¡Hijo soy de mi hijo!

Padre amantísimo, el Héroe Nacional de Cuba no dejó de pensar en José Francisco Martí Zayas-Bazán mientras se hacía al camino de la Patria

José Martí junto a su hijo y a Carmen Zayas-Bazán.

Los héroes conversan con las balas; pero también respiran, aman, padecen. A los verdaderos héroes les duelen la Patria y la lejanía de los hijos; le ocurrió a José Martí, el más universal de los cubanos.

Aún en medio de la urgencia y casi a punto de abordar la goleta Brothers rumbo a Cuba el primero de abril de 1895 desde Montecristi, República Dominicana, Martí encontró tiempo para dedicarle unos trazos a su hijo José Francisco, a quien le cantó en versos mucho antes.

“Hijo. Esta noche salgo para Cuba, salgo sin ti, cuando debieras estar a mi lado. Al salir, pienso en ti. Si desaparezco en el camino recibirás con esta carta la leontina que usó en vida tu padre. Adiós. Sé justo”.

No más recomendó el organizador de la Guerra Necesaria a su hijo; de sus 16 años, Martí ni siquiera había disfrutado cinco, en total, de su compañía, y en más de una oportunidad lamentó esa ausencia física, como lo hizo en 1880, radicado en Nueva York, Estados Unidos, cuando confiesa el sufrimiento de no tener “cabeza de hijo que besar”.

Al año siguiente, en Venezuela, en la Caracas custodiada por sus cerros milenarios, sacó de su alma oceánica quizás el poemario más sincero escrito por un padre dedicado a un hijo. Lo tituló Ismaelillo en alusión al relato bíblico de Ismael. “¡Hijo soy de mi hijo! ¡Él me rehace!”, exclamó el padre, para esa fecha separado de quien era su esposa, Carmen Zayas-Bazán, también razón de su distanciamiento del Ismaelillo, a quien considera el más puro de los monarcas en el poema “Mi reyecillo”.

(…) Toca en mi frente/ Tu cetro omnímodo; / Úngeme siervo, / Siervo sumiso: / ¡No he de cansarme / De verme ungido! / ¡Lealtad te juro, / Mi reyecillo! / Sea mi espalda / Pavés de mi hijo: / Pasa en mis hombros / El mar sombrío: / Muera al ponerte / En tierra vivo: / —Mas si amar piensas / El amarillo / Rey de los hombres, / ¡Muere conmigo! / ¿Vivir impuro? / ¡No vivas, hijo!”.

Imposible saber cuántas veces José Francisco, o mejor, el Ismaelillo volvió sobre los versos innovadores del poemario que le dedicara el amantísimo Martí; lo que sí constituye una certeza histórica es que al conocer de la caída en combate de su padre el 19 de mayo de 1895, abandonó sus estudios de Derecho y partió a la manigua, sirvió como oficial de artillería bajo las órdenes del Mayor General Calixto García. Se fue a desafiar la pólvora, a encontrarse con el padre en el camino de los guerreros.

Enrique Ojito

Texto de Enrique Ojito
Premio Nacional de Periodismo José Martí, por la obra de la vida (2020). Máster en Ciencias de la Comunicación. Ganador de los más importantes concursos periodísticos del país.

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