El Tin Marín de los niños

El proyecto teatral jatiboniquense La Carpa de Tin Marín celebra por estos días los 20 años de vida artística de su director Con un manojo de colores en el rostro y el mismo traje de hace más de dos décadas, a Olisvael Basso Rodríguez se le ve aún con la

El proyecto teatral jatiboniquense La Carpa de Tin Marín celebra por estos días los 20 años de vida artística de su director

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El Estado venezolano de Portuguesa le confirió el reconocimiento de Colaborador más integral de la Misión Cultura Corazón Adentro en 2012. (Foto: Olisvael)

Con un manojo de colores en el rostro y el mismo traje de hace más de dos décadas, a Olisvael Basso Rodríguez se le ve aún con la sonrisa al hombro, pues desde 1999 encamina todo esfuerzo a cultivar emociones en un público que todavía hoy lo cree irreal: “Al principio, éramos Cúcara, Mácara y Títere Fue, pertenecíamos al entonces Centro Provincial de Cultura Comunitaria y así nos convertimos en singulares títeres de tamaño natural, una suerte de juglares que contaban historias de la literatura infantil”, explica Tin Marín a Escambray, sin deshacer el arcoíris del borde de sus ojos, tonalidades de fantasías que definen las esencias del actor jatiboniquense al concluir cada espectáculo.

“He estado en casi toda Cuba con mi vestuario de payaso, algo que agradeceré siempre a Roberto González Calero, quien confió en mí para llevar el hilo conductor de la carpa; actuamos en hospitales, en importantes plazas teatrales como Santa Clara y, además, participamos el Festival Internacional Unicornio 2000; hasta el poblado de Velasco, en Holguín, llegaron los juegos de rondas característicos de nuestro quehacer”, asegura Basso Rodríguez sin perder de la memoria la historia del niño que se echó llorar un día en Placetas al darse cuenta de que Tin Marín no resulta el personaje salido de los libros, ni el muñeco de algodón ilustrado por su maestra.

Para quien se declara enamorado del mundo de las tablas y colecciona triunfos en la pared, las anécdotas le recorren el cuerpo: “Era la prestigiosa cita teatral de Fomento en 1998, nos habían dejado de últimos y la obra que defendía se llamó Montecalvo; recuerdo el personaje, me retrataba, ingenuo, cariñoso y sufría en la piel la injusticia de la sociedad, el desprecio y la desolación”.

Tal vez por ello, al final de la puesta, cuando las luces todas apuntaban al imberbe muchacho, el propio René de la Cruz, quien presidía el jurado, preguntó: “¿Y ahora qué hacemos con este guajirito de Jatibonico?”. Luego llegaría el galardón más preciado del certamen de manos del actor que hizo célebre a Julito el pescador. De tal modo, Olisvael reconstruye la escena en medio de otros reconocimientos como la Guarandinga de Arroyo Blanco, máxima distinción de la cultura en su pueblo natal, y el diploma al colaborador más integral de la Misión Cultura Corazón Adentro en el año 2012, conferida por el Estado de Portuguesa.

Así, inspirado en un cuento clásico de Herminio Almendros, al artista le complacen los logros obtenidos recientemente con su atractiva entrega del Cucaracho Martínez, multipremiada en los festivales de teatro Por los caminos de Cañambrú, celebrado en Taguasco, y la edición XXVII del Olga Alonso fomentense, donde se alzaran con los lauros a la Mejor puesta en escena, al Mejor texto teatral inédito para niños, así como la sobresaliente actuación femenina de la joven aficionada Geila Neira, sin duda el principal regalo para el instructor de arte, quien asegura que le enorgullece más el éxito de sus alumnos que el hecho de llevarse a casa otra vez el lauro como Mejor actor en la categoría infantil.

Hasta hoy, Olisvael Basso comparte su tiempo como director artístico, animador de espectáculos y peñas culturales, pintor, artesano, escenógrafo, escritor para niños y aficionado a la dramaturgia; en su extenso currículo no deja de resaltar las experiencias en tierras venezolanas.

“Aprendí muy rápido las frases idiomáticas de las comunidades campesinas en Venezuela y me enamoré de los ojos inquietos de la gente humilde del municipio de Araure. Hasta allá fuimos a hacer cultura para liberar a un pueblo de la ignorancia”.

Antes de terminar el diálogo, Olisvael revela que si le dieran a escoger cuál personaje de los suyos salvaría, quisiera que lo recordaran como el Tin Marín de los niños, pues les ha dicho a sus amigos que en el último aliento desea lucir la misma sonrisa y el traje curtido ya por 20 años de sentimientos, de alegrías y tristezas: “Quienes compartieron la taza de café y las colillas de mi inspiración saben que los colores de mis esperanzas se quedarán para siempre en las generaciones que me han ayudado a soñar un mundo de maravillas”.

Oscar Salabarría Martínez

Texto de Oscar Salabarría Martínez

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