El cubano que no debía morir

“Él sintetizó en 42 años todo lo que un hombre puede hacer en una vida larga”, expresó Eusebio Leal sobre Martí Junto al féretro y a punto de inhumarlo en el Cementerio de Santa Ifigenia, el coronel español Ximénez de Sandoval se cercioró por última vez de que ningún cubano

Óleo del pintor Esteban Valderrama que recrea la caída en combate del Apóstol. “Él sintetizó en 42 años todo lo que un hombre puede hacer en una vida larga”, expresó Eusebio Leal sobre Martí

Junto al féretro y a punto de inhumarlo en el Cementerio de Santa Ifigenia, el coronel español Ximénez de Sandoval se cercioró por última vez de que ningún cubano tomaría la palabra. Se alisó el uniforme, miró el ataúd que por solo ocho pesos había confeccionado un carpintero de la zona de San Luis, y cumplió con estoicismo sus deberes de masón.

Señores -dijo-, ante el cadáver del que fue en vida José Martí, y en la carencia absoluta de quien ante su cadáver pronuncie las frases que la costumbre ha hecho de rúbrica, suplico a ustedes no vean en el que a nuestra vista está, al enemigo, y sí al cadáver del hombre que las luchas de la política colocaron ante los soldados españoles”.

Ocho días antes, las huestes bajo su mando entablaron combate con tropas insurrectas en la confluencia de los ríos Cauto y Contramaestre y apenas les habían causado una baja: aquel hombre que finalmente enterraban luego de una larga marcha entre la finca de José Rosalía Pacheco, donde fue recogido el cuerpo y doblado sobre el lomo de un caballo, hasta el nicho 134 de la galería sur del camposanto de Santiago.

Si hubiese muerto otro mambí, de seguro Sandoval no habría tomado tantas precauciones para evitar que los cubanos recuperaran el cadáver, pero en cuanto vio las pertenencias que llevaba -documentos oficiales, la carta inconclusa a Manuel Mercado, un reloj y un pañuelo con las iniciales JM- no le quedaron dudas de que se trataba del “cabecilla” que había organizado la nueva insurrección.

Lo que nunca comprendió, menos aún cuando el episodio se convirtió en un capítulo confuso en sus recuerdos, fue por qué Martí se había arrojado sobre la avanzada peninsular. “La acción de Dos Ríos -escribiría en 1911 en carta al capitán español Enrique Ubieta- es un hecho de mi historia militar en la que halló muerte gloriosa aquel genio (…). Su arrojo y valentía, así como el entusiasmo de sus ideales, le colocaron frente a mis soldados y más cerca de las bayonetas de lo que a su elevada jerarquía correspondiera; pues no debió nunca exponerse a perder la vida de aquel modo, por su representación en la causa cubana, por los que de él dependían y por la significación y alto puesto que ocupaba como primer magistrado de un pueblo que luchaba por su independencia”.

La incertidumbre de Ximénez de Sandoval es también la nuestra. ¿Qué llevó a Martí a tan peligrosa posición? ¿Suicidio o inexperiencia militar? ¿La fogosidad de su caballo Baconao? ¿Irreconciliables diferencias con Gómez y Maceo?

Lo cierto es que el sacrificio inútil del Apóstol en Dos Ríos se ha convertido, desde el mediodía de aquel domingo 19 de mayo de 1895, más que en un suceso doloroso y lamentable -como sin dudas fue-, en el misterio que ha venido atormentando a varias generaciones de cubanos y sobre el cual se han urdido sucesivas capas de silencio.

LA TRAGEDIA

“Hágase usted atrás, Martí, no es ahora este su puesto”. La orden de Máximo Gómez en medio del fragor de Dos Ríos retumbó en los oídos del Apóstol como un mazazo. Demasiadas voluntades había unido él para la causa de la libertad; demasiado anhelaba sacudirse el estigma del civilismo que padecía por ser un hombre de letras; demasiado había empeñado su palabra, horas antes, cuando arengó a las tropas reunidas y les enardeció el espíritu -“Por Cuba estoy dispuesto a dejarme clavar en la cruz”, les había dicho-. Demasiado soñaba con el combate como para volver ahora sobre sus pasos.

