¿Alcohólica yo?

El consumo irresponsable y la dependencia a la bebida no son conductas exclusivas de los varones; en el caso de las féminas, el fenómeno está determinado por cuestiones culturales y de género

Estudios recientes alertan que la cifra de bebedoras se está igualando a la de los hombres. (Foto: Internet).

La mujer que rebasa los límites del consumo de alcohol soporta una carga demasiado pesada. Al estigma innoble de la adicción se agregan estereotipos que la condenan mucho más. Si la borracha es ella, sufre el doble; primero, por las consecuencias del vicio y, segundo, por las presiones sociales y familiares.

La percepción en torno al alcoholismo femenino es mucho más terrible. Definitivamente, los problemas culturales y de género influyen en el diagnóstico, las estadísticas y, sobre todo, en la prevención. Ninguna reconoce su problema ni tampoco busca ayuda por voluntad propia.

Tradicionalmente el consumo de alcohol se ha asociado a la conducta masculina; sin embargo, en los últimos estudios la cifra de bebedoras se está igualando a la de los hombres. Y aunque son escasos los registros en Cuba, en Sancti Spíritus, los especialistas de Salud Mental alertan por estos números en ascenso y también a causa de la nocividad del hábito o de la dependencia.

Muchos expertos en la isla no dudan en asociar esta tendencia al propio aumento de la participación femenina en todas las esferas de la vida social y económica del país. Tanto hombres como mujeres están sujetos a fuerzas socioculturales y dimensiones de género en materia de alcoholismo.

No es mera especulación, lo sostienen los especialistas en Psiquiatría Ricardo González Menéndez e Isabel Donaire en su libro Drogas que visitan nuestros hogares. ¿Cómo contenerlas? En el caso de las féminas pesa una agravante, y es la tendencia a ocultar los síntomas dada la presión social, familiar y moral. El hecho de considerar la enfermedad como típicamente masculina limita el diagnóstico y las pacientes solicitan ayuda en etapas avanzadas de la adicción.

Y ahí está la trampa. “En una nación con una fuerte cultura machista, beber es cosa de hombres. La mujer se oculta, bebe a escondidas de sus familiares más cercanos que se dan cuenta cuando el deterioro físico y psíquico es muy grande”, afirma Amarelis Bernal Veitía, jefa del Departamento de Salud Mental y Adicciones de la Dirección Municipal de Salud en Trinidad.

Más allá de cuestiones de género, los efectos del vicio resultan devastadores para uno y otro sexo. No obstante, los expertos insisten en que, debido a diferencias fisiológicas, su efecto no es igual. Las mujeres obtienen una concentración más alta de alcohol en la sangre por una dosis similar.

“Es por ello que el alcoholismo femenino puede afectar la fertilidad, ocasionar daño hepático, cáncer de mama y es causa frecuente de malformaciones en fetos. Pero sin dudas, las consecuencias más devastadoras se originan en el ámbito familiar y afectivo”, apunta la experta.

Tan diversas como escabrosas resultan las causas que pueden conducir al abismo de la dependencia; mas, lo sociocultural parece determinante. Para Bernal Veitía, el fenómeno está marcadamente relacionado con una historia familiar de abuso de alcohol. En estos casos se produce un inicio temprano del exceso de consumo, pero paradójicamente muy pocas llegan a las consultas de salud mental que funcionan en las áreas de salud. No todas, además, son diagnosticadas en la atención primaria.

La percepción sobre el alcoholismo femenino está condicionada por patrones sociales y culturales muy arraigados. Las mujeres han bebido de manera solitaria en casa, a escondidas, mientras los hombres lo hicieron siempre en la calle. “Y eso genera un patrón de negación que les impide reconocerse como adictas o dependientes y emprender el camino de la rehabilitación”, expone la psicóloga.

Lógicamente, cualquier estrategia dirigida a la prevención y atención a este fenómeno debe desmontar mitos y estereotipos de género. Cuando es ella quien decide ahogar sus sueños en una botella los juicios son más severos y la sanción devastadora. Borracha, desvergonzada, mala madre… son algunas de las expresiones discriminatorias de las que son víctimas.

El Programa Nacional para la Prevención y Control del Alcoholismo y otras farmacodependencias requiere mayor integralidad. El enfoque multidisciplinario e intersectorial debe profundizar en el fenómeno, en sus causas y propuestas de solución para que los reportes de pacientes identificadas o en rehabilitación en Sancti Spíritus reflejen en blanco y negro, más que cifras, acciones desde la institucionalidad, la familia y los entornos comunitarios.

Las Casas de Orientación a la Mujer y la Familia en cada territorio pueden ser una fortaleza, pues cuentan con una red de colaboradores y especialistas para abordar comportamientos ante el consumo de alcohol que impliquen riesgo individual y colectivo. Pero falta todavía el diagnóstico inicial, ese que solo puede auscultarse en el barrio con un activismo de base real.

Lo reconoce Maybel González Marín, secretaria general de la Federación de Mujeres Cubanas en la provincia. “Si bien se han fortalecido las estructuras de dirección en delegaciones y bloques, otras están incompletas. A ello se suman dirigentes de base que no cumplen sus funciones por falta de preparación o porque dejan de tocar puertas y de escuchar”, admite.

En materia de igualdad plena, la organización femenina ha impulsado numerosas iniciativas en todos estos años, pero las manifestaciones de discriminación y violencia de género indican que son muchas las heridas por sanar en lo que alcoholismo femenino se refiere.

En esa dirección, el Programa Nacional para el Adelanto de las Mujeres, del cual tenemos que conocer mucho más las cubanas, actualiza y legitima una práctica que se hace desde el inicio de la Revolución a favor de la igualdad de género y contra cualquier manifestación de rechazo o violencia.

Desde esa perspectiva, puede entonces aportar valiosas herramientas en función de identificar grupos de riesgo y consumidoras irresponsables, fomentar actitudes y estilos de vida saludables, desarrollar una red de apoyo social que contribuya al tratamiento, seguimiento y rehabilitación de estas mujeres, sin prejuicios ni discriminaciones, además de crear nuevas oportunidades de empleo y de participación para que ellas no tengan que ahogar sus miedos y frustraciones en una botella. 

Ana Martha Panadés

Texto de Ana Martha Panadés
Reportera de Escambray. Máster en Ciencias de la Comunicación. Especializada en temas sociales.

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