Tortura acústica en carnaval

Leidy Vadés Carpio pudo haber disfrutado a su manera de las recientes fiestas carnavalescas. Contrario a sus aspiraciones, la pasó mal durante los festejos, no porque resida en algún lugar alejado y se haya visto privada de las ofertas, sino por situaciones de otra índole que resultaban totalmente evitables. Ya

Leidy Vadés Carpio pudo haber disfrutado a su manera de las recientes fiestas carnavalescas. Contrario a sus aspiraciones, la pasó mal durante los festejos, no porque resida en algún lugar alejado y se haya visto privada de las ofertas, sino por situaciones de otra índole que resultaban totalmente evitables.
Ya había leído en este propio semanario acerca de la intención de colocar solo dos equipos de audio en la Carretera Central “para evitar las excesivas interferencias de sonidos de otros años”, según afirmaban fuentes gubernamentales. Lo anterior le alegró, al tener su domicilio en una de las más concurridas cuadras donde se desenvuelven las fiestas: calle Bartolomé Masó, edificio No. 10 apartamento 2, entre Avenida de los Mártires e Isabel María de Valdivia. No obstante, desde el mismo 23 de julio en la mañana un miembro de su núcleo familiar debió dar cuenta a la comisión organizadora de los festejos (presente en las proximidades de su casa) de acciones que desdecían lo anterior.
Con las vivencias que experimentarían en su cuadra a partir de entonces y las gestiones que ella misma, operada y todo como está, realizó por vía telefónica, podría conformarse una larga lista de inquietudes, respuestas —atentas o fuera de lugar— de secretarias o jefes de despacho, compromisos, decepciones…Todo podría muy bien resumirse, de acuerdo con la narración de la remitente, también constatada por Escambray, en una especie de pesadilla por las vibraciones en las paredes y el piso, debido a de los decibeles que excedían con mucho lo permisible no solo para oídos, sino también para los sistemas cardiovascular y nervioso de cualquier ser humano.
“La vicepresidenta primera del gobierno municipal respondió aquella vez que los seis bafles que estaban siendo ubicados en la acera de enfrente (junto al Monumento a los Mártires) no iban ahí, que uno de los audios estaría frente a la Casiguaya y otro en el área del DiTú, esto último nunca se cumplió”, apunta Leidy.
Ni el reporte personal acerca de lo violado, ni la sugerencia de colocar los bafles de manera que el sonido se dispersara en un área menos concurrida, ni las posteriores visitas de las autoridades locales trajeron consigo el cese de la tortura que significó el tener durante cinco días con sus noches un permanente bombardeo desde dos audios con diferentes músicas y doce bafles. “Todo se estremecía, no se podía conversar, ni dormir, ni ver TV porque el ruido era insoportable. Nos quejamos al Citma y allí nos remitieron al Centro de Higiene, donde no pudimos contactar a los responsables”, reseña la lectora.
Leidy no espera respuesta alguna sobre la “intrusa” contaminación acústica. Solo confía. A lo mejor para el año que viene ella y sus vecinos podrían disfrutar del carnaval desde esa posición privilegiada en el entramado de la ciudad. Ojalá para entonces los compromisos no sean palabras al viento ni letra muerta.

Delia Proenza

Texto de Delia Proenza
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

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