Los colores de Samantha (+fotos y video)

En Cariblanca, Fomento, una niña pinta la vida toda con sus claroscuros sin otra academia que la de su talento. A sus 16 años de edad —y desde aquel rústico taller hogareño— ha pintado más de 400 cuadros, dispone de una galería familiar con sus obras y no se ciñe a textura alguna ni a un solo estilo

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Tengo muchas pinturas en el tablet, puedo buscar fotos de pinturas famosas y por esas voy mirando y voy aprendiendo, practicando cómo podría hacerlo para los cuadros, cuenta la adolescente. (Fotos: Yoan Pérez/Escambray)

Cuando a Samantha le regalaron los pinceles ya había pintado su primer cuadro. Fue un bodegón, hecho con pintura de uñas y con tan solo siete años de edad. La inspiración, entonces, fue el deseo de su mamá de tener unos cuadros para decorar la casa y el pretexto, acaso, para colorear trazo a trazo una pasión que se ha ido delineando únicamente con su talento.

De modo inocente había llenado hojas y hojas blancas de blocs con los muñequitos que veía, había tatuado hasta la parte de abajo de la mesa de la casa y había reproducido, luego, idénticamente el jarrón con flores del almanaque.

Casi una década después, Samantha dibuja hasta las palabras mientras habla. Y las motonetas que se le levantan en el pelo siguen tiñendo de candidez su rostro adolescente. A la sombra de sus cuadros que cuelgan sin espacio en las paredes de su casa-taller o que se exhiben en la vivienda contigua devenida galería familiar de arte, ha transcurrido su vida toda, la que ha ido pintando con sus propios tonos sin cesar.

DESCUBRIMIENTOS

Cariblanca es, a juzgar por el camino polvoriento y desolado, un pueblo bucólico. Mas le ha venido a desperezar la modorra de las comunidades rurales aquel oasis de arte que se ha ido levantando en las narices mismas del resto del caserío y de frente a las lomas. La vivienda de Samantha no es singularmente un hogar, sino una casa de cultura donde se ha dado silvestre la recolección y la conservación de vasijas antiguas hasta los lienzos que se parapetan en lo que antes fue un comedor y ahora es un estudio-taller.

Hasta de los clavos de las paredes cuelgan cuadros, en un piano parecen tocar igual sinfonía las planchas antiquísimas que carga encima, al igual que el mortero encaramado en el baúl de más allá. Es ese el recodo de creación de Samantha, donde se respira lo mismo el olor de los óleos que la apacibilidad purísima del campo.

Allí ha pintado desde que tiene uso de razón y con más conciencia desde los 11 años de edad, cuando un profesor de Artes Plásticas vino a simultanear, desde Fomento, las clases con la maestra ambulante que le enseñó durante un curso. Entre aquellas paredes ha aprendido por sí misma de arte y por su mamá las materias escolares.

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Hasta de los clavos de las paredes cuelgan los cuadros de Samantha.

“Ahí fue cuando creo que me interesé más profesionalmente por el arte; empecé a dibujar a lápiz de forma más realista y luego con los cuadros. Fui evolucionando, conocí las pinturas de acrílico, luego el óleo, me regalaron pinceles, colores y ahí fue creciendo todo”.

En verdad fue más rápido de lo que lo cuenta. Porque cuando el profesor llegó a brindarle algunas herramientas de la técnica ya la niña que era incursionaba en el realismo, transitaba sin proponérselo del abstracto a los bodegones y empezaba a fascinarse por los rostros.

“No lo he estudiado porque en internet hay clases, pero no puedo acceder porque me gasta muchos megas y debo aprenderlo yo sola. Tengo muchas pinturas en el tablet, puedo buscar fotos de pinturas famosas y por esas voy mirando y voy aprendiendo, practicando cómo podría hacerlo para los cuadros”.

Sin más lecciones que las de su instinto de artista, aunque no se lo crea. Sin más explicación que el deseo que la despierta en la madrugada y la levanta con el pincel entre las manos o el ingenio que la hace pintar un cuadro en una cartulina, en un lienzo o sobre un saco de yute.

“Puedo tener seis cuadros en elaboración, los voy pintando por tiempo. Me gusta variar, porque a veces me aburro de uno y me voy para otro y así voy acabándolos todos”.

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Samantha: Cuando me levanto por la mañana siento que necesito pintar un cuadro o dibujar algo.

Pero pueden ser tan diferentes como un abstracto, un paisaje, un bodegón, un realismo… ¿Cómo lo logras? Y solo ahora que se lo pregunto, lo piensa.

“No tengo idea. No sé cómo responder esa pregunta, no sé cómo lo hago tampoco, simplemente puedo cambiar así de la nada, no sé cómo. ¿Y eso es raro?

“No lo sé es una necesidad. Cuando me levanto por la mañana siento que necesito pintar un cuadro o dibujar algo, lo que sea, yo no paso ni un solo día sin dibujar. No importa que sea pequeño, que sea en papel o en un cuadro, siempre dibujo. Es que lo necesito”.

Y si ha podido hacerlo, además por la artista innata que es, ha sido por el empuje de una familia que se ha vuelto sostén y cómplice: la hermana Aithana, su modelo; Adanay, su madre, la curadora y la crítica más feroz; el padre, el carpintero que hace los marcos. “Es un equipo de pelota, como dice mi mamá, todo el mundo hace algo”.

Detrás de cada obra hay muchas manos, y lo sabe, aunque sea ella quien únicamente mueva los pinceles. “Un primo que tiene mi papá en España me manda las pinturas y los pinceles. Los lienzos tiene que comprarlos mi mamá por donde pueda y ya tenemos una presilladora que los presilla —antes era con puntillas— y luego le damos una base que es lo que me permite pintar encima para que la tela no chupe pintura”.

