Elsa Dominga: 40 años en la historia

Sirva esta historia como un homenaje al XL aniversario del inicio de las misiones internacionalistas en Cuba A fines de 1977 se inició para la entonces muy joven técnica en laboratorio espirituana una experiencia extraordinaria en Etiopía, en medio de la guerra y la hambruna que asolaban ese país africano.

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En su puesto de técnico de laboratorio en el Hospital Pediátrico Provincial de Sancti Spíritus. (Foto: Vicente Brito / Escambray)

Sirva esta historia como un homenaje al XL aniversario del inicio de las misiones internacionalistas en Cuba

A fines de 1977 se inició para la entonces muy joven técnica en laboratorio espirituana una experiencia extraordinaria en Etiopía, en medio de la guerra y la hambruna que asolaban ese país africano. Sirva esta historia de homenaje a ese empeño internacionalista en su XL aniversario

Raro, muy raro que a ella, una simple técnica en laboratorio de solo 18 años de edad y apenas uno de trabajo práctico, la mandaran a buscar aquella tarde de octubre de 1977 a la oficina del director del Hospital Pediátrico de Sancti Spíritus, así, sin más ni más, por lo que por los pasillos de la instalación se iba haciendo presunciones hasta llegar al recinto del doctor Miguel Pérez, quien no tardaría en disipar sus dudas:

“¿Estás dispuesta a cumplir misión internacionalista en Etiopía?”. La pregunta fue como una descarga de mil voltios: ¿Estoy soñando?, ¿esto será de veras?, ¿Etiopía?, ¿dónde diablos queda eso? Sin saber cómo dio respuesta afirmativa y su vida experimentó un vuelco de 180 grados. De pronto la vorágine de los preparativos, la preocupación de los padres ante su viaje a un país ignoto y en guerra, la despedida de los seres queridos…

Para Elsa Dominga González Díaz el periplo de tantas horas a bordo de un avión, junto a otros 20 trabajadores cubanos de la Salud a inicios de noviembre de 1977 fue punto menos que traumático, sobre todo porque nunca había puesto los pies en una aeronave y porque no conocía lo que le esperaba: “Viajé en un Il-62 de La Habana a El Cairo, la capital de Egipto; de ahí fuimos a Moscú, y luego continuamos para Etiopía”, recuerda.

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Elsa Dominga en el hospital de Nekente entre dos técnicos etíopes, junto a dos enfermeras cubanas. (Foto: Cortesía de la entrevistada)

CON LA GUERRA COMO FONDO

Addis Abeba era entonces una ciudad hasta cierto punto moderna donde se veían los contrastes entre la vida feudal de un país regido hasta hacía poco por un emperador: Haile Selassie, y su fastuosa corte, y los tugurios pobres, revuelto todo por el cambio de régimen ocurrido en febrero de 1977 a partir de la toma del poder por el joven oficial Mengistu Haile Mariam, y la agresión de Somalia para apoderarse de la región etiope del Ogadén.

Etiopía era un país en guerra y su líder, Mengistu, había solicitado ayuda militar cubana que le empezó a llegar desde Angola y desde la isla caribeña. Pronto fue evidente la necesidad de contar también en aquella nación con apoyo civil, sobre todo en la rama de la salud, y Elsa Dominga y sus compañeros fueron el grupo que inició esa colaboración.

 “Cuando llegamos había toque de queda por las condiciones de guerra imperantes. A nosotros nos ubicaron en el hospital Black Lion (León Negro), en Addis Abeba, y allí recibimos a los primeros heridos cubanos. Fue triste, porque eran compatriotas, la mayoría muy jóvenes y algunos venían en mal estado. No alcanzaban las camas y había que ponerlos en camillas.

“Después nos trasladaron divididos en dos grupos hacia la provincia de Nekente, para un hospital muy rústico, de ladrillos, que había sido atendido por unos misioneros religiosos, mientras un tercero fue a Bahar Dar, que actualmente pertenece a Eritrea. El trabajo en el centro desde el principio era muy intenso y no podíamos salir. Se nos crearon condiciones mínimas dentro del complejo y allí vivíamos y desarrollábamos nuestras actividades”.

¿Ya en Nekente, ¿cómo se hacía sentir la influencia de la guerra?

“Ahí llegaban los heridos etíopes de la zona próxima. En esas emergencias yo controlaba las donaciones de sangre y las transfusiones. Los pacientes militares no eran muchos, pero los civiles sí se recibían en gran número. Había problemas de todo tipo por tratarse de una zona árida y depauperada económicamente”.

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Elsa en el laboratorio del hospital de Nekente, en Etiopia. (Foto: Cortesía de la entrevistada)

CUANDO EL ALMA DUELE

A Elsa Dominga todavía le parece estarlo viendo. En un rincón, sentado en el suelo, un niño de pocos años con el vientre abultado y unas marcas como de orificios a intervalos. En un instante dado aguzó la vista, miró una de aquellas oquedades y ¡oh!, ¡horror!: Un animalucho filiforme empezó a brotar de él, agitándose en todas direcciones. Era una de las incontables lombrices que hinchaban el infantil abdomen, vacío de alimentos.

“La imagen de niños comidos de parásitos, edematosos y desnutridos es algo que no podré olvidar jamás”, cuenta esta mujer de 59 años, ya próxima a la jubilación. “Allí las enfermedades más comunes eran la filariasis, el paludismo, la tuberculosis, la elefantiasis, la malaria, la leichmaniasis… Había hambre, incluso para nosotros, pues no existía mercado ni comercio alguno. Nos daban una pequeña asignación y había un etiope que nos compraba los alimentos y con lo que él nos traía hacíamos la comida.

“Todo eso resultaba muy triste. Una vez se nos ocurrió regalarle un pedazo de pan a un niño y a poco vinieron un montón a pedir también, pero no teníamos ni para nosotros y ellos gritando: ¡bread!, ¡bread! (¡pan!, ¡pan!), aunque nada hubiéramos resuelto ni con una panadería entera”.    

¿Qué impresiones le dejó todo aquello, qué recuerdos guarda de su relación con los etíopes?

“Hice amistad con los etíopes que trabajaban en mi departamento. Yo aprendí mucho con ellos porque era recién graduada y no conocía de enfermedades como el paludismo y otras dolencias endémicas de aquel país. Por tanto, nos impartíamos docencia de ambas partes. Cuando llegó el momento de regresar fue triste porque ya les teníamos cariño a aquellas personas, nos comunicábamos bien en idioma inglés y nos entendíamos a veces, incluso, hasta sin mediar palabras”.

Difícil es subestimar el regocijo que la muchacha sintió al regreso, ya sin guerra y con la misión cumplida 13 meses después de su arribo a Addis Abeba, esta vez con un itinerario que la llevó a Jartum, Sudán, para retroceder a la antigua RDA y luego a Nicosia, Chipre, desde donde prosiguió a Cuba, vía Gander, Terranova. En el frío enero de 1979 sintió el calor de los suyos y de sus compatriotas como nunca había imaginado. Supo entonces, positivamente, el concepto de Patria, porque la vio por primera vez bajo otro prisma, con los ojos de la mente y del corazón.

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

Comentario

  1. Elsita gran profesional ,amiga ,siempre una estrella para ti todo lo mejor siempre te he admirado mucho k tengas mucha salud para k sigas ayudando a todos los k necesiten de ti besoss Olguita Tec de Laboratorio??

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