Crónica de un año impensado

A un año de las primeras expectativas en Cuba por el azote del SARS-CoV-2, la estrategia del país para prevenirlo y contenerlo se reacomoda, tras demostrar una efectividad que varía con los días

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Desde que comenzara el 2020 hasta la fecha los profesionales de la Salud han escrito páginas de altruismo tanto dentro de Cuba como fuera de ella. (Foto: Yoan Pérez/ Escambray)
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Desde que comenzara el 2020 hasta la fecha los profesionales de la Salud han escrito páginas de altruismo tanto dentro de Cuba como fuera de ella. (Foto: Yoan Pérez/ Escambray)

Nadie imaginó que sería así. El nombre de un virus, acaso conocido exclusivamente en el mundo de la epidemiología, comenzó a escucharse con más frecuencia a medida que transcurrían los días. Desde la lejana y superpoblada China, no parecía probable que se expandiera con igual rapidez casi que el viento. Corrían las semanas iniciales del 2020.

Fue acercándose poco a poco hasta hacerse respirable, aunque en los laboratorios, ya entrenados, todavía su presencia era una realidad apenas intuida. Identificarlo fue cuestión de horas. Adherido al turismo extranjero que suele oxigenar la economía nacional, cual polizonte resuelto a burlar toda medida de contención, el SARS-CoV-2 se anunció justamente por Trinidad, sureña villa colonial de este territorio.

No nos tomó desprevenidos. Indeseado, pero inevitable al fin, aquí se esperaba al coronavirus más globalizado de la historia con una estrategia multisectorial que permitió, ya en los primeros casos, probar lo que con creces se demostraría a la postre: la enfermedad podría ser enfrentada solo con el concurso activo del pueblo.

De práctica exclusiva entre asiáticos hasta entonces, las mascarillas en los rostros pasaron a ser parte del atuendo; primero en Europa; después, en América Latina. Tocaría al viejo continente sufrir, ola tras ola, los contagios masivos y las pérdidas, sobre todo de ancianos. Luego, atónitos, veríamos más: ni la mayor potencia del mundo, con sus vastos recursos, escapaba a la debacle, mientras el gigante asiático, al que se culpaba por crear la enfermedad, pasaba a ocupar lugares menos relevantes en los números de los reportes diarios.

En Cuba el Gobierno y el Estado, desde el principio, hicieron alianzas con las ciencias para innovar en un padecimiento nunca antes visto, cuya transmisión se producía por las vías respiratorias, la boca y los ojos. Desde entonces no hemos dejado de asustarnos con cada parte del doctor Durán, director nacional de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública, y aprendemos con él, como también con cada espacio informativo donde científicos que participan en la búsqueda de soluciones exponen, paso a paso, los avances.

Nadie ha permanecido al margen de la nueva realidad, que trastocó nuestras rutinas al punto de interrumpir el curso escolar y obligar a confinamientos colectivos reiterados, según los picos de la pandemia en municipios y provincias. Tampoco nadie escapa al orgullo de saber que numerosos fármacos empleados con efectividad en la cura de la COVID-19 son cubanos, y que el país desarrolla, con resultados promisorios, cuatro candidatos vacunales en diferentes fases de prueba.

Quizá haya que agradecerle a la pandemia el habernos obligado a innovar, el demostrarnos que puede trabajarse a distancia en mayor medida, que es posible evitar reuniones presenciales y concertar consensos por vías menos explotadas con anterioridad.

Y aunque parezca un desatino, en materia de crecimiento personal tendremos que nombrar también, como punto de partida, al nuevo coronavirus. Desde que comenzara el 2020 hasta la fecha se han escrito páginas de altruismo tanto dentro de Cuba como fuera de ella, indicativas de que puede vencerse en situaciones excepcionales si prevalece la creatividad colectiva.

Pero no vale regodearse en los éxitos, porque, como el virus mismo, la realidad cambia constantemente y lo que funcionó ayer puede no resultar hoy o mañana. Aunque hemos aprendido, sí, nos queda mucho por aprender. Que se reporten ya más de 28 000 contagiados y una cifra de fallecidos superior a los 200 ilustra, a lo sumo, la envergadura de una alarma que es preciso atender con toda urgencia.

Si bien queda en manos del personal de la Salud implementar el protocolo cubano de manejo clínico para pacientes con COVID-19, que se actualiza según las circunstancias, a nosotros nos toca otra misión, en el empeño de que las estadísticas no se superen cada día. Probado está que cuando creemos haber tocado la cima de la curva podemos descender y ascender nuevamente.

A estas alturas de la vida no hay mucho ya que aconsejar, como no sea lo que hasta ahora se ha reiterado hasta el cansancio: usar el nasobuco de la forma correcta, respetar el distanciamiento físico recomendado e higienizar manos y superficies. Quienes han batallado contra la enfermedad demuestran, contrario a algunos pronósticos de apocalipsis en Cuba, que es posible burlar al virus, por más asediados que nos tenga desde que saltara de los reportes noticiosos para incrustarse en nuestra realidad.

Delia Proenza

Texto de Delia Proenza
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

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