Estoy comprando horas

Enrique Ojito Linares, reportero de notable trayectoria, es el  único espirituano que ha recibido el premio Juan Gualberto Gómez. En 1992 sobrellevó su peor vergüenza profesional: entonces trabajaba para la emisora de Segundo Frente y daba cobertura a las elecciones generales, donde lo seleccionaron para cubrir el recorrido del entonces

Fidel intercambió con el reportero al entregarle el Gran Premio de Escambray en el segundo Festival Nacional de la Prensa Escrita.  Enrique Ojito Linares, reportero de notable trayectoria, es el  único espirituano que ha recibido el premio Juan Gualberto Gómez.

En 1992 sobrellevó su peor vergüenza profesional: entonces trabajaba para la emisora de Segundo Frente y daba cobertura a las elecciones generales, donde lo seleccionaron para cubrir el recorrido del entonces primer vicepresidente cubano Raúl Castro. En busca de la declaración imprescindible, aprovechó el intervalo en que el General de Ejército dialogaba con los pobladores entre dos edificios y le acercó su veterana grabadora.

“Había cientos de gente allí, mirando por las ventanas de los apartamentos, en los balcones y yo cometí el error de acercar en extremo la grabadora a Raúl, quizás por el nerviosismo, porque nunca me había enfrentado a una personalidad de ese nivel. Además, las grabadoras aquellas eran muy malas y quería garantizar la calidad de la grabación. Raúl, no creo que haya sido por falta de delicadeza, sino por una reacción que en ese instante no entendí, me bajó la mano, digamos con cierta energía. Miré hacia el piso, pero inmediatamente tomé la distancia exacta que merecía, coloqué la grabadora y recogí aquel momento”.

Con una miopía aguda diagnosticada desde los nueve años que lo obliga a esos espejuelos fuera de moda, Enrique Ojito Linares mantiene sin embargo un fino instinto para diseccionar la realidad. Todavía agradece a sus maestros, al librero del abuelo Cachón y hasta el de su padre recargado de lecturas políticas; todavía agradece aquella insistencia de la madre por consultar el viejo diccionario Aristos, porque de todas aquellas raíces le llegó esta pasión que aún lo desborda por el periodismo, al cabo de casi un cuarto de siglo de admirable ejercicio profesional.

Pero el reportero estrella de Bacuino, como lo bautizara certeramente una colega, alcanza su celebridad también por otros detalles menos públicos: olímpicamente desordenado, lo mismo extravía un valioso libro ajeno que las llaves de su casa, y parrandero empedernido; no se recuerda alguna fiesta de Escambray donde dejara de cantar a coro o en solitario Herminia y Pensamiento, donde no termine recogiendo un pañuelo del piso con esa coreografía ya antológica de su reincidente casino.

Formal como un caballero antiguo, a veces engola la voz por teléfono o en alguna intervención pública, quizás para compensar esa estatura menuda que la talla de su pluma supera con creces. Graduado de Periodismo en la Universidad de Oriente, los compañeros de entonces todavía rememoran su infalible vocación cumplidora que lo llevó a aprender ruso con una pésima fonética y  protagonizar partidas de ajedrez sin saber mover un alfil.

Si empatas los premios -con más de 200, incluidas las menciones-, los diplomas pueden llegar a La Sierpe. Entre tantos reconocimientos, ¿todavía queda algo de Bacuino con pantalones cortos?

Uno participa en los concursos por dos razones: el premio te permite medir con otros colegas y saber tu estado de salud profesional, independientemente de los jurados; pero el premio en este contexto diario aligera también la economía doméstica y hace falta.

De Bacuino queda la imagen de mi casa, bien pintada de blanco por mi papá que era muy curioso; de Bacuino me queda un naranjal en cuya mata yo me trepaba; las mariposas del jardín que mi mamá cuidaba muchísimo; y el recuerdo de la presa subiendo, la amenaza de que había que irse pronto en medio de la noche.

García Márquez dijo alguna vez que leía la prensa y se ponía a rabiar como un perro. Antes y después los periodistas hemos sido cuestionados por los funcionarios, los políticos y no pocos lectores. Como juez y parte, ¿qué opinión te merece la prensa que hacemos hoy?

A la prensa toda le falta acometividad, osadía, profesionalidad; le falta la búsqueda de esos temas que levanten la oreja del lector. A la prensa cubana le hacen falta directores de medios capacitados; le hace falta que exista correspondencia entre el discurso político y el discurso de lo cotidiano que protagonizamos los periodistas, las fuentes, los lectores. En estos momentos, a pesar del VI Congreso y de tantos documentos aprobados, no existe una correspondencia plena entre el discurso político y el discurso cotidiano en la práctica. Mientras no se transforme esa mentalidad, el periodismo cubano se va a quedar a mitad de camino.

Otro maestro del oficio, Tomás Eloy Martínez, apuntó que el periodismo es un acto de transgresión, una forma de mirar más allá de tus narices, una búsqueda de la libertad.

