendiendo a su grado militar, el tiempo que llevaba alzado y por haber sido una especie de segundo, o jefe de estado mayor de Osvaldo.

EXPEDIENTE CRIMINAL

Para ascender en jerarquía dentro del convulso mundo de las bandas contrarrevolucionarias, no bastaba con tener conocimientos militares y odiar al comunismo, resultaba imprescindible también carecer de escrúpulos, ser ambicioso y estar dispuesto a torturar y a derramar sangre inocente con tal de lograr los objetivos propuestos. Otro requisito insoslayable era cumplir la voluntad de las autoridades estadounidenses —a través de la CIA— o de las organizaciones fantoches que representaban sus intereses en Cuba.

San Gil reunía todas esas “cualidades”. Por  instrucciones expresas de Osvaldo Ramírez, él participa junto a otros connotados cabecillas en el asesinato del joven maestro voluntario Conrado Benítez García y del campesino miliciano Heliodoro Rodríguez Linares, más conocido por Erineo. Su banda fue ejecutora directa del asalto a trenes de pasajeros, agrupaciones campesinas, secuestros, maltratos a pobladores del lomerío, robos, chantajes…

Durante el período comprendido entre el 19 de julio de 1962, en que lo nombran jefe supremo de las bandas en el Escambray, y el primero de marzo de 1963, cuando cae en el intento por romper el último cerco, los grupos bajo la jefatura de San Gil ocasionaron a las fuerzas revolucionarias 21 muertos y 33 heridos. Ellos incendiaron 17 viviendas, 5 tiendas del pueblo, 11 naves, 2 círculos sociales, una casa de curar tabaco y 2 ómnibus.

UNA TRAMPA BIEN PENSADA

Por esta época el oficial de la Seguridad del Estado Emerio Hernández Santander ejercía el control operativo del trabajo de inteligencia en una amplia zona del macizo escambraico, infestado por numerosas cuadrillas de alzados contra el Gobierno. Cuando en enero del 63 empiezan a llegar informes de que se iba a efectuar una reunión de todos los bandidos en el área de El Naranjal, se vio la posibilidad de asestarles un golpe demoledor.

Emerio coordinó la operación en la zona de Pico Tuerto con el comandante Raúl Menéndez Tomassevich. “Ellos se atrevieron a celebrar una fiesta en El Naranjal el 14 de febrero por el día, y por la noche llegaron las tropas de la LCB. Nosotros teníamos una compañera ahí que nos da una información de que ellos no se habían movido y que se mantenían en el lugar hasta las 6 de la tarde”.

Pero a pesar de esas seguridades, el cerco y el peine —descritos al principio— no hicieron contacto con los forajidos porque poco antes de entrar las Milicias por Las Tozas, ellos habían salido rumbo a la carretera Central entre La Aurora y Chambelón para hacerle un atentado a una guagua. Como parece que venían medio borrachos, los sorprendió casi el amanecer en la casa de un campesino de apellido Orozco, cerca de Macaguabo.

Al enterarse de la operación en marcha, se van por el llano, salen por El Arriero, cerca de Santa Lucía y suben por El Corujo. “Entonces el agente que teníamos allá donde ellos habían dejado las mochilas, empieza a informar que ya estaban llegando las bandas”.

VIEJOS Y CAROS ZAPATOS

El hombre que menciona Emerio no es otro que Manuel Veloso, el agente Legendario, quien el 10 de febrero de 1963 se entrevistó en Sancti Spíritus con Aníbal Velás Suárez y Luis Felipe Denis, los máximos dirigentes de la Seguridad del Estado en la entonces provincia de Las Villas. Se analizó que, por razones obvias, de concretarse la reunión en El Naranjal, ellos no dejarían salir a nadie antes y durante esa cita.

El plan se llevó a cabo cuando El Legendario, una vez comprobada la fecha y lugar del cónclave de bandidos, le pidió a una tía suya ignorante de todo, pero cuyo marido era colaborador de los alzados, que le hiciera el favor de llevarle un par de zapatos de trabajo a la tienda de Banao para que se lo repararan. Allí debía entregárselos a Victor Legón, quien tampoco estaba al tanto. Legón a su vez los daría a Bernardino Rodríguez Bombino y éste se los llevaría “volando” a Emerio Hernández en Sancti Spíritus.

