Metáfora de la represión

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La muestra fotográfica Antítesis se mantendrá abierta al público en la sala principal de la Galería de Arte Oscar Fernández Morera, de la villa cubana del Yayabo, hasta el 18 de agosto.

Como si se tratara de probar que los conceptos irreconciliables no existen, que las dicotomías no son más que falacias, el cuerpo femenino -ese antiquísimo objeto del deseo- deviene símbolo de la violencia y, por ende, encarna un discurso de la represión que debía hallarse en sus antípodas.

Feminidad y belicismo, dos extremos que aparentan excluirse sin remedio, convergen en cada instantánea de la muestra Antítesis, una suerte de indagación filosófica sobre la guerra que los jóvenes artistas del lente Héctor Herrera y Roberto Rojas concibieron a cuatro manos sin que se perciban grandes diferencias estéticas.

Dos posiciones frente a la violencia: la sumisión y el desafío; dos arquetipos de mujeres: víctimas y victimarias se funden en un corpus que permite todos los claroscuros intermedios, al decir de la curadora Anabel Ramírez: “El sufrimiento, la espera y la sumisión por una parte se enfrentan a la fortaleza física y espiritual de contrapartida (…). Pueden localizarse así, mujeres altamente sensibilizadas y afianzadas en su raíz de profunda belleza y, en contraste, también es protagonista aquella que, en lugar de sentirse disminuida por el medio que la envuelve, se sobrepone a él”.

El gesto varonil de rasurarse las piernas con un cuchillo; el grito a medio camino entre histérico y autoritario; la soledad de una recluta disminuida dentro del uniforme; la prenda interior colgada al descuido, como si no luciera anacrónica en medio de tanto verde olivo; la sensación de asfixia en el búnker que también pudiera ser el ahogo de la cotidianeidad, y un larguísimo etcétera de guiños intertextuales componen esta metáfora de la represión que ha catapultado a sus autores -valga la referencia bélica- al panorama de las artes plásticas espirituanas del momento.

Al componer los planos, muy poco dejaron al azar. No podía ser sino concienzudamente que lograran una limpieza de espacio tal que reprodujera impresiones existenciales, según comentara Ramírez Guirado en la reseña del catálogo.

El encuadre austero, los tonos ocres, la ubicación precisa de luces y sombras y, sobre todo, la rigurosa conceptualización antes de apretar el obturador definen la elevada factura de la muestra, gestada en un proceso creativo atípico por su dualidad.

Bien lo saben ambos: para criticar el autoritarismo tan común en este mundo nuestro no basta con recrear los códigos de la militarización a ultranza -símbolo, por demás, bastante manido-, sino que se impone una lectura “otra”, desprejuiciada, que sorprenda a un público harto de estados de sitio y beligerancias.

Situados voluntariamente en las resbalosas aguas del didactismo, Herrera y Rojas logran salir airosos de semejante escollo a golpe de sugerencias más que con verdades inamovibles. Insinúan, provocan, dejan en entredicho; sus fotografías digitales tienden las coordenadas que el espectador habrá de contextualizar luego, en esa especie de contrapunto semántico que el sujeto entabla con la imagen y que es, justamente, donde se concreta la obra.