Servicio de Neonatología en Sancti Spíritus: La grandeza de salvar en miniatura (+fotos)

Desde abril de este año cuando se recibiera el primer neonato positivo a la COVID-19, en la Zona Roja del servicio provincial de Neonatología han sido atendidos más de 20 recién nacidos contagiados con la enfermedad. Todos, hasta hoy, se han salvado

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En lo que va de año han ingresado en la Zona Roja de Neonatología 71 pacientes. (Fotos: Cortesía del servicio de Neonatología)

No ha vivido ni siquiera un mes. Tan solo tiene veintitantos días de nacido y el diagnóstico pesa más que su vida entera: positivo a la COVID-19. Ahora, dentro de la incubadora, aquel pequeño cuerpo se torna mucho más diminuto. Y hasta se pierde entre las mangueras y los cables que lo conectan a este u otro equipo, los mismos equipos que a ratos destellan números en rojo, pitan, suenan incesantemente… acaso en un “concierto” tan alarmante como sobrecogedor.

Al borde de la incubadora se ven seres enfundados en escafandras blancas que se mueven con la misma agilidad de los alaridos de las máquinas. No se les distingue el rostro, sino las manos enguantadas que se cuelan por los huecos de la incubadora una y otra vez con jeringuillas, medicamentos, sondas… sin descanso, días y noches en pie.

Porque desde que la COVID-19 comenzó a infestar también, lastimosamente, a los recién nacidos de la provincia, en el servicio provincial de Neonatología —enclavado en el Hospital General Provincial Camilo Cienfuegos— se les han sumado horas a los desvelos.

En Zona Roja las historias todas repiten protagonistas y cuentan de sospechosos, PCR, positivos, estrés, gravedades, salvación. Todos los neonatos contagiados con la COVID-19 que han estado ingresados en aquellas incubadoras ya hoy se encuentran en casa, en brazos de sus madres.

EN EL PRINCIPIO

Desde que la COVID-19 “aterrizó” en Trinidad el 11 de marzo del 2020, en la Neonatología provincial se comenzaron a crear las condiciones por si se requería la atención a neonatos infectados por el nuevo coronavirus.

Entonces, recuerda ahora la doctora Midiala Soria Díaz, especialista de segundo grado en Neonatología y jefa del servicio provincial, se identificó la denominada Zona Roja, aquel lugar aislado, pero con todas las condiciones para asistir a los pequeños.

“Debía ser un lugar independiente —sostiene Soria Díaz—, donde pudiéramos atender a todos los niños sospechosos y positivos a la COVID-19 que pudieran llegar a nuestro servicio, incluidos los niños de madre positiva a la COVID-19 que también tienen un protocolo en el momento de su nacimiento.

“Se creó para ellos un servicio cerrado con todas las condiciones y un personal médico y de enfermería al cual también acude Rayos X, laboratorio, los compañeros que hacen las pruebas de PCR y test rápido y también todos los especialistas que sean necesarios para cualquier niño que lo requiera por su estado de salud; sobre todo Cardiología, que son las complicaciones que más hemos tenido en los niños que se han encontrado en estado grave o crítico”.

Mas, en el 2020 todos los que ingresaron allí no sobrepasaron la clasificación de “sospechosos”; en cambio, desde abril de este año comenzó la hospitalización, también, de recién nacidos positivos al SARS-CoV-2.

Los números ilustran menos de lo que duelen los diagnósticos en esa edad tan temprana de la vida: en lo que va de año, entre sospechosos y positivos han ingresado en la Zona Roja de Neonatología 71 pacientes, de ellos 28 han sido confirmados con COVID-19 y el resto, sospechosos.

Y para recalcar la ferocidad de una pandemia que ha reportado justamente ahora las peores estadísticas en la provincia, la doctora Midiala apunta: “De enero a julio, entre sospechosos y confirmados, se ingresaron 37 pacientes y solo en 22 días de agosto habían sido hospitalizados 34”.

Para atenderlos han dispuesto 25 capacidades, distribuidas en tres cubículos, a lo que se suma un aislado para los bebés en estado grave o crítico y un equipo integrado por tres médicos y cuatro enfermeros.

Y los protocolos se atemperan para todos: para los que ingresan porque su madre es positiva al momento del alumbramiento o los que vienen contagiados desde casa.

“Los que nacen de madres positivas se les hace un PCR en las primeras 24 horas de vida y a las 48 horas; hemos tenido un solo niño que ha sido positivo en este caso —afirma Soria Díaz—. Los que han ingresado de la comunidad una vez que se confirman se les realiza PCR cada 48 horas mientras son positivos. El protocolo de tratamiento del recién nacido es sintomático, en dependencia de la sintomatología, y si hay alguna afección respiratoria u otra patología se le adiciona el antibiótico que está protocolizado.

“La mayoría de los niños positivos a la COVID-19 han sido por infestaciones en la comunidad, son niños que ya están en su casa”.

Y, por lo general, los neonatos han evolucionado satisfactoriamente; no obstante, seis han sido reportados de graves, de ellos tres han estado críticos y de ese trío, dos han requerido ventilación.

