Trump: Cuidado con las sanciones

La práctica de utilizar las sanciones económicas de manera indiscriminada como arma de guerra puede trocarse en bumerán que desquicie las relaciones internacionales y termine por asfixiar la economía del Imperio

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El abominable señor dispara a diestra y siniestra sanciones económicas al punto de amenazar la estabilidad económico-financiera del planeta.
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El abominable señor dispara a diestra y siniestra sanciones económicas al punto de amenazar la estabilidad económico-financiera del planeta.

Los cubanos sabemos mucho, a fuerza de enfrentar las canalladas del Imperio, que se quedó con los 10 aviones de entrenamiento militar T-28 comprados y pagados con antelación, sin que nos devolvieran un centavo, y también con aparatos de uso civil; el mismo que utilizó en provecho propio en Miami y otros puntos de la Florida, los más de 420 millones de dólares robados por los personeros batistianos en fuga en la histórica madrugada del primero de enero de aquel año, cuando el dólar tenía un valor adquisitivo casi 40 veces superior al que posee hoy.

Y ese dinero fue empleado para hacer de Miami una ciudad próspera de turismo, comercio y bienes raíces, utilizada como vidriera para las naciones del área, empezando por Cuba. Sin embargo, esa práctica de aplicar sanciones, que siempre usaron para “torcer los brazos” —según el argot del expresidente Barack Obama— de los gobiernos que no eran de su agrado, no estaba tan generalizada y solo se utilizaba en casos puntuales.

Hay que decir que Estados Unidos ha devenido campeón mundial de medidas, trucos y procederes abusivos para domesticar a regímenes rebeldes, como cuando utilizó en 1953-1954 contra la Bolivia del presidente Víctor Paz Estensoro, el dumping del estaño, por entonces principal producto de exportación de ese país, al inundar el mercado mundial de ese metal con el extraído de sus reservas, haciendo caer los precios a un mínimo histórico.

Los dirigentes extremistas de la superpotencia han sido campeones también en aplicar las experiencias positivas de esa forma criminal de comportarse, como cuando intentaron aplicarle a Cuba en 1961 la misma receta que a Guatemala en 1954, que allí resultó exitosa, pero que aquí terminó en debacle. Siguiendo ese modus operandi, el Imperio la emprende ahora contra Venezuela, con procedimientos ya probados con todo éxito contra el Chile de Salvador Allende en 1972-73, que no lograron provocar un estallido social, pero abrieron el camino al golpe militar pinochetista.

Pasaron los años y los EE. UU. no dejaron de “torcer brazos” utilizando el estrangulamiento económico como herramienta para forzar el cambio de gobernantes adversos, aunque en el caso de nuestra patria, y después de tantos intentos fallidos, el entonces presidente Obama, cansado de tantos fracasos, intentó hacer algo distinto para obtener resultados diferentes. Pero llegó Donald Trump y el absurdo comenzó de nuevo.

El problema para el Imperio es que las susodichas medidas deben tener su “medida”, porque todo exceso deviene negativo y las sanciones económicas que el rubicundo personaje está aplicando a troche y moche con cualquier pretexto e, incluso, sin pretextos, van en camino de volverse contra sus artífices, quizá por aquello de que, si insistes demasiado en seguir una dirección geográfica, regresarás al punto de partida, solo que desde el lado opuesto.

Pues bien, para no ir más lejos, el señor Trump adoptó sucesivas medidas contra Rusia, escudándose en su apoyo a las regiones rusoparlantes de Ucrania que se negaron a seguir los dictámenes de Kiev tras el golpe de estado de Maidán. Pero Rusia recuperó su territorio histórico de Crimea y recibió por ello una nueva andanada de sanciones de Estados Unidos y sus vasallos del Viejo Continente. En respuesta, Moscú adoptó un boicot contra los productos agrícolas que adquiría en países de la Unión Europea. 

A partir de entonces el abominable hombre de la Casa Blanca la ha emprendido “a medida limpia” —digo, sucia—, incluso contra países aliados suyos como son los casos de Canadá, Corea del Sur, Japón y Turquía, entre otros, mientras se enzarza en una destructiva guerra económica contra China, violando en primer lugar lo dispuesto por la ONU y la Organización Mundial de Comercio sobre las relaciones entre estados.

Las peripecias de la guerra de sanciones y contrasanciones con el gigante asiático, que ya está provocando el disloque de las relaciones económicas internacionales y amenazando la estabilidad del dólar, quizá haga olvidar que, paralelamente, Washington está intentando el ahorcamiento de Irán, combinando las presiones económicas con el chantaje militar, lo que puede desembocar en cualquier momento en un conflicto en extremo peligroso para el mundo.   

Por si fuera poco, Donald Trump chantajea descaradamente a Alemania para que no compre el gas natural a Rusia y torpedea la construcción de los grandes gasoductos Nord Stream y Sud Stream, por el Báltico hacia Alemania y por el sur hacia Turquía, pretextando que lo hace para que Europa no dependa del gas ruso —un rival geopolítico y militar— cuando su verdadero objetivo es forzarla a comprar el Gas Natural Licuado estadounidense, mucho más caro.   A esa forma incivilizada de comportarse, llevándose por las apetencias del bolsillo y del estómago —seguro que también por el ego y el afán de dominar a otros— los cubanos respondemos con un viejo y sencillo refrán muy oportuno que expresa: La avaricia rompe el saco.    

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

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