Panchito: patriota desde la cuna (+fotos)

Nacido el 11 de marzo de 1876 en el fragor de la lucha durante la Guerra de los Diez Años, Panchito Gómez Toro, cuarto de los hijos del Generalísimo Máximo Gómez, heredó en mayor cuantía los genes patrióticos de su padre y el espíritu elevado de su madre Manana

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Panchito, al centro, entre Martí y Fermín Valdés Domínguez.
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Panchito, al centro, entre Martí y Fermín Valdés Domínguez.

Fruto del amor del dominicano ilustre Máximo Gómez Báez y la cubana Bernarda Toro Pelegrín, Manana, Francisco Gómez Toro, Panchito, nació en la finca espirituana de La Reforma, en un bohío humilde inmerso en la espesura de tupidas arboledas rodeadas de montes y sabanas, donde a lo lejos se escuchaba el ruido sordo de combates de la Guerra Grande, que ya transitaba por su octavo almanaque.

    Parece cosa sobrenatural el vínculo de los Gómez Toro con ese sitio entonces paradisíaco ubicado al este del actual municipio espirituano de Jatibonico, porque precisamente allí buscó el Generalísimo refugio para sus seres más queridos y, alertado del inminente alumbramiento, sacó tiempo y corrió riesgos para estar presente cuando el que sería su preferido viniera al mundo.

     Palabras simbólicas también y de alto valor las que Gómez plasmara entonces en su Diario de Campaña: “Espeso monte, grandes árboles, un arroyo fértil y de agua cristalina, muchos pájaros que cantan, y mucho ruido grato del monte, muchos ruidos de guerras que se oían a lo lejos; allí está la cuna de mi hijo Francisco”. Y más adelante señala sin ambages: “Esto es jurisdicción de Sti. Espíritus, de suerte que mi hijo es cubano espirituano” …

     A partir de ese momento, ese nombre lo lleva consigo en sus años de exilio y con él bautiza la finca que arrienda en Santo Domingo, su patria nativa. Luego, en la Guerra Necesaria a que lo convocó Martí, fue La Reforma escenario de una de sus más grandes y victoriosas campañas militares.

Con solo 16 años, Panchito era todo virtud al servicio de su patria.

     PANCHITO EN LO MÁS ALTO

     Cuando Martí llega en septiembre de 1892 a la localidad dominicana de Montecristi con la intención de tratar asuntos trascendentes con Máximo Gómez, alguien le indica al Apóstol que fuera a buscar a Panchito al comercio donde laboraba para que lo llevase ante su padre. El muchacho, de apenas 16 años, lo impresionó vivamente, por lo que meses después plasmó en una carta:

     “… era sobrio, ya como un hombre probado, centelleante como luz presa, discreto como familiar del dolor” … y fue ese el inicio de una amistad y una admiración sin límites entre aquellos dos seres singulares. Luego Panchito va a Nueva York junto a su progenitor y allá permanece con Martí, de quien llegaría a ser su brazo derecho en una labor febril de organización y agitación proselitista por asentamientos de cubanos en la Unión Americana.       

     Pasa el tiempo y los sucesos se precipitan. A Montecristi regresa Gómez, mientras Martí permanece en Nueva York, pero por breve lapso. El 7 de enero de 1895 llega el Maestro a la ciudad donde redactará con Gómez el histórico Manifiesto. Pero antes se mueven incansables por todo Santo Domingo en busca de apoyo para la guerra en Cuba que se torna inminente.  

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A Cuba regresó Panchito con su amigo y coterráneo César Salas Zamora en el vapor Three Friends.

     A LA GUERRA QUE LLAMA

      Para la Revolución han trabajado y la guerra ya ha estallado en la isla el 24 de febrero de ese año. Parten hacia la ínsula vecina el Generalísimo Máximo Gómez, Martí, Cesar Salas, Paquito Borrero y Ángel Guerra. Panchito no quiere quedarse y solo a instancias de Martí, acepta la necesidad de permanecer en Quisqueya acopiando recursos para la contienda. El padre atribulado le asegura que más adelante lo mandara a buscar, promesa que cumple en el otoño de 1895 por medio del espirituano César Salas.

      Al cabo de incontables peripecias, vienen por fin César y Panchito desde la Florida en el vapor Three Friends. Ambos espirituanos resisten con estoicismo la sed y el peligro en medio del duro peregrinar por entre montes y marismas hasta encontrarse con el General Maceo, quien los recibe con alegría y cariño.   

     En Pinar del Río se pelea a diario y a pesar de los esfuerzos del Titán por mantenerlo alejado del peligro, Panchito combate y sufre heridas, pero sigue adelante. Al mando de otro espirituano, el General Pedro Díaz, ha ganado en los primeros lances los grados de capitán. Por sus conocimientos y diligencia, Maceo nombra a Panchito su ayudante y le confía su correspondencia.

      La afinidad entre Maceo y Panchito crece de manera espontánea y ya apenas se separan; por eso cuando el General Antonio decide cruzar la trocha de Mariel a Majana, el hijo ilustre de Máximo Gómez va con él. Pero sobreviene el aciago suceso de Punta Brava, donde hace campamento con cerca de 400 hombres que ha ordenado reunir en el lugar, cuando una columna española sorprende el cuartel cubano. Maceo se lanza de la hamaca furibundo y con unos pocos hombres contraataca las líneas enemigas que retroceden dispersas buscando el abrigo de unas cercas de piedra. El Titán ha dicho “esto va bien”, cuando un proyectil de máuser lo derriba del caballo. 

      Panchito corre al lado de su jefe, carga el pesado cuerpo e intenta dirigirse a la retaguardia, pero también resulta alcanzado, y cae junto al Titán, ya exánime. Entonces el joven trata de quitarse la vida con su cuchillo. No lo logra y un soldado de Iberia le taja el cuello de un machetazo. Ya no podría cumplir su sueño de reunirse nuevamente con su padre ni visitar la tumba de Martí, pero se fundió para siempre con su patria.

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Monumento a Panchito Gómez Toro, en La Reforma. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

Redacción Escambray

Texto de Redacción Escambray

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