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La vivienda de Samantha no es singularmente un hogar, sino una casa de cultura donde se ha dado silvestre la recolección y la conservación de vasijas antiguas hasta los lienzos que se parapetan en lo que antes fue un comedor y ahora es un estudio-taller.

EL ARTE POR LAS VENAS

Aquel verano la galería de arte Benito Ortiz, de Trinidad,  le abrió de par en par las puertas de sus deslumbramientos y le acogió la primera de sus exposiciones. La colección —para asombro hasta de ella misma— la empezó el domingo y el martes ya la tenía lista. Y fue tan solo el punto de partida para crear más y más.

A fuer de autodidactismo ha ido incursionando en uno y otro estilo, ensanchando los formatos, explorando nuevas técnicas… “Me gustan los formatos grandes, porque me hacen trabajar más y me gusta esforzarme, me gustan las cosas difíciles. También me gusta variar en la textura de la superficie en la que dibujo, porque creo algo nuevo y me gusta crear cosas nuevas. Uso tonos de cualquier tipo: fríos, calientes y los mezclo en el cuadro; pero, claro, eso lleva pensarlos.

“Me gustan las técnicas rápidas también, pero cada cuadro lleva su paciencia, todos son diferentes. Con las luces y las sombras suelo guiarme por una imagen real, pero a veces, como en los bodegones, me gusta hacerlo a mente y me imagino dónde estarían las luces y más o menos calculo dónde llegarían las sombras”.

Entre aquellas paredes de tablas ha ido perfeccionando su técnica y desarrollando, sin pretenderlo, su arte. Con la misma pasión ha pintado desnudos, abstractos, paisajes, bodegones…; mas disfruta, sobre todo, “el realismo. Ese es el más que me gusta y el más difícil. Y creo que todavía tengo que perfeccionarlo más, tengo que seguir practicando”.

A solas con el cuadro delante se esfuerza para que cada obra sea una creación sin semejanzas a las anteriores. Las figuras van modelándose a golpe de instinto, los colores se mezclan sin disonancias y las pinturas van naciendo sin cesar. Pero más allá de los amigos de la mamá que de vez en vez tertulian alrededor de sus cuadros o de los habitantes de la comunidad que traspasan el umbral de la galería de arte familiar La Molina, pocos han podido disfrutar de sus obras.

“A todo pintor le gusta que admiren sus cuadros, pero creo que necesito hacerlo mejor; esa admiración debe ganarse y para eso creo que en mis cuadros tengo que practicar más. Me gustaría que todo el mundo conociera mis cuadros y también recibir más consejos; siempre es bueno la crítica que te ayuda a entender más tus cuadros y ser mejor”. Y la madurez de sus criterios contrasta con su imagen jovial. Samantha parece una adolescente callada, circunscrita a aquel mundo que para ella solo es Cariblanca, hogareña; pero no es así del todo. Samantha es mucho más que una joven que pinta. Y antes que se defina como “predilecta a estar en su burbuja”, le acoto: Eres muy observadora también…

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Entre las paredes de su casa, Samantha ha aprendido por sí misma de arte y por su mamá las materias escolares.

A lo que responde como la artista que es: “Sí, no sabes cuánto me he fijado en tus ojos ahora mismo, ya podría pintarlos de memoria. No puedo evitarlo”.

Acaso por eso no se imagina de otro modo que no sea pintando y va delineando la pintora que sueña ser: “Que pueda pintar de todo y que logre llegar al nivel de realismo que deseo es impresionante, tengo que seguir practicando para llegar a él. Es una necesidad que siento todos los días, pintar”.

Quien la ha visto con esa estatura pequeña para su edad, la mirada inocente y una delgadez que solo viene a acentuar su delicadeza no puede imaginar que los cuadros que le doblan el tamaño hayan salido de sus manos. Pero Samantha es arte y exquisitez, es consagración y talento, es el pincel que le danza entre los dedos, como hechizado, es el cuadro en el caballete y el otro que le cuelga en la pared contigua y el que está a medio comenzar.

Detrás y frente a aquellas lomas, en Cariblanca, crea Samantha y no hay más mundo a su alrededor. Su vida viene a ser otro brochazo de esos lienzos, los que va pintando cada día sin descanso y a su antojo.

Yo no paso ni un solo día sin dibujar. No importa que sea pequeño, que sea en papel o en un cuadro, siempre dibujo. Es que lo necesito, remarca la niña.

Dayamis Sotolongo

Texto de Dayamis Sotolongo
Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez por la obra del año (2019). Máster en Ciencias de la Comunicación. Especializada en temas sociales.

4 comentarios

  1. Es un diamante en bruto,necesita atención,por parte de los directivos de la cultura municipal y provincial para explotar sus potencialidades en las artes plásticas,es una niña motivada por lo k hace y le gusta,ojala no se pierda esa perla y podamos disfrutar en un futuro no muy lejano, de una pintora profesional,descubierta en un rincón rural espirituano por una excelente y bella periodista.

  2. Hola Dayami como pudiera conseguir un número en para ayudar a esa niña tan talentosa con sus «Megas»?lo podré en la redacción del periódico?

  3. Aram Joao Mestre León

    Tiene un talento impresionante.

  4. Qué bonita historia, muchas felicidades para Samantha, espero que tanto las instituciones del municipio de Fomento cómo las de la provincia la apoyen para que su sueño se haga realidad, porque lo merece. Éxitos Samantha pintas muy bonito, sigue adelante. Que dios te bendiga.

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