Del otro lado de la ciencia

La jornada por el Día de la Ciencia tiene la obligación de ir más allá de las relatorías de logros, discursos y entrega de reconocimientos. Ha de ser también un momento para rehacer caminos. Escambray se adentra en algunas de las deudas de la actividad científica en los tiempos que corren

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La Revolución ha contado con líderes que han comprendido el lugar de la ciencia en el desarrollo del país. (Foto: Estudios Revolución)

La ciencia se convirtió de manera progresiva en una actividad social encaminada a producir, difundir y aplicar conocimientos sistematizados sobre la realidad, cada vez más apegada a las demandas sociales y a la generación de nuevas tecnologías.

Atrás quedaron los tiempos de científicos encerrados en laboratorios tratando de convertir la piedra en oro o de encontrar cualquier descubrimiento, movido por intereses puramente cognitivos.

En el presente siglo, la búsqueda de nuevas teorías se encuentra empujada por la obtención de tecnologías y patentes que se introducen cada vez de manera más acelerada en los componentes de la vida social, sobre todo en la producción, los servicios, la enseñanza y la comunicación.

La ciencia construida de manera independiente da paso al trabajo multidisciplinario; la integralidad de profesionales da su lugar a la especialización; la investigación por iniciativa da paso a los resultados por demanda; el informe de investigación como fin da paso a la introducción del resultado y a la medición de sus transformaciones.

Un análisis de la administración de la ciencia y sus resultados en el contexto cubano actual encuentra, como en toda obra humana, deudas. La más importante: el desbalance entre la cantidad de profesionales formados en comparación con el crecimiento económico y social, medidos por cualesquiera de los indicadores existentes.

Por otra parte, se ha ganado en organización de las investigaciones, pero es un deber de los centros de ciencia e innovación, así como de las estructuras que dirigen la política científica, ajustar de manera más rápida los proyectos a las verdaderas necesidades locales y territoriales. De pensar en qué puedo hacer hay que pasar definitivamente a pensar en qué se necesita para crecer y modificar.

La determinación de esas necesidades debe nacer fuera de reuniones, salones climatizados e improvisaciones, para dar lugar a las políticas públicas locales, tomando el pulso del ciudadano concreto, de la comunidad y de las estructuras de base del poder público, cuyo funcionamiento también urge modificar, tal como lo reflejan los documentos programáticos vigentes.

De la misma manera deben determinarse, gestionarse y controlarse los recursos materiales, humanos y financieros para el ejercicio de la ciencia y la innovación.

¿Quién mejor para saber qué estudiar, qué modificar y dónde poner lo que se tiene que una comunidad de base o un municipio? Sin embargo, cuesta salir del verticalismo y la centralización, donde el Citma y los Órganos de la Administración del Estado tienen aún los mejores espacios para decidir, sobre todo en materia de finanzas, rendición de cuentas y vínculos con el exterior.

Por otro lado, de manera horizontal, la realidad sobre los vínculos de colaboración entre las instituciones, los centros y los científicos sigue alejado de las aspiraciones declaradas.

La especialización presupone la integración. La realidad no entiende de disciplinas o asignaturas; es heterogénea y el propio devenir de la ciencia ha conducido a la formación de profesionales cada vez más especializados en determinadas parcelas, por lo que se hace necesaria la interdisciplinariedad.

Aunque en este particular se ha logrado avanzar en los últimos años, perdura en alguna medida la actividad científica por centros, por grupos y hasta por intereses profesionales particulares, más allá de las estructuras creadas con ese fin, donde muchas veces predomina lo que se quiere hacer y no lo que se debe hacer, según las prioridades.

Sería menester también superar la vieja imagen de la tecnología entendida como equipos o artefactos y poner las miras, también, en el aporte de modos de operar los equipos, formas de proceder, capacidad para operarlos, los resultados alcanzados, los desechos, la organización, los valores con que se operan los aparatos, los patrones y hasta repensar constantemente las políticas en materia de ciencia e innovación.

El Fórum, que ha tenido y tiene un lugar glorioso en la resistencia de la nación, no es suficiente para desarrollar un país con tanto talento formado y tantas ineficiencias en su dinámica social. La ciencia y la innovación tienen que convertirse en alma de la dirección social.

