De meteorólogo a electricista

Joaquín Luna entró al mundo laboral asociado a las variables del tiempo, luego dedicó su vida a la electricidad

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Al reparar equipos que otras manos desahuciaran, Joaquín Luna se ha convertido en el ombligo de Mayajigua. (Foto: José Luis Camellón/ Escambray)
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Al reparar equipos que otras manos desahuciaran, Joaquín Luna se ha convertido en el ombligo de Mayajigua. (Foto: José Luis Camellón/ Escambray)

Cuando todavía empinaba su juventud, Joaquín Luna González se dedicó a seguir las variables del tiempo y poco faltó para que la meteorología lo separara de su natal Mayajigua; entonces no sabía que la electricidad sería el oficio que verdaderamente alimentaría su vida laboral; tampoco que se volvería un mago capaz de arreglar cuanto equipo llegara a sus manos, aunque ello exigiera la más artesanal de las inventivas.

“A los 15 años me incorporé voluntario en el ejército —Fuerzas Armadas Revolucionarias—, fui a Pinar del Río y estudié Meteorología. Hacía los mapas del tiempo y estuve cuatro años en una unidad aérea de Santa Clara. Después me llevaron al Instituto de Meteorología para hacerme evaluaciones, había que llevar las variables del tiempo al mapa y aprobé las pruebas; no me quedé a trabajar en eso porque no tenía hospedaje en La Habana”, narró como quien repasa a gusto en su pasado.

Desmovilizado del ejército, regresa a Mayajigua y va directo al central Aracelio Iglesias, en Nela. Cuenta que en el Órgano de Trabajo le ofertaron plazas de Electricista B, C y Aprendiz. “Dije que quería ser aprendiz porque de electricidad no sabía nada. Cogí la primera evaluación y me seguí superando, hasta que entraron las centrífugas automáticas y para operarlas se requería ser Electricista A; aprobé la evaluación, allí estuve de técnico de esa área casi 40 años, hasta que me jubilé cuando se cerró el central”.

Cada vez que alguien tiene una plancha rota, una turbina, un ventilador, un cortocircuito…, vienen conmigo, comenta Joaquín. (Foto: José Luis Camellón/ Escambray)

A los 73 años Joaquín Luna revive esa etapa fructífera de su carrera, recuerda que montó las centrífugas automáticas cuando llegaron; luego a él mismo le tocó desarmarlas y entregarlas listas para trabajar en otro central. “Los especialistas no creían que tuvieran más de 20 años de explotación; ‘están nuevas’, decían cuando vinieron a recogerlas. Aquellas centrífugas eran mías, las tocaba solo yo; pocas veces tuve que regresar al central de noche porque presentaran problemas, estaban afinaditas, como un reloj.

¿Pero jubilarse no significó el reposo en su vida?

Tengo adicción al trabajo, no tengo sangre para vivir sentado; parece que eso lo heredé del viejo mío que a los 90 años rajaba leña. Aquello de la meteorología y los mapas fueron cuatro años, realmente el verdadero oficio ha sido la electricidad. Después de jubilado nunca me aparté de ese oficio y cada vez que alguien tiene una plancha rota, una turbina, un ventilador, un cortocircuito…, vienen conmigo; nunca me le he negado a nadie.

Esperaba que hubiera una tienda mayorista donde pudiera adquirir los recursos y entonces sacar una patente, porque inventando por aquí, por allá no se puede sacar una patente así; me dedico a resolverle el problema a la gente sin estar pensando en el dinero.

Tuve una patente y la entregué porque no hay con qué trabajar. No tengo taller, me llaman a una casa y voy, le salvo el equipo, se lo echo a andar, me dan frijoles, manteca…, prácticamente lo hago como un entretenimiento; entre mi esposa y yo cobramos de retiro unos 500 pesos, estirándolos pasamos el mes.

¿Entonces más que reparar, tiene que inventar el arreglo?

Lo que me hace falta es que la ONAT hiciera una plaza de Innovación, porque los trastes que yo toco son los que nadie quiere arreglar, ni el particular ni en el taller estatal; no reparo, invento una solución. Si llega una viejita con un ventilador que necesita le hago un remiendo; a veces me vienen a ver a las 10 de la noche porque se quedaron sin corriente en una casa, ¿cómo voy a negarme?; lo seguiré haciendo, con dinero, sin dinero, voluntario, lo mío es ayudar al que vino a verme con una situación así.

En estos días llegó una mujer que llevaba dos días sin agua en su casa; ¿usted sabe con qué le arranqué la turbina?, le dije: ‘búscame un poco de sal’ y, con un pomo plástico picado a la mitad le fui regulando esa agua y la eché andar; faltó poco para que me cayeran a besos.

Más que meteorólogo o electricista, he sido innovador; aquí el único que salva una plancha rusa y la pone a calentar otra vez soy yo. Con la lámina de los transformadores de la lámpara de mercurio que se quema le hago el termostato y te lo garantizo por tres o cuatro años. A corta hierro, martillo y un punzón le hago el térmico; con un pedacito de loza de piso sustituyo la tachuelita de porcelana y así tres o cuatro inventos más; casi hago una plancha criolla y las garantizo por varios años.

¿Sin querer usted se ha vuelto el electricista de Mayajigua?

Lo que sea artesanal, que pueda hacer con las manos es raro que no le encuentre una solución; no me dedico a ese oficio como un negocio, pero sí te aseguro que he sacado del apuro a decenas de familias, le he aliviado el calor a mucha gente y si una parte de la gente en Mayajigua no sale a la calle con la ropa estrujada es gracias a las planchas que he salvado. He vivido para servir a los demás y mientras tenga fuerzas seguiré ayudando.

José Luis Camellón

Texto de José Luis Camellón
Reportero de Escambray por más de 15 años. Especializado en temas económicos.

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