Las marcas del crimen

Años después del asesinato del alfabetizador Manuel Ascunce y del campesino Pedro Lantigua, los órganos del Ministerio del Interior investigaron la génesis del homicidio, a manos de alzados contrarrevolucionarios en el Escambray

Manuel Ascunce y Pedro Lantigua
Limones Cantero no olvida aquel 26 de noviembre de 1961 cuando bandas contrarrevolucionarias, alentadas por el gobierno de los Estados Unidos cubrieron de sangre el macizo montañoso del Escambray

Los golpes apagaron el silencio en la noche de Limones Cantero; luego ofensas y gritos, patadas contra los cuerpos atropellados. Sobre la piel uno, dos, catorce punzonazos. Puras bestias. La sangre les provoca una orgía de rabia y jactancia. “La soga, ¿dónde está la soga?”.

Otra vez el silencio. De las ramas del árbol de bienvestido pende, a un lado, el cuerpo adolescente del alfabetizador Manuel Ascunce Domenech; del otro, también inerte, la regia figura del campesino Pedro Lantigua Ortega. Las bandas de alzados contrarrevolucionarios suman dos muertos a su inventario de crímenes. Es 26 de noviembre de 1961.

Rubén Zayas Montalbán, juez instructor del caso, dejó constancia de su testimonio en las sesiones de la Demanda de Indemnización contra Estados Unidos:

“Cuando llegamos al árbol, miré a Manuel: pelo negro, algo caído hacia la frente; los labios ennegrecidos, la lengua con un intenso color violáceo, con coágulos en sus bordes. Me llama la atención que no estuvieran sus globos oculares fuera de las órbitas, como sucede siempre en los ahorcados; ello me convenció que lo habían colgado casi muerto. Tenía también un profundo surco en el cuello, fractura del cartílago laríngeo, perceptible a la palpitación del forense.

«Examinados sus órganos genitales, se observan contusiones, indicativos de haber sido sometidos a compresión y distorsión. Catorce heridas punzantes de distintos grados de profundidad.

«A su lado estaba Pedro Lantigua: cabellos castaños, algo rojizos; hombre fuerte, el rostro cubierto de manchas, todo rígido, muestras visibles de haber luchado contra sus asesinos y señales de haberlo arrastrado muchos hombres, golpes, un surco equitómico en el cuello”.

Otra de las personas que primero encontraron los cadáveres ahorcados fue el trinitario Osvaldo Hernández Villazón, quien fungió por esa época como agente de la Seguridad del Estado infiltrado entre los bandidos. Aún evoca aquel triste momento: “Sentí una rabia enorme. Imagínese que a Manuel lo quería como si fuera un familiar. Donde primero dio clases cuando llegó al Escambray fue en mi casa. Cuando lo asesinaron llevaba pocos días con la familia de Pedro Lantigua.

“A mí se me partió el corazón al ver un muchachito tan noble como ese guinda’o como un animal. Y en cuanto a Pedro, era uno de los mejores milicianos de aquella zona. Su colaboración era muy importante en la lucha contra los bandidos y su muerte fue un golpe durísimo para nosotros”.

PRESAGIOS

Tal vez aquella noche el pecho de Evelia Domenech se encogiera en la cama por un extraño presentimiento. Muy lejos, en un hogar guajiro del Escambray, su hijo Manuel, convertido en integrante de las Brigadas Conrado Benítez, se dispone a impartir su clase nocturna. Agotado por el trabajo, el hombre de la casa ha cedido el turno de la lección a su muchacho Pedrito, pendiente de las letras que aprende.

Manuel Ascunce Domenech
Manuel sobresalía por su seriedad, era incluso algo tímido, pero muy noble y responsable.

Los ladridos de los perros despiertan a Pedro Lantigua, arma en mano. Mas, la aparente fachada de milicianos abre paso a los bandidos. En minutos arrastran al campesino hacia el patio. Ahora se vuelven con curiosidad al joven brigadista: “¡Soy el maestro!”, responde y sentencia su muerte.

