El Che no dejaba desamparado a nadie

Testimonio de Rosa Machado Hernández, quien durante la liberación de Fomento era auxiliar de Enfermería del Hospital local y le tocó interactuar a diario con aquel Comandante de leyenda   Celebran alborada libertaria en Fomento Cincuenta y siete años han pasado desde los hechos que narra, y a Rosa Machado

Testimonio de Rosa Machado Hernández, quien durante la liberación de Fomento era auxiliar de Enfermería del Hospital local y le tocó interactuar a diario con aquel Comandante de leyenda

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Rosa Machado Hernández no se le han olvidado los momentos vividos en aquellos días luminosos y tensos de la liberación de Fomento. (Foto: Vicente Brito/ Escambray)

 

Celebran alborada libertaria en Fomento

Cincuenta y siete años han pasado desde los hechos que narra, y a Rosa Machado Hernández, hoy con 95 calendarios vencidos, no se le han olvidado los momentos vividos en aquellos días luminosos y tensos de la liberación de Fomento —16 al 18 de diciembre de 1958—, cuando tuvo de superior en el Hospital local, no al doctor Machado, que era el director, sino al Comandante Ernesto “Che” Guevara, en su doble condición de médico y jefe guerrillero.

Rosa cierra a veces los ojos para esclarecer recuerdos y viene a su mente aquel 16 de diciembre, cuando amaneció de golpe en medio de tiros, gritos y un correcorre de mil diablos por las calles. La primera expresión fue: “Parece que están atacando los barbudos”, pero la gente no sabía si era una incursión comando, como la del 19 de noviembre en el central vecino, o si esta vez la cosa —como ocurrió de veras— iba en serio.

Con expresión concentrada, la exenfermera evoca aquellos instantes irrepetibles: “En medio de la balacera se oyó el runrún de que pronto llegarían pacientes. Al poco rato empezaron a traer rebeldes heridos al Hospital. Yo atendí a Orlando “Olo” Pantoja, al capitán San Luis —Israel Reyes Zayas— y al capitán Joel Iglesias.

“A Joel lo habían herido momentos antes. La bala le entró por debajo de la barbilla, de costado, y le atravesó la tráquea. Para que su propia sangre no lo ahogara hubo que hacerle una traqueotomía de urgencia.

“A diferencia de Iglesias, Olo y San Luis ingresaron con heridas leves y fueron curados sin pérdida de tiempo. Joel estaba delicado y el Che venía a menudo junto a su cama y me decía: ‘Seño, cuídeme a ese muchacho’. Como el Che era médico y Joel no podía hablar, él hizo una lista de cosas en una tablilla para que el herido señalara entre ellas lo que pudiera necesitar.

“Joel apuntó con el dedo y pidió batido de frutabomba, que luego se fue tomando con un pitillo.

“Muestra de la tremenda calidad humana del Comandante es que, pese a la urgencia derivada de los combates en la población y el sitio al cuartel, cada vez que tenía un chance se daba un saltico al hospital a interesarse por los heridos, pero lo más curioso es que se interesaba también por los adversarios heridos. Los atendía a todos y se preocupaba por su alimentación.

“En esos tres días, el Che demostró que como persona era maravilloso, muy agradable y especialmente con quienes trabajábamos con él. Un día, ya casi controlada la situación, me dijo: ‘Seño, me hace falta un radio de pilas. ¿Con quién se podrá conseguir?’.

“Yo recordé que un compañero de apellido Pomares, de Trinidad, que trabajaba en la oficina del hospital, tenía uno. Se lo pedí, y el hombre me dio el radiecito y yo fui y se lo di al Che. Él me dijo: ‘Siéntese a mi lado’, luego me preguntó: ‘¿Usted tiene hijos?’. Yo le dije: ‘Sí, tengo una niña de un año. Entonces me inquirió, ‘¿Y usted vive muy lejos?’. Yo le di mi dirección, que quedaba a dos cuadras del hospital.

“Che dispuso entonces: ‘Vamos a su casa a buscar a la niña, y si tiene un familiar mayor, lo trae para acá también, porque en estas condiciones —de combates y la llegada de constantes heridos y contusos— usted no puede dejar su puesto. Se lo digo porque de diez y treinta a once y treinta de la mañana aviones B-26 van a bombardear la población, o si no, de cinco y treinta a seis de la tarde y hay que evacuar a los civiles del pueblo’. Ahí fue cuando se decidió sacar a todo el mundo de Fomento y nos quedamos solo los que atendíamos el hospital y, por supuesto, los heridos, además de los rebeldes y soldados que estaban combatiendo.

“Ante esa situación yo me di un salto a mi casa y me llevé a la niña y a mi suegra para el hospital. Allí estuvimos hasta que se liberó Santa Clara. El patio estaba tan lleno de rebeldes que no se podía caminar.

“En una ocasión que vino a pasar visita, el Che le preguntó a Machado, el director, si le hacían falta médicos. Machado asintió y el Comandante trajo a Fernández Mell y a otro doctor de su tropa y les pidió que entraran y se lavaran las manos, se vistieran con ropa estéril y pasaran al salón.

“Una mañana, creo que el 22 de diciembre, muy temprano, entro en la sala de internos a inyectar a San Luis y veo a él y a Olo ya vestidos con su ropa verde olivo. Les pregunté: ¿Y ustedes, a donde van? Ellos preguntaron a su vez: ‘¿A qué hora nos toca la otra inyección?’ Yo les dije: Les toca a las ocho de la noche, a lo que San Luis respondió: ‘Vamos a tomar a Cabaiguán y después regresamos para que nos inyecte’, lo curioso fue que, con atraso y todo, los dos volvieron para inyectarse.

“Por su estado, Joel Iglesias no pudo participar en lo de Cabaiguán ni en lo de Placetas, pero cuando los combates por Santa Clara estaban en su apogeo, el Che vino, nos pidió ‘prestado’ a Joel y se lo llevó para allá, pero tan pronto liberó a esa ciudad nos lo mandó de vuelta.

“Días más tarde, cuando ya estaba instalado en la fortaleza de La Cabaña, el Comandante mandó dos compañeros a buscar a Joel y se lo llevaron para La Habana para atenderlo allá. El Che no dejaba desamparado a nadie”.

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

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