De modo que desoyó el mandato del General en Jefe del Ejército Libertador en un acto de rebeldía que terminó en tragedia: en aquel enfrentamiento “mal preparado”, como reconociera años más tarde el propio Gómez, perdió la vida el único hombre capaz de atizar los rescoldos casi apagados de la guerra grande.

La del 19 de mayo no sería, sin embargo, la primera desavenencia entre ambos. En 1884, cuando se separó del Plan Gómez-Maceo, Martí había apuntado en carta al dominicano: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.

Con el Titán de Bronce, las discrepancias apenas se disiparon, al punto de que ya en los campos de Cuba libre, Martí describió en su diario de campaña, refiriéndose a la reunión que los tres jefes sostuvieron en La Mejorana: “Maceo y Gómez hablan bajo, cerca de mí (…) No puedo desenredarle a Maceo la conversación: ‘¿pero usted se queda conmigo o se va con Gómez?’. Y me habla, cortándome las palabras, como si fuese yo la continuación del gobierno leguleyo, y su representante”.

Otra vez el fantasma de los Diez Años minando la unidad: que si una junta de generales para dirigir la contienda, como quería Maceo; que si el ejército libre y el país, “con toda su dignidad representado”, como prefería el Apóstol; y tantas otras dudas sobre el modo de conducir la guerra se habían convertido en un parteaguas político insuperable.

En aquella reunión de ideas encontradas y rencores mal zanjados, Martí terminó de convencerse de la necesidad impostergable “de sacudir el cargo, con que se me intenta marcar, de defensor ciudadanesco de las trabas hostiles al movimiento militar”. Tenía que probarse en combate, tenía que salir a la manigua redentora.

“Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber”, había escrito en carta a su amigo Manuel Mercado el 18 de mayo, pero semejante frase en modo alguno revelaba predisposición al suicidio, como han sugerido ciertos historiadores.

“Son palabras premonitorias -reconoce Luis Toledo Sande, estudioso de la obra martiana y autor de la biografía Cesto de llamas-, pero no significan que él venía a que lo mataran. Suponer que fue un suicidio es una especulación que va contra los principios de Martí, contra sus concepciones filosóficas. La existencia que estaba dedicando a la Patria no iba a dilapidarla de esa manera. Sobre la muerte, incluso, había escrito: Ah, muerte generosa, muerte amiga, nunca vengas”.

No podía imaginar mientras se adelantaba a la tropa que detrás de la maleza los soldados lo veían avanzar con su chaqueta y borceguíes negros, su pantalón claro y sombrero de castor: un blanco fácil; ni que la descarga cerrada iba a fulminarlo tal y como él mismo había pedido en sus versos: de cara al sol.

Cayó impactado por tres disparos. Una bala le entró por el pecho y le fracturó el puño del esternón; otra le perforó el cuello hasta salir por el lado izquierdo del labio superior; y otra lo alcanzó en un muslo.

El cubano Antonio Oliva, práctico del ejército español, alardearía luego de haber rematado a Martí mientras permanecía agonizante en el suelo, aunque su versión no ha podido ser corroborada ni desmentida.

Los expertos tampoco han hallado consenso en torno a otros puntos: el orden de los disparos, los propósitos con que Martí se separó del resto de sus compañeros de armas o la probable estampida de Baconao, el caballo que le regalara José Maceo y que solía encabritarse. Sin embargo, el historiador Eusebio Leal resume la trascendencia de semejantes detalles con una frase categórica: “Todo eso es hojarasca”.

EL HÉROE QUE NOS FALTA

“Aquí, aquí mismo recogí la sangre de Martí. Vea todavía la huella del cuchillo por donde arranqué a la tierra todo el charco de sangre coagulada para guardarla en un pomo”, dijo el campesino José Rosalía Pacheco mientras señalaba a Enrique Loynaz del Castillo el sitio donde cayó el Apóstol, a escasos metros de su casa.