HECHOS

Los sucesos de Limones Cantero se inscriben entre los hechos que intentaron desestabilizar y detener la Campaña de Alfabetización, que llevó a más de 700 000 cubanos la luz del conocimiento. La génesis de ese movimiento se había gestado en las entrañas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) a partir de mayo de 1960.

Bandas de alzados dirigidas y alentadas desde Estados Unidos acuñaron con hechos sangrientos sus pretensiones de derrocar la naciente Revolución y ganar méritos para la supuesta instauración de un nuevo gobierno.

Algunos campesinos, incautos o ignorantes la mayoría de ellos, se dejaron llevar por la tentación de aquellos ofrecimientos o fueron instados (incluso obligados, bajo amenazas) a cooperar con esos grupos terroristas.

Esa misma noche los alzados tocaron a la puerta de Lantigua.
Siete años después, en 1968, los órganos del Ministerio del Interior (MININT) dilucidaron la génesis de aquel horrendo crimen. El delator confesó y se hizo justicia.

Fue así el caso de uno de los vecinos de la finca Palmarito, ubicada en barrio rural de Río Ay, en Trinidad, a sabiendas colaborador de algunos cabecillas de bandidos en la zona. Conminado a fortalecer su apoyo, insinuó a los asesinos, para poder seguir ayudándoles, quitar del camino a Pedro, “revolucionario y comunista, que podría traerle serias complicaciones con las autoridades”. La sugerencia fue seguida al pie de la letra.

Algo similar ocurrió en el asesinato de Conrado Benítez y del campesino Heliodoro Rodríguez (Erineo), en la finca Las Tinajitas, zona de San Ambrosio. Al cabo de casi dos décadas las indagaciones remitieron al origen de los acontecimientos. Un sencillo incidente entre dos lugareños de la zona de la comunidad La 23, en Trinidad, había alertado acerca del tema. Según recuerda un investigador del MININT, la discusión por causa de un caballo amarrado a la cerca de una institución estatal reveló posibles aspectos comprometedores en torno a los hechos de 1961. Las indagaciones condujeron a detectar que uno de los contendientes de aquella intrascendente disputa había sido el vecino en cuya casa almorzaba y comía Conrado regularmente, el cual, emplazado por el terrorista Osvaldo Ramírez, ofreció a los alzados información sobre el regreso del alfabetizador desde La Habana, tras las celebraciones de bienvenida al año que comenzaba. El 5 de enero el maestro era asesinado, al igual que Erineo, víctima también de la traición de otro de sus coterráneos.

HUELLAS

En Limones Cantero, donde una sencilla escuela evoca la obra de Manuel y el ejemplo de Lantigua, aquel árbol de bienvestido conserva las marcas del crimen.

Son las mismas que signaron la vida de Evelia Domenech. Así lo hizo saber, con el dolor latente aún por la pérdida, ante el Tribunal Provincial de Ciudad de la Habana a propósito de la Demanda del pueblo cubano al gobierno de Estados Unidos por daños humanos. Allí su voz cansada de 81 años dejó escuchar una firme acusación que aún perdura: “He sido perjudicada por lo más grande que le puede pasar a una madre: la pérdida de su hijo (…) Se ensañaron con su cuerpo, un adolescente de 16 años. No soy yo sola, sino miles de madres con las garras del imperio clavadas en nuestras entrañas (…), no tienen perdón”.

Manuel Ascunce y Pedro Lantigua pasaron a integrar la dolorosa cifra del terrorismo impuesto en el campo cubano. Detener la Revolución y el proceso transformador que la misma desarrollaba en el campo fue misión asignada por la CIA y el gobierno norteamericano a los alzados agrupados en bandas armadas.

A pesar de ello, la Campaña de Alfabetización, iniciada entre enero y marzo de 1961, convocó a más de 34 772 maestros y profesores voluntarios, 120 632 alfabetizadores populares, 13 016 brigadistas Patria o Muerte (del sector obrero) y más de 100 000 de las Brigadas Conrado Benítez (de la juventud), que contaron con el apoyo del pueblo.

En unos meses aprendieron a leer 707 212 personas. El 22 de diciembre de ese año, en la Plaza de la Revolución, el Comandante en Jefe declaró a Cuba Territorio Libre de Analfabetismo.