¿Por qué José Martí dirige a Manuel Mercado su última carta?

Aunque se ha hablado y escrito mucho del contenido de su carta-testamento escrita al amigo mexicano el día antes de su muerte, poco se ha esclarecido acerca de la elección del destinatario

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El 18 de mayo de 1895 José Martí comenzó a escribir una carta a su gran amigo mexicano Manuel Mercado, la que quedó inconclusa al producirse su muerte al siguiente día. (Foto: Habana Radio)
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El 18 de mayo de 1895 José Martí comenzó a escribir una carta a su gran amigo mexicano Manuel Mercado, la que quedó inconclusa al producirse su muerte al siguiente día. (Foto: Habana Radio)

La devoción casi mística con que acuden al sitio histórico de la caída de José Martí, políticos e intelectuales, gente de pueblo y visitantes foráneos,  permite definir que existe en todos, junto con el propósito loable de rendirle homenaje allí en Dos Ríos, la intencionalidad de acercarse a esa figura cimera de la Historia de Cuba y acceder, si ello fuera posible, a su espiritualidad extraordinaria y sus misterios. 

Documento excepcional por su contenido y naturaleza, la carta inconclusa de José Martí a su amigo mexicano Manuel Mercado, citada en libros y en la prensa una y mil veces, ha devenido en cierta forma cliché al que se acude en cada aniversario de la tragedia que constituyó —para la Cuba que por entonces se estaba haciendo en la manigua—, la caída de su principal figura política y Héroe Nacional, garantía de una independencia ya próxima que se perdió justamente el 19 de mayo de 1895, día de su muerte en combate.

Sabemos el valor y contenido supremo del fragmento de párrafo que inicia esa misiva: “…ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.

Conocemos también el tercer párrafo, donde le expresa a Mercado: “Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos, —como ese de Vd., y mío, — más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas de allá y los españoles, el camino, que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América al Norte revuelto y brutal q. los desprecia (…)”.

Son ideas profundas que nos legó Martí para aquel instante y la posteridad, con la intención de no dejar resquicio a cualquier futura interpretación ambigua acerca de la motivación que lo llevó a ofrendar su vida en los campos de la Cuba insurrecta. 

Ahora bien, ¿por qué esa epístola-testamento la dirigió Martí al mexicano Mercado y no a cualquiera de los más de 60 mayores receptores de sus cartas, cubanos y extranjeros, entre los cuales Serafín Sánchez, José Dolores Poyo, Gonzalo de Quesada y tantos otros? Un análisis siquiera somero del tema permite discernir que, por el contenido de la epístola, y por el afecto de hermano que le profesaba, la elección cayera en el amigo azteca, precisamente por esa afinidad de espíritu y por su condición de hijo de una tierra especialmente querida por el Apóstol de nuestra liberación. 

La clave, necesariamente, tenemos que buscarla en lo que representaron México y Mercado para el artífice de la independencia de Cuba desde su arribo a la tierra de Moctezuma en los inicios del último cuarto del siglo XIX. Allí ya se encontraba su familia, llegada desde la Isla poco antes y fue precisamente su padre, el valenciano don Mariano Martí, quien le presentó al nuevo amigo Manuel Mercado, que se desempeñaba por entonces como secretario de Gobierno del presidente Sebastián Lerdo de Tejada. 

Es de imaginar el estado emocional del excelso cubano, recién licenciado en España —donde estuvo obligado a cumplir su destierro—, al llegar a la tierra hermana de México con la lozanía y enorme potencialidad de sus 22-23 años, movido por la fuerza telúrica de su patriotismo ingénito, que no tarda en manifestarse en su acelerada inserción en la prensa, las artes, la ciencia y también, de forma indirecta, en la política de la patria de Juárez.

Prueba de ello es su temprana afiliación como colaborador en la Revista Universala inicios de marzo de 1875 para, ya en mayo, hacerse cargo en ese órgano de la sección fija Boletín, que firmaba con el seudónimo  de “Orestes”.Pero también Martí incursiona en las artes y la cultura, relacionándose con figuras como la poetisa Rosario de la Peña. Decisivo devendría para Martí el contacto con la cultura y la política del país azteca que por aquellos tiempos emergía un poco como compendio de todos los que forman Ibero América.

Siempre con el soporte de un hombre influyente como Manuel Mercado, Martí se adentra en el alma de México, y por extensión, en la de las demás incipientes repúblicas del sur y el centro del subcontinente, incursionando en la cultura autóctona, de insuperable riqueza y mientras dedica a Mercado sus Versos Libres y ejerce la docencia y el periodismo, va descubriendo un universo nuevo y fascinante para él, que se vería necesariamente reflejado en sus obras.

Fruto de esa aprehensión portentosa del alma americana — entiéndase  latinoamericana y caribeña—, es su ensayo Nuestra América, de una lucidez y madurez asombrosas, el cual vería la luz el 30 de enero de 1891 en el periódico mexicano El Partido Liberal, escrito donde, en contraposición a costumbres y doctrinas de la época, introduce una nueva visión de la América Nuestra, desde un punto de vista crítico y unitario a la vez.

Empero, para 1876 la asunción del poder en México por Porfirio Díaz, un hombre cuyos métodos e ideas de gobierno Martí no comparte, pone un final a su estadía mexicana, dedicándose a recorrer brevemente entonces otras tierras del istmo centroamericano para, finalmente, radicarse en los Estados Unidos. 

Se va del país, es cierto, pero mantiene los lazos con su pueblo, con muchos amigos aztecas y, esencialmente, con Manuel Mercado, a quien confiesa en una carta de la época: “si yo no fuera cubano, quisiera ser mexicano”. Se sabe que Martí viajó otras dos veces a México y que estando en esa nación en 1894 durante la segunda y última, se enfermó en el hotel y que Mercado, con solicitud de hermano, se lo llevó a su casa para que se repusiera en el calor de su hogar donde se le quería como a un hijo.

De México regresa Martí a los Estados Unidos, inmerso en los aprestos finales para la Guerra Necesaria. Ha dejado en aquella tierra pródiga muy profundos apegos y siente gratitud infinita por todos quienes le demostraron amistad y solidaridad a manos llenas. Allí, en verdad, había conocido sus primeros amores y en aquellos dos excepcionales años terminó de cuajar su formación multifacética y su concepción del alma americana.

Estas razones pueden explicar la decisión de Martí de escribir a Mercado —y no a otro de sus muchos amigos cercanos— la epístola postrera, pero queda la incógnita de cuáles otras ideas habría expuesto en su carta inconclusa y qué quiso decir con la frase final dedicada al fraterno mexicano: “Hay afectos de tan delicada honestidad”…

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

Comentario

  1. Excelente trabajo, aunque el que fuera la última carta, fue casualidad, resultado de que al otro día, el 19, no pudo continuar escribiendo al caer en combate.

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