Trump con su imperio en llamas

La tradición de violencia racista en Estados Unidos contra indios, negros, hispanos y otras minorías, ha estallado esta vez por el cruel asesinato del afroamericano George Floyd a manos de un policía, delante de testigos y en el peor momento

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La imagen que le llega al mundo es la de un Estados Unidos en llamas.
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La imagen que le llega al mundo es la de un Estados Unidos en llamas.

Con demasiada frecuencia el mundo está siendo testigo de la muerte de personas negras o hispanas por la violencia policial en Estados Unidos, un país con una larga tradición de intolerancia racial y explotación que comenzó muy temprano en la historia de esa nación, pues se remonta a su pasado esclavista y al desalojo y exterminio de su población aborigen para arrebatarle sus tierras ancestrales.  

Si, de acuerdo con0000 el historiador norteamericano Howard Zinn, la historia de Estados Unidos es la historia de la violencia, causa curiosidad cómo su clase dirigente se las arregló a lo largo de los últimos tres siglos para dorar la píldora y hacer aparecer como una epopeya gloriosa lo que ha resultado en realidad un genocidio que, con sus particularidades, se mantiene hasta nuestros días.  

Y decimos esto porque, por ejemplo, esa historia ha dado personajes como el mítico Búfalo Bill, famoso con sus espectáculos de tipo circense a lo largo y ancho del país, en los que recreaba y exaltaba el exterminio de indios y búfalos por el hombre blanco anglosajón, como algo positivo, inevitable y patriótico, cuando fue en realidad una práctica atroz que eliminó a pueblos enteros para quitarles su hábitat y sus escasos bienes.  

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Evidencias de guerra interna en el país que critica a otros por el tema de los derechos humanos.

Así han mantenido oculto durante muchos años el verdadero rostro de un sistema erigido sobre presupuestos de violencia, arribismo, explotación y desigualdad racial, que convierte a los no blancos y a los pobres en ciudadanos de segunda, mientras EE. UU. se presenta a sí mismo como adalid en derechos humanos y modelo a imitar por el resto de las naciones, supuesto a partir del cual sanciona y agrede a otros estados cuyos regímenes no son de su gusto.  

Una simple incursión por el devenir de la actual superpotencia, pone de manifiesto una historia plagada de actos horrorosos como el linchamiento de personas, inocentes en su mayoría, por minorías enardecidas por el odio racial en el sur del inmenso país, donde organizaciones tenebrosas y violentas como el Ku Klux Klan sembraron la muerte y el atropello entre la población negra, convirtiendo sus vidas en un verdadero infierno.

Lamentablemente, esta práctica cavernaria, en lugar de desparecer, lo que hizo fue institucionalizarse, pues con el paso del tiempo se hizo legal, al condenar a muerte con harta frecuencia los tribunales integrados por blancos, a personas negras que en muchos casos nunca cometieron los crímenes por los cuales se les juzgó y ejecutó, dando lugar a una saga en la cultura literaria, teatral y cinematográfica de ese país, uno de cuyos más conocidos exponentes lo es el filme La milla verde.  

El asesinato de George Floyd, práctica cotidiana en una nación donde la policía mata a un afroestadounidense cada 40 horas, llegó en el peor momento, dado que la pandemia de la COVID-19 ha removido hasta los cimientos la estructura del sistema capitalista neoliberal, acentuando las desigualdades y vulnerabilidades de los más pobres, entre ellos y en primer lugar los negros, cuyas tasas de mortalidad se han disparado.   

Luego está el factor Trump, con su prepotencia y su tendencia a usar la fuerza para acallar cualquier opinión contraria, además de sus gestos bufonescos, eficaces quizá cuando la bonanza económica impera en el país, como hasta hace tres meses, pero de muy mal gusto y efecto en las actuales circunstancias.

Y he ahí que a ese policía de nombre Derek Chauvin se le ocurrió arrebatarle la vida ante testigos —y celulares— a su víctima George Floyd, oprimiéndole el cuello con su rodilla por espacio de ocho minutos, poniendo al presidente republicano y a su equipo en pésimas condiciones con vistas a la elección dispuesta para el próximo 3 de noviembre.

Ese fue el detonante de las actuales protestas, demasiado parecidas a otras como las que estallaron en agosto de 2014, cuando en Ferguson, Missouri, la gente se volcó a las calles para protestar por la muerte del joven negro Michael Brown a manos del policía blanco Darren Wilson, y Trump aprovechó la ocasión para criticar a Barack Obama en Twitter, donde escribió: «Nuestro país está totalmente fracturado y, con nuestro débil liderazgo en Washington, pueden esperar que disturbios y saqueos como los de Ferguson ocurran en otras partes».

Hoy, se puede decir literalmente que el imperio está en llamas, y Trump, cual moderno Nerón ante la Roma incendiada por él, en lugar de intentar apaciguar con política y diplomacia la furia desatada de las masas, echa leña al fuego con expresiones chocantes y disposiciones como esa de reprimir a los manifestantes con la Guardia Nacional y el Ejército, utilizando contra el pueblo su amplio arsenal de cachiporras, gases lacrimógenos, balas de goma, balas de verdad y hasta helicópteros militares.

Hasta ahora el magnate ha hecho oídos sordos a críticas y a consejos de personas influyentes, como la líder demócrata de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, quien lo exhortó a ser “un sanador en jefe” y no “un atizador de las llamas”. Pero, ¿qué se puede esperar de un troglodita? 

Pastor Guzmán

Texto de Pastor Guzmán
Fundador del periódico Escambray. Máster en Estudios Sociales. Especializado en temas históricos e internacionales.

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