Abrazar el espíritu de la Patria

No solo las tradiciones aseguran la continuidad de la herencia histórico-cultural de la nación Si las raíces son firmes, ningún intercambio cultural es dañino. Más bien potencia ambas culturas. Por ejemplo, cuando nos llegó el jazz, lo fundimos con la rumba y el son montuno, y así surgió el jazz

cultura, patria, valores, principios
Ilustración: Osval

No solo las tradiciones aseguran la continuidad de la herencia histórico-cultural de la nación

Si las raíces son firmes, ningún intercambio cultural es dañino. Más bien potencia ambas culturas. Por ejemplo, cuando nos llegó el jazz, lo fundimos con la rumba y el son montuno, y así surgió el jazz latino. Entonces allá le enviamos a Chano Pozo o a Mario Bauzá, y por acá creamos la orquesta Riverside o la Banda Gigante de Benny Moré.

Cuando el jazz, o el soul, o el doo-wop se reunieron con el bolero, surgió la magia del filin. Sin esa confluencia hubiera sido imposible imaginar canciones como La gloria eres tú, de José Antonio Méndez o Contigo en la distancia de César Portillo de la Luz; estilos como el de Elena Burke, Omara Portuondo o Los Zafiros. Quiero decir, peligroso no es brindar por lo mejor del otro, sino por lo peor de nosotros mismos.

El homo sapiens dio un salto evolutivo importante cuando aprendió a fabricar vasijas de barro; salto que fue mayor cuando empezó a adornarlas con cenefas y colores. Tales dibujos no impedían que el gato se comiera la carne o no cayeran moscas en la sopa. Tampoco hacían que la olla cocinara mejor o aumentara su capacidad de contener alimentos. ¿Para qué servían los dibujos entonces? ¿Cuál es la utilidad del arte y la estética? ¿La importancia de la belleza?

La alfarería se extendió muy pronto por el mundo. La técnica de fabricar vasijas de barro era más o menos similar en cada región: primero se moldea la arcilla, y luego es cocinada en el horno. Sin embargo, no eran similares los motivos y ornamentos. Cada pueblo reflejaba en los utensilios sus saberes, su particular imaginario, su sentido de la belleza. Así se generaba determinada empatía que los hizo crecer como sociedad, como cultura. Al compartir creencias y visiones comunes surgía lo que hoy llamamos identidad. O sea, ese conjunto de valores, orgullos, tradiciones, símbolos, creencias y comportamientos que fundamentan el sentido de pertenencia.

De modo que determinada apreciación estética común deriva en una suerte de cemento cultural. La historia de la humanidad demuestra que, mientras mayor capacidad de fraguar tenga ese cemento, más sólidas, y por tanto duraderas, serán las columnas que sostienen el entramado social.

Aquí me atrevo a preguntar: ¿qué elementos tipifican el contenido de la belleza para el cubano de hoy? Digo belleza, y sugiero entenderla como noción abstracta ligada a numerosos aspectos de la existencia. Todo aquello que nos produce sensación de placer, o sentimientos de satisfacción. Cualquiera de los múltiples aspectos que consideremos deseable o entendamos como bueno.

Pero, ¿será buena la vulgaridad en el lenguaje?, ¿bella una música en la que abundan mensajes groseros, machistas y promotores de la violencia?, ¿deseable la reducción de símbolos muy caros para el espíritu de la nación a meros artículos utilitarios? Calculo que la respuesta común será no. Pero, si es así, ¿por qué esto provoca sensaciones de placer o sentimientos de satisfacción en muchos jóvenes?

Recuerdo una frase que se atribuye a Einstein: “Educación es lo que nos queda cuando olvidamos lo aprendido en la escuela”. Ciertamente, de escuelas e instituciones culturales no carecemos. ¡Cuántas casas de cultura, museos, bibliotecas… existen! Hay universidades en cada provincia del país, en los municipios; la mar de especialistas, profesores, másteres, promotores culturales, doctores en ciencia…

Sin embargo, aún mantengo viva mi infancia en Taguasco. Eran los años 70 y, aunque allí había muy pocas instituciones educativas y culturales, apenas un cine, un puñado de escuelas primarias y un círculo social, no había que tomar pastillas porque el vecino escandalizaba con su radio a medianoche, ni esperar el exabrupto del joven que, con su batazo, había metido por segunda vez la pelota en tu casa.

Con frecuencia recibíamos en vivo la mejor música cubana del momento. Recuerdo haber visto a La Aragón, a Tejedor, Lino Borges, Barbarito Diez, Tito Gómez, y decenas de agrupaciones pertenecientes a un movimiento musical de indiscutible liderazgo artístico. Sin tener los niveles educativos de hoy, sin que existieran direcciones de cultura, ni se hablara de política cultural, era esto lo que el público prefería.

Preguntémonos entonces: ¿Qué pasaba ayer que hoy no sucede? ¿Por qué una buena parte de nuestra población ahora comulga con esos engendros de la marginalidad? ¿Qué factores sociales provocan esto? ¿Cuáles son los elementos de la sensibilidad y la conciencia que lo determinan? ¿Dónde nos equivocamos? ¿Qué hacer para rectificar el rumbo?

Por supuesto, no digo que sobren instituciones culturales y educativas, ni que a mayor conocimiento y niveles de instrucción el resultado será peor. Digo que no hemos sido eficientes explotando o transmitiendo determinadas riquezas: tanto las relacionadas con el conjunto de cualidades y virtudes éticas que son la base de nuestra Revolución, como el conjunto de valores, principios, fundamentos y orgullos legados por las más nobles de nuestras tradiciones.

La palabra tradición proviene del sustantivo latino “traditio”, y este a su vez del verbo “tradere”, entregar. Es, entonces, lo bello y lo bueno que entrega una sociedad progenitora a su continuadora. Desde luego, la tradición no es ni puede ser rígida —cada persona se debe a su tiempo—; pero la negación ha de ser dialéctica, no autodestructiva. Si la destruimos, ¿qué tipo de sociedad legaremos a nuestros hijos? ¿Qué heredarán de nosotros? ¿Se sentirán orgullosos de sus orígenes?

Más aún: ¿Qué principios y fundamentos morales asumirán? Recordemos que la palabra fundamento significa cimiento, sostén. ¿Acaso podría sostenerse una sociedad que erige sobre cimientos corroídos? La palabra principio, en tanto, significa origen, raíz, semilla. ¿Será posible regar semillas de arándanos, y que de estas crezcan palmas?

La tarea es de todos. No es sencilla; pero en ella tenemos muchas más fortalezas que debilidades. No somos una sociedad desabrigada o que parte de cero: contamos con tradiciones que sirven de referentes; contamos con una idiosincrasia y una identidad muy particulares; contamos con una Revolución que promueve el conocimiento y los valores éticos y morales presentes en Martí y Fidel.

Dijo Martí: “Patria es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas”. De modo que si Patria es todo cuanto une en la marcha hacia un futuro de solidaridad y amor; pensemos también que todo cuanto atente contra los fines culturales, deseos y esperanzas de los miembros de la sociedad, asimismo traiciona el espíritu de la Patria.

Antonio Rodríguez Salvador

Texto de Antonio Rodríguez Salvador
Narrador, poeta y ensayista espirituano. Autor de la novela Rolandos. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). Columnista habitual en varios medios del país.

Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *