Hombres que llegaron bajo la lluvia

Los combatientes de la Columna Invasora No. 2 Antonio Maceo liderados por el Comandante Camilo Cienfuegos, que arribaron al norte espirituano el 7 de octubre de 1958, tornaron radicalmente la situación político-militar en el norte de Las Villas

yaguajay, frente norte de las villas, camilo cienfuegos, ejercito rebelde
Siempre rodeado de sus combatientes, que lo admiraban, y de la gente humilde, Camilo devino imagen del pueblo.
yaguajay, frente norte de las villas, camilo cienfuegos, ejercito rebelde
Siempre rodeado de sus combatientes, que lo admiraban, y de la gente humilde, Camilo devino imagen del pueblo.

Félix Torres, el pequeño y activo jefe del destacamento guerrillero Máximo Gómez del Partido Socialista Popular, conoció con suficiente antelación en el otoño de 1958 que una fuerza invasora de vanguardia enviada por Fidel Castro, venía desde la Sierra Maestra en dirección a la zona norte espirituana, donde él operaba con sus apenas 65 combatientes, aunque desconocía la misión ulterior de ese contingente.

Con espíritu unitario y fraterno, el incansable comunista envió a tres escuadras de sus guerrilleros por lugares diferentes para hacer contacto con la columna de combatientes, con la intención de localizarlos y prestarles toda la ayuda posible porque se comentaba que el tirano Batista había interpuesto ante ellos lo mejor de su ejército con el propósito de aniquilarlos antes de su llegada a la provincia de Las Villas.  

Al cabo, fue la escuadra de seis hombres, encabezada por el teniente Tomás Cortés, que avanzó por el centro hacia tierra avileña, la que se encontró con el Comandante Camilo Cienfuegos y sus hombres de la Columna Invasora No. 2 Antonio Maceo, en las Llanadas de Alunao.

FUERZA ESPECIAL BAJO TIEMPO INFERNAL

La tropa de Camilo, sin ser nombrada de élite, lo era en la práctica, pues se trataba de guerrilleros curtidos en los recientes combates y batallas libradas en el Frente No. 1 de la Sierra Maestra para derrotar la Ofensiva de Verano de la tiranía, que con más de 10 000 hombres intentó acabar definitivamente con el pequeño ejército insurgente de Fidel Castro, empeño del que salió quebrantada la flor y nata de las fuerzas militares del régimen.   

Tras esa trascendental victoria, Fidel vio llegado el momento de emular la invasión al occidente del país ejecutada en 1895 bajo la égida del Generalísimo Máximo Gómez y su lugarteniente general Antonio Maceo, con el fin de llevar la guerra libertaria a esas comarcas y darle el puntillazo final al régimen asesino y ladrón de Fulgencio Batista.

Según el plan original, Che debía establecerse en el macizo escambraico, al centro sur de la comarca villareña, mientras Camilo llegaría al norte espirituano y de ahí, tras reorganizarse y recuperar fuerzas, continuar hasta Pinar del Río para reforzar al frente guerrillero que allí fundó el comandante Dermidio Escalona.

El reto era descomunal, pero escogió para enfrentarlo a dos de sus mejores comandantes: el habanero Camilo Cienfuegos Gorriarán y el argentino Ernesto Guevara de la Serna. A ellos les ordenó en agosto del 58 escoger a los mejores hombres, más necesarios por su estado de salud y habilidades. Camilo conocía cabalmente a los suyos, algunos de los cuales estuvieron con él en los difíciles trances durante su incursión por los llanos del Cauto, de donde fueron convocados para acudir a marchas forzadas como refuerzo a la Sierra Maestra ante la inminente arremetida de los batallones de choque movilizados por el batistato.    

La misión parecía imposible, pues en 1895 Gómez y Maceo avanzaron al frente de casi 4 000 hombres, en su mayor parte de caballería, pero ahora serían los 90 de Camilo y los 140 del Che para enfrentar a miles de oponentes que contaban con blindados, artillería y el apoyo casi permanente de la aviación. Pero Fidel trazó una estrategia que consistía en transitar de noche por lugares apartados, donde las dos columnas guerrilleras, de alta movilidad y poder de fuego, contaban con una elevada proporción de armas automáticas, incluidas ametralladoras, armamento capturado a los soldados durante la fracasada ofensiva.

LOS ELEMENTOS DESATADOS

Fue el de 1958 un otoño lluvioso y de tormentas como pocos, que hicieron doblemente arduas las condiciones climáticas para el avance de ambas fuerzas guerrilleras, pues cayeron numerosos aguaceros y sufrieron el embate más o menos directo de tres ciclones, en su trayecto por lugares infestados de mosquitos, jejenes y niguas, las más de las veces con escaso o ningún alimento ni medicina para aliviar sus males.

Aquel avance a ultranza hacia occidente estuvo jalonado del peligro constante de emboscadas, pues el plan del Ejército no era otro que localizar a las columnas invasoras, detenerlas, cercarlas y hacer caer sobre ellas todo el peso de sus blindados, artillería y aviación, hasta lograr su aniquilamiento.

No obstante, aquel tiempo tan inclemente con los contingentes de hombres hambrientos, en su mayoría descalzos y en andrajos, en medio de ciénagas, lagunas, ríos y arroyos crecidos que tuvieron que cruzar a fuerza de coraje e inventiva, contribuyó a salvarlos, pues paralizaron los vehículos militares y limitaron en grado sumo la eficacia de la aviación.

ENCUENTRO ENTRE HERMANOS 

Como expresó William Gálvez en su libro Camilo, señor de la vanguardia: “El recorrido desde Boquerón hasta la Llanada de Alunao, primer campamento de la Columna Invasora No. 2 en Las Villas, se hizo entre lomas, esto imprimiría en los invasores una nueva sensación de confianza, pues recordaban el escenario de la Sierra Maestra, baluarte invencible del Ejército Rebelde”.   

A diferencia de Camagüey, poco poblado y organizado en términos del clandestinaje, la zona de Yaguajay, con su aval histórico de alzamientos, luchas contra el desalojo y alta conciencia política, fue como un oasis para los recién llegados, quienes desde el primer momento tuvieron el reconocimiento y el apoyo de los vecinos de los lugares por donde pasaban.

En la madrugada del 8 de octubre de 1958, la Columna Invasora No. 2 Antonio Maceo entró en fila india en el campamento débilmente iluminado de Félix Torres en lo más intrincado de los montes de Jobo Rosado, donde fueron recibidos con todo el calor y hospitalidad posibles por Torres y su tropa, quienes velaron por su alimentación, su cura y su descanso.

A las ocho de la mañana del propio día, el entonces capitán Sergio del Valle Jiménez, médico de la tropa de Camilo, anotaba en su diario de guerra: “Llegamos a un campamento comandado por el Sr. Félix Torres, de ideas comunistas, muy bien organizado, desde el principio puso todo su interés en cooperar y ayudarnos, estamos convencidos de que tenemos una causa común, la lucha por la libertad, la lucha contra la tiranía”.

En aquel instante emotivo, que resultó histórico, nadie podía imaginar que hasta el momento inigualable de la victoria faltaban menos de tres meses.

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

Escambray se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social, así como los que no guarden relación con el tema en cuestión.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *