La Ifigenia de Yerandy Fleites

En el catálogo del sello espirituano aparece esta rara avis: un texto de teatro basado en los clásicos griegos Entre las recientes publicaciones de Ediciones Luminarias, en su apartado Colección Teatro, felizmente aparece el título Ifigenia, del dramaturgo cubano Yerandy Fleites (Ranchuelo 1982). Reconocido por su tetralogía Pueblo blanco y

Ifigenia, obra del del dramaturgo cubano Yerandy Fleites.

En el catálogo del sello espirituano aparece esta rara avis: un texto de teatro basado en los clásicos griegos

Entre las recientes publicaciones de Ediciones Luminarias, en su apartado Colección Teatro, felizmente aparece el título Ifigenia, del dramaturgo cubano Yerandy Fleites (Ranchuelo 1982). Reconocido por su tetralogía Pueblo blanco y por sus disímiles publicaciones, tanto dentro como fuera de la isla, Yerandy al mismo tiempo practica el magisterio en el Seminario de Dramaturgia de la Facultad de Arte Teatral de la Universidad de las Artes de Cuba.

Nuestra editorial territorial, carente aún de una dinámica de producción de obras teatrales, se realza con este título de notable tratamiento en el lenguaje escritural. Esta pieza viene a corroborar una línea dramática en la que el autor revisita mitos y héroes clásicos de la literatura universal —Jardín de héroes, Antígona, La pasión King Lear, etc.—, y los repara en una escritura actual y resuelta, poco más que renovadora, de estos relatos ancestrales. El cuerpo teatral sobre el cual el autor descargó su ingenio fue esta vez el mito espoleado por el aterrador intento de sacrificio humano impuesto a Ifigenia por parte de su padre Agamenón, y que luego fuera enviada a Táurica tras haber sido rescatada por Artemis.

Las semejanzas sinópticas con la alegoría trágica de Eurípides, en la que Yerandy se inspira para mostrar, oportunamente, aspectos de la realidad social contemporánea, se ensayan a partir de que Orestes viaja a Táurica, acompañado de su amigo Pílades a tomar la estatua de Artemisa, caída desde el cielo, y la lleva de vuelta a Atenas. Estas analogías son coordenadas precisas para entender la Ifigenia de Yerandy. La universalidad de este mito es sometida a una recontextualización casi forzada sobre determinadas problemáticas del escenario nacional y en continuo debate. Problemas que, sin preceptos demasiado aleccionadores, le preocupan al autor: sobre lo que le interesa dialogar desde una postura  avezada y referencial con el hombre insular.

La obra medita racionalmente en una primera lectura desde lo sensorial sobre las posturas dogmáticas ante lo divino. Parece decirnos que “lo que sirve, si acaso, es la memoria, la memoria que la virgen guarda de los vivos y de los muertos”, no una figura de madera o yeso a la que los necios rinden mayores y alegres cultos.

Por otra parte, la parábola del tren que atraviesa de un peñasco del Ponto Euxino al otro, haciendo paradas de pueblo en pueblo y con minutos de retraso del que habla el Coro en la obra, se me antoja representarlo como un puente ilusorio que conecta a la actualidad con los 2 000 años atrás (poco más, poco menos) en que sucedieron estos hechos reales. Además, nos sirve de analogía para un viaje del hombre a su propia memoria, individual o colectiva, acaso a su interior; un reconocimiento postergado con sus antepasados, a modo de reparaciones históricas.

El lector se tropezará con una lectura fresca y cordial, llena de jocosidad, ambigüedades, parábolas históricas y simbolismos, destacable a nivel de discurso. Ante la escritura rigurosa de personajes y situaciones cuidadosamente ideados, Ifigenia es capaz de generar una expectativa escénica y se salvaguarda de una lectura fría, “sin demasiados líos verbales”.

¡Atentos los directores escénicos!; como futura puesta en escena, Ifigenia es una garantía en voz de los actores, por la fuerza del verbo literario y su complejidad teatral, pues, aunque los personajes no se adentran en una cotidianidad pura —recordemos que son personajes mitológicos—, transitan por angustias, esperanzas y desengaños como cualquier hombre común.

Ifigenia es, efectivamente, un estímulo arrojado para los lectores habituados a la literatura, no solo a la apuntalada en los clásicos griegos y en discursos oníricos, sino también a los partidarios de una lectura teatral inteligible, íntima y aguda. En este sentido es una ganancia para Ediciones Luminaria, que deberá desarrollar su olfato para lo que está sucediendo a nivel de país en términos teatrales. El equipo editorial ha apostado sensatamente por un texto que, de acuerdo con las palabras de Reinaldo Montero a modo de epílogo, ofrece a los lectores como pocos en la dramaturgia cubana actual, calidad, vitalidad y tino.

 

Roger Fariña Montano

Texto de Roger Fariña Montano

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