El llanto prometedor de Abel Enrique

El pequeño nació con una parálisis cerebral y ahora es atendido en la Sala de Rehabilitación de Olivos I, de la ciudad de Sancti Spíritus

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Abel Enrique recibe tratamiento de rehabilitación al nacer con una parálisis cerebral. (Fotos: Delia Proenza/Escambray)

La risa de Abel Enrique recompensa, cura, estimula. Sobre todo, porque esa alegría que la provoca emerge ahora, mientras juega con sus padres, minutos después de haber llorado a todo pulmón. 

Abel Enrique es atendido en la Sala de Rehabilitación de Olivos I por un equipo que integran una fisiatra y técnicos en Fisiatría de probada experiencia y demostrada eficacia. 

Nació con una parálisis cerebral que le afectó el hemisferio derecho. Tanto el pie como la mano de ese lado no le responden del modo en que cabría esperar, así que los movimientos y hasta el juego son, en su caso, actividades complejas. 

Horrorizaban los gritos del niño dos días atrás, momento en el que el técnico le realizaba los ejercicios que ayudarán a un mejor desempeño de su pie. “Mira el tendón cómo lo tiene de rígido”, les explica a los padres mientras ellos tratan de calmarlo ahora, cuando de nuevo grita ante los estiramientos forzados. Y a una le duele el alma de solo saber que un niño sufre. Pero no llora por maltrato alguno, sino como resultado de las acciones para conseguir que su vida en el futuro sea plena. 

Con ciertas dificultades Abel recibe y lanza la pelota, corre tras ella, interactúa con el padre.

Cuenta la madre del niño que las afectaciones comenzaron a hacerse notorias tiempo atrás, pero la covid impidió entonces emprender el tratamiento rehabilitador. “En medio de las restricciones más fuertes por la pandemia, fuimos a Cienfuegos a hacerle la resonancia magnética”, revela. 

Sus explicaciones, el esmero de Richel, quien lo atiende diligente; los cuidados de mamá y papá; todo habla de atenciones, no pagadas, sino gratuitas, como son todos los servicios médicos para los niños en Cuba. Y no solo para los niños. 

Los gritos del pequeño duelen hondo, pero luego su risa borra el sufrimiento. Con ciertas dificultades recibe y lanza la pelota, corre tras ella, interactúa con el padre. Y cuando tiene delante la cámara no presta atención sino al juguete con el que lo entretienen, una montaña rusa de la que habla entusiasmado. También comenta sus videos favoritos y menciona los personajes, uno por uno. 

“Próximamente lo verán la logopeda y el foniatra, porque tiene dificultades al hablar, pero su inteligencia está intacta”, añade la madre. Y sí, he percibido lo especial de su pronunciación en medio de un regocijo que contagia.

Abel Enrique tiene la misma edad que mi nieto Marcel Eduardo. Será un niño sano y feliz. Para lograrlo por estos días llora durante unos minutos, pero luego ríe. Y a nadie se le ocurre interrumpir su risa.

Delia Proenza

Texto de Delia Proenza
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

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