Escondida debajo de la cama había escuchado su esposa Emilia el tropelaje del combate y aún temblorosa narraría meses después “que fue muy breve el fuego y que, ya terminado, ella salió de su refugio y vio a Martí en una hamaca, en cuyo fondo había un manchón de sangre, y que por el vocerío enemigo se enteró, con el natural sufrimiento, de que el muerto envuelto en la hamaca, cuyo rostro no le era dable ver, era José Martí”.

De tales remembranzas dio fe Loynaz del Castillo en relatoría dirigida al Marqués de Santa Lucía, a la sazón Presidente de la República en Armas, quien lo había enviado en octubre de 1895 con la encomienda de hallar, de la manera más exacta posible, la zona donde cayera el Apóstol para erigir un monumento a su memoria.

Justo en el lugar del suplicio, marcado por José Rosalía Pacheco, el Generalísimo orientaría luego a los soldados cubanos que cada cual colocara una piedra en homenaje al Apóstol; sobre el túmulo, en medio del potrero, se eleva desde 1913 un obelisco que evoca -como si fuese posible olvidarlo- cuánto se perdió en Cuba aquel mediodía aciago y, peor aún: el dolor inconsolable que pesa sobre los hombros de la isla desde que José Martí fuera separado sin remedio de los destinos de la Patria.

 

 

Gisselle Morales

Texto de Gisselle Morales
Periodista y editora web de Escambray. Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez por la obra del año (2016). Autora del blog Cuba profunda.

3 comentarios

  1. Excelente trabajo de Giselle Morales acerca de la muerte de José Martí.
    Me parece genial e interesante que a 118 años de la caída en combate de Nuestro Apóstol se publiquen trabajos como este.
    En realidad la muerte de Martí constituye un enigna por las condiciones en que se produjo, la falta de testigos precenciales que dejaran sus testimonios sobre lo acaecido ese día y la proliferación de distintas hipótesis acerca de su muerte han hecho que este suceso permanezca aún sin esclarecer completamente.
    Lo cierto es que murió en combate en los momentos en que más falta hacía su presencia.
    José Matí seguirá guiando el pensamiento de los hombres que en cualquier parte del mundo se rebelan contra la opresión, de los que quieren fundar una república democrática libre y justa y continuará iluminando el pensamiento de los cubanos que sabemos que con sus grados de Mayor General sigue combatiendo al mismo imperio que trata de distorsionar su obra utilizando su nombre en medios de comunicación que no son más que medos de desinformación.

  2. El cubano que no debia morir no a muerto y mucho menos lo mataran porque su legado es eterno ni tampoco lo han silenciado por varias razones entre ellas es que JOSE MARTI es imperecedero e inmune a la muerte pues los que mueren son aquellas personas que nunca han tenido las agallas iguales o parecidas a las de nuestro APOSTOL y que de mala FE tratan de entregarla al imperialismo norteamericano esas personas olvidan lo bueno y noble que tiene CUBA en la actualidad que por supuestos muchos se han convertido es MARTIRES tras una brillante hoja de servicio dedicada a la lucha de nuestra patria que es CUBA y otros han continuado siendo HEROES pues nunca se han cansado en la obra de la vida que es mantener preservar cueste lo que cueste la REVOLUCION CUBANA que es el SIMBOLO MARTIANO y la muestra que JOSE MARTI no a muerto porque CUBA a de seguir siendo LIBRE Y SOBERANA por los siglos de los siglos pues JOSE MARTI sigue vivo para todos los cubanos con dignidad y que respetamos sus memorias y sus mas nobles deseos como el cubano mas natural que halla existido pues aun monta en el travieso caballo por todo el ORIENTE Y EL OCCIDENTE CUBANO incluyo a la hoy ISLA DE LA JUVENTUD pues nuestro APOSTOL por un determinado tiempo hubo de residir en el ABRA a las afuera de la ciudad que me vio nacer NUEVA GERONA. Lazaro izquierdo

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