El periodismo es ante todo una obra colectiva. Nosotros no somos abogados del diablo, ni elegidos. El periodista es alguien que por azar o por vocación está en ese lugar. El periodismo logra la liberación, incluso con los temas más polémicos, porque cuando se comparte o no, se discrepa o no, la gente ve una ventana abierta en el pensamiento. El periodismo no es para complacer oídos.

¿Y para qué es?

Para retratar la realidad con sus matices y sus grises incluidos, porque el lector es sabio y percibe cuando le das gato por liebre o te quedas en la copa del árbol y no en la última raíz.

“Muro contra la dejadez”, “Vivir del camarón”, ¿por qué a menudo se recuerdan tus trabajos de periodismo profundo?, ¿crees que la prensa siempre debe incluir denuncia, crítica?

La prensa tiene que tener matices, ser equilibrada. He escrito más trabajos que no tienen ese rasgo que los que son de profundidad porque hay que vivir y a veces nos come la rutina. Ese tipo de periodismo te da la posibilidad de llegar más lejos en la mirada a un tema de actualidad que sea polémico, comprometido; te salva del día a día, uno de vez en cuando tiene que enamorarse de un tema.

¿Te has sentido asustado o amenazado alguna vez por el ejercicio de este tipo de investigación?

Alguna vez me han llamado a la casa, algún lector o alguna fuente inconforme. No me considero una persona valiente, pero eso no me asusta porque a la luz de los años uno sabe que la profesión tiene cierto riesgo y en este tipo de trabajo el pensamiento no me tiembla.

¿Aún te impresiona realizar determinadas entrevistas o ya para ti todo el periodismo transita por caminos trillados?

Todavía me impresiono cuando voy a hacer determinadas entrevistas, por ejemplo cuando le hice una a Marta Rojas, a sabiendas de toda su historia con el juicio del Moncada, como corresponsal en Vietnam y profesora de Entrevista en la Universidad. Ante esa situación uno a veces se queda desarmado. Para la entrevista que le hice a Retamar sobre Fayad Jamís, la preparación fue muy intensa, pero mis neuronas sudaron en ese momento porque tenía ante mí a un hombre del Renacimiento.

A veces pareces obsesionado con los detalles, el uso del lenguaje, ¿patentas alguna receta especial para hacer un buen periodismo?

Creo que nadie tiene una receta. Pienso que para hacer buen periodismo no te puedes ir con la primera bola, venga de donde venga. En periodismo siempre hay que dudar. La duda es la base del periodismo, antes de que salga el trabajo, después todo está en la intención de lo que escribas.

Le concedo tremenda importancia a la selección del tema, que debe estar escoltada por presentar un trabajo atractivo, con un lenguaje decoroso, lo que no quiere decir que sea en extremo metafórico, sino que se parezca a la persona que has entrevistado y al tema que has abordado. Lo otro importante son los detalles porque dan credibilidad. Una vez leí que las personas recuerdan más lo que le cuenten que lo que le digan: cuando usted presenta a un personaje de carne y hueso en un tiempo, en un escenario, con un diálogo, resulta más efectivo que darle al lector en strike una idea.

¿Qué diagnóstico emitirías sobre el provenir de una profesión mal pagada y peor valorada?

No soy médico, hay muchos que desde hace rato están enterrando la prensa impresa, pero pienso que siempre va a existir porque las personas necesitan esa información pública, desde Gutenberg o con las nuevas tecnologías.

Imagina que te encargan entrevistar a Enrique Ojito, ¿qué pregunta le formularías?

¿Por qué en la vida no has actuado con más decisión?

¿Y qué te responderías?

Porque la vida es la suma de circunstancias y uno actúa en cada momento según la edad que tenga.

¿Eso significa que ya te sientes viejo?

No, todavía no. Me siento viejo cuando mis hijos ponen al Chacal o a Osmany García, La Voz.

A menudo andas con una jaba de pan bajo el brazo, ¿aún te queda tiempo para leer y superarte?, ¿qué tal Ojito como padre de familia porque uno de tus hijos dice que actúas severo como Mariano Martí?

Me queda muy poco tiempo, te dije que, como tú, estoy comprando horas. A veces extraño bajo mi almohada un buen libro porque el tema de la supervivencia casi no deja tiempo. Por eso lo mismo disfruto una telenovela cursi que leo Jardín, de Dulce María Loynaz.

Como padre me considero imperfecto, no logro entender todos los gustos y preferencias de mis dos hijos, que son excelentes. He tratado de apelar a la Psicología, aunque a veces la práctica es muy rica y de cuando en cuando se me ha ido una nalgada inoportuna. Al final, entre Arelys y yo nuestra mejor obra son ellos. Mi familia va primero que todo.

Mary Luz Borrego

Texto de Mary Luz Borrego
Máster en Ciencias de la Comunicación. Especializada en temas económicos. Ganadora de importantes premios en concursos nacionales de periodismo.

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