Lo saben de memoria todos hasta con sus nombres y apellidos, quizás, por los días y días de batalla al borde de las incubadoras para ganarle la partida a la muerte. Lo comparte la doctora Amary Yumar Díaz, especialista en Neonatología y con un diplomado en Cardiopediatría, quien ha perdido la cuenta de las veces que entra y sale a Zona Roja para asistir las complicaciones cardiovasculares que se han presentado. Y no han sido una ni dos.

“Las patologías cardiovasculares han sido lo que más ha incidido en los pacientes positivos —asegura Yumar Díaz—. Hemos tenido miocarditis, taquicardias paroxísticas e incluso ha requerido cardioversión, por suerte, han primado los pacientes con síntomas leves que los graves.

“Tuvimos un niño con una frecuencia mantenida por encima de 300 que puso en pie a todo el país. Esa noche estuvimos todos: los pediatras, los intensivistas, los cardiólogos del Cardiocentro y de La Habana. Con el reporte de taquicardia paroxística solo ha habido otro caso en Cuba, que fue en edad pediátrica y sin necesidad de cardiovertir. Gracias a todos, el pequeño se salvó”.

Y no hace falta mirar por debajo de las caretas que todos usan allí ni del doble nasobuco para advertir el regocijo o las ojeras, que se ennegrecen en la misma medida en que se salva. Basta auscultarles las palabras para sentir el insomnio por sanar a todos.

DESDE ZONA ROJA

Para lo que hacen aquellos médicos y enfermeras, técnicos, laboratoristas, auxiliares… dentro y fuera de la sala que, más que una Zona Roja ha venido a ser otra prolongación del servicio mismo de Neonatología, la doctora Midiala solo tiene una respuesta: “El esfuerzo es extraordinario, hemos tenido que hacer equipos de trabajo y trabajar horas de más para poder cumplir con el servicio cerrado, el abierto y con la Zona Roja. Hay que trabajar más y descansar menos que es lo que hacemos”.

Porque son los mismos que atienden a los neonatos positivos o no, sospechosos o no, que han ido a otras provincias a prestar ayuda o a brindar asesoramiento, que se han montado en una ambulancia y en medio de la noche han trasladado recién nacidos de Ciego de Ávila, por ejemplo, como fue necesario hace unos días atrás.

Y dentro o fuera no hay distinciones: todos son una familia. De tales lazos da fe la licenciada en Enfermería Yamila Carrera Calderón, quien lleva 19 años trabajando en Neonatología y ya ha entrado dos veces a Zona Roja.

“Ahí médicos y enfermeras trabajamos a la par —dice Carrera Calderón—. Es un trabajo difícil y de mucha tensión, porque nosotros estamos acostumbrados a trabajar con niños enfermos, pero estos son extra enfermos. Ahí adentro realmente no se descansa, porque estás un tiempo allí con la escafandra, la sobrebata… con todo, sudando las horas que estás con el paciente y cuando sales tienes que estar pendiente del que está dentro por si necesita algo. Es lo que nos toca y el trabajo lo hacemos como nos enseñaron y con amor”.

Solo por esa entrega se resiste desde las horas de estrés hasta un atuendo agotador como revela Leyanet Macías Jiménez, especialista en Neonatología: “Nos ponemos un piyama, una sobrebata, un par de botas, un par de guantes, un nasobuco y un gorro; luego, por encima de eso nos ponemos la escafandra con otro nasobuco, otro par de guantes y otro par de botas, más las gafas o la careta.

“Ahí dentro tenemos que estar pendiente de todo: las soluciones para la desinfección, la ropa que no podía faltar, la alimentación desde las leches para los bebés hasta la de nosotros, la evolución de los niños y de cuidarnos al ciento por ciento para poder ir a la casa sanos sin riesgo de contagiar a la familia. Es un sacrificio grande, porque son días lejos de la familia y de mi niño que tiene tres años”.

Es una porfía incesante por la vida. Dentro de aquellas incubadoras quedan también pasajes anónimos que transpiran como el sudor por encima de las escafandras blancas: de quienes se han quedado horas en vela frente a aquellos cristales, de los que se han bebido hasta las lágrimas sin decirlo por debajo del nasobuco, de aquellos a los que la sonrisa se les ha empatado con las ojeras ante un resultado de PCR negativo… Y tantas historias van escribiendo un mismo epílogo, el de la grandeza de salvar vidas aun en miniatura.

Dayamis Sotolongo

Texto de Dayamis Sotolongo
Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez por la obra del año (2019). Máster en Ciencias de la Comunicación. Especializada en temas sociales.

Comentario

  1. Es verdad que la atención ha Sido especial donde los medicos han dado lo más grande de ellos pero en estos casos de cantos cardiopatas hemos omitido un paso que es eslabón fundamental dónde el 99 %de estos cardiopatas pasan por las manos del doctor Miguel Pérez Piñeiro dónde con sus 71 años todavía sigue entrando y saliendo a la zona roja pero es al que tenemos que cuidar,es que hoy nos enseña y nos enseñará afrontar las dificultades cuando de disciplina se habla, medicina y demás , entonces obviamos la presencia y la seguridad que nos brinda es cardiólogo pediatra,piensen entonces omitieron ese eslabón o no gracias por el tiempo que le han dedicado a mi pensar

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