Las ciencias sociales en los territorios no asisten tampoco con la velocidad que se necesita al encuentro con los procesos de dirección ni con la observancia del resto de las ramas del saber, lo cual es responsabilidad compartida entre directivos y profesionales.

El ejemplo del Gobierno a nivel de país debe ser comprendido y asumido de una manera más rápida en todos los niveles y estructuras. Es muy lento el paso de la toma de decisiones por acuerdos, desde salones de reuniones, informes y propuestas de comisiones a la dirección por criterios de expertos, grupos de trabajos, pequeños colectivos y, sobre todo, la voz del soberano pueblo, para lo que habrá que modificar métodos y estilos e incorporar ciencia e investigación.

Esto ha de hacerse sin crecimientos en estructuras improductivas, reuniones ni recursos humanos. Se trata solo de crear espacios de cooperación que brinden a los decisores luz para decidir, hacer y controlar, más allá de un consejo de dirección o una comisión eventual a las que se acostumbra. Hacer más de lo mismo que no ha provocado mejoras sustanciales es condenarnos al fracaso, a lo que jamás podría llegarse.

La ciencia no ha de ser la panacea que resuelva todas las carencias del país, pero sí tiene que ser un elemento dinamizador del crecimiento material y espiritual de un pueblo con tantos profesionales formados, eje impulsor del reencuentro con lo mejor de la educación y la cultura, esencias de la verdadera libertad.

No por gusto aquella frase que no es solo de Martí: “Ser cultos para ser libres”; un deber que es también de la ciencia.

José F. González Curiel

Texto de José F. González Curiel
Editor Web y reportero del Periódico Escambray. Sancti Spíritus. Cuba.

Comentario

  1. Ledián Valle Mestre

    Hola José:
    Es muy grato encontrar, en mi recorrido habitual por la prensa cubana, un artículo firmado por ti en el periódico de mi provincia.
    Permíteme que te de la enhorabuena por las ideas que expones, conceptos que defines y, la manera en la que señalas el camino. Compraría el periódico en su versión impresa solo por leerlo. Sin embargo, apelando a la sinceridad que nos inculcabas, como profesor y amigo, en las aulas del Pedagógico (esa sinceridad necesaria para el crecimiento humano) tengo que decirte, también, que me temo que un artículo como éste caerá en olvido como otros tantos, muy buenos, que se publican en este medio. No se debatirá en le núcleo del Partido, ni en el Comité de Base, ni en el Consejo de Dirección del CITMA. ¿Por qué me aventuro a decir ésto? – Porque unido a todas las cosas que nos afectan como sociedad: las impuestas y las endémicas (sin importar categoría) hay una, especialmente una, que en silencio, sin prisa pero sin pausa, va lastrando el empeño, el compromiso social y el buen hacer de quienes como tú, viven preocupados y ocupados por ayudar a encontrar la luz al final del túnel. Ese mal al que me refiero es: la pereza intelectual que, como bien sabes, es un proceso por el que la mente deja de aplicar un pensamiento reflexivo y crítico, rechazando el uso de tareas tan básicas como analizar y procesar la información que llega del entorno. De ella, como tragedia, no escribió Shakespeare; pero que figuras como Isaac Asimov o Arthur C. Clark sí imaginaron en su tiempo.
    La prevalencia del «aquí siempre se ha hecho así»;»no necesitamos que venga nadie de (a) fuera para decirnos lo que tenemos que hacer»; «cuando el enemigo sea vencido, se asombrarán de lo que somos capaces de hacer» y cosas así, nutren a la pereza, el facilismo y al fatuo y reiterado intento de solucionar problemas complejos actuales con fórmulas del pasado, o peor, ese chivinismo irracional, que en temas de ciencia, desarrollo y tecnología, nos lleva, una y otra vez, al derroche y no pocos fracasos.
    Sin embargo, y muy a pesar de lo anteriormente escrito, como simple lector quiero darte mi apoyo porque saberte aquí, escribiendo así, me da esperanza.
    Un abrazo.

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