Según testimonió Veloso a Julio Crespo para el libro El bandidismo en el Escambray, él había acordado con la Seguridad que si los zapatos venían con cordones era que en El Naranjal sólo estaba Maro Borges con sus 14 hombres, pero que si llegaban sin los cordones era que también se encontraba San Gil con la tropa completa.

Emerio recibió los famosos zapatos sin los cordones como a las 5 de la tarde, y sin pérdida de tiempo se fue a ver al Comandante Tomassevich allá en Mabujina, al lado de Güinía de Miranda y al amanecer se lanzó la nueva operación. Cuando se tiende el cerco y comienza el peine, empiezan a pasar las horas sin encontrar a nadie, lo que hizo dudar a Tomassevich sobre la veracidad de la información recibida. Ello lo comprobó nuevamente Emerio Hernández a toda velocidad en Santa Clara al interrogar a un agente suyo capturado junto a otros residentes en el lomerío.

Entonces regresa ante Tomassevich, quien había mudado su jefatura para Ciego Ponciano, y antes de que pudiera hablarle, el comandante lo abrazó y le dijo: “No, no, todo el mundo está en el cerco. El Caballo de Mayaguara me acaba de comunicar por radio que va siguiendo el rastro de más de 100 hombres, que va avanzando desde El Naranjal hacia el límite con San Ambrosio y manda a decir que refuercen ese lugar. Ya va saliendo el comandante Dreke con refuerzos para allá”.

Pero al llegar al cordón exterior del cerco, ya de noche, con un frío de mil demonios, bajo la llovizna y el azote del viento, los bandidos logran escabullirse entre dos postas aprovechando lo intrincado del lugar. Por la mañana, refiere Emerio, cuando los pelotones les cogen el rastro, Tomassevich se las juega todas y levanta un ala completa del cerco, la que estaba por la carretera de Trinidad, y la mete por Meyer a la zona llamada el Monte de las 40 caballerías y por las Llanadas de Gómez, y los vuelve a cercar. Es allí cuando entran los batallones reforzados de la IV División de Infantería de Remedios al mando del entonces capitán Joaquín Quintas Solás.

En este instante Pablo Rodríguez, más conocido por Boliche Broche, práctico de las tropas en operaciones, apuntó que los bandidos probablemente intentarían romper el cerco por un lugar denominado Sumidero del río Caracusey, lo que efectivamente ocurrió así. A la distancia de más de cinco décadas, Emerio Hernández recuerda:

“Hubo un fuego fuerte como a las 2 de la mañana. Nosotros habíamos trasladado la jefatura para Meyer, donde existía un hospital y a eso de las 2 de la madrugada escuchamos un tiroteo muy intenso. Miramos en esa dirección y vimos todo iluminado por las luces de bengala. Ellos no esperaban encontrarse con ese tipo de tropas. La IV División era una unidad de combate con armamento superior al que tenía la LCB.

“Al amanecer volamos en los helicópteros para allá. Eran dos Mi-8 grandes y un Mi-4. Entonces se empezaron a sacar los cadáveres de cuatro en cuatro y se les trasladó para Meyer. Los indentificaron. Se les causaron 13 muertos y se les hizo un prisionero herido a sedal en la espalda. Ahí se cogió a Tomás San Gil, a Mandy Florencia (Nilo Armando Saavedra Gil), que era auditor de los bandidos, y otros alzados más cuyo nombre no recuerdo”.

El veterano combatiente ya en retiro aprecia que fue un tremendo golpe para los bandidos, y lo fue más, porque días después la Seguridad localizó una libreta que perteneció a San Gil y que denominó el Libro Negro, con lo cual se pudo desarticular la red de colaboradores en el llano y cortarles casi totalmente las fuentes de dinero, medicinas, ropas y alimentos a las bandas que aún quedaban en el Escambray.

Nota: Escambray agradece al MININT y al combatiente Emerio Hernández por los datos aportados para este trabajo