El amor imposible de José Martí

El primer acercamiento del Maestro a Rosario de la Peña y Llerena estuvo asociado a su arribo a la capital azteca en los primeros días del mes de febrero de 1875

La pasión por esta mujer Martí lo dejó plasmado en el hermoso poema dedicado a su musa que tituló con su nombre: Rosario.

Al hablar del más intelectual de todos los cubanos, es recurrente hacer énfasis en el hombre que vio más allá de su época y que, a pesar de su prematura muerte, nos legó para todos los tiempos un ideario que ha trascendido generaciones porque se trata del escritor y poeta más prominente de su tiempo. Pero… ¿Poeta y hombre, acaso, dos cosas distintas? 

Esa es la interrogante que expresa la esencia que refleja la visible humanidad del Martí al desnudo, pues, además de ser el hombre de pensamiento y acción, el político eminente y el intelectual de pluma exaltada y palabra fascinadora, fue capaz de vivir las más profundas sensaciones de una intensa vida amorosa que no siempre le deparó triunfos, sino también algunos desamores y decepciones.

De ellas, una de las de mayor trascendencia fue el rechazo de una de las mujeres que más encarnó los sentimientos y la sensualidad de su época: la mexicana Rosario de la Peña y Llerena.

Su primer acercamiento a esta mujer estuvo asociado a su arribo a la capital azteca en los primeros días del mes de febrero de 1875. Invitado a una de las peñas literarias que se desarrollaban en la morada de Rosario por los compañeros de la redacción de la Revista Universal, le fue presentada por medio de su amigo médico y poeta Juan de Dios Peza. Allí se daban cita los más valiosos poetas, escritores y filósofos del México de su tiempo, quienes, deslumbrados por sus encantos, pretendían encontrar la ocasión para cautivar a la joven mexicana.

Rosario de la Peña y Llerena, nació el 24 de abril de 1847 en la ciudad de México, en el seno de una familia acomodada. Se instruyó en música, pintura y poesía además de otras artes u oficios. Destaca que, a pesar de no haber sido escritora, por haberse rodeado de lo mejor de la intelectualidad mexicana de su momento, su nombre está vinculado a la historia de la literatura de ese país.

A sus 28 años de edad poseía una atrayente personalidad; cautivaba por su inteligencia y por la forma de proyectarse que la propia educación familiar le había facilitado. Entre sus méritos sobresalen haber sido una buena declamadora y una excelente oradora, destacadas cualidades que impresionaron más que su propia belleza natural.

Martí tampoco quedaría ajeno a esos encantos, lo que dejó plasmado en el hermoso poema dedicado a su musa que tituló con su nombre: Rosario. Visiblemente cautivado lo dejaría la mexicana y de ello da fe la pasión con la que le dedicó sus versos.

El joven orador por excelencia mostró sus dotes de tribuno desde edad temprana. También poseía una gran facilidad para dar rienda suelta a su lirismo y hacer un uso elegante de las palabras. Baste señalar una de sus obras poéticas más encumbradas, escrita a petición de su amigo Enrique Guasp: Amor con amor se paga.

Si de derroche de galantería y de pasión se trata, solo bastaría acercarnos al extenso epistolario martiano, dentro del cual se encuentran aquellas cartas de amor dedicadas a la mexicana que despertó su pasión. En ellas sobresale la grandeza y benevolencia con la que de forma poética le escribiera para transmitirle lo más puro de sus sentimientos.

En una ocasión le dedicaría estas palabras: “Rosario, me parece que están despertándose en mí muy inefables ternuras; me parece que podré yo amar sin arrepentimiento y sin vergüenza (…)”.

No obstante, no fue Martí el único hombre que se rindiera cautivado ante los encantos de la joven.  Resalta que en una de estas misivas hace alusión a la muerte del poeta y dramaturgo Manuel Acuña Narro, quien es considerado uno de los más destacados representantes del romanticismo mexicano y quien también dedicó lo más sobresaliente de su obra poética a Rosario, a quien apodaron para entonces la musa insensible. A ella justamente fue a quien el poeta suicida dedicaría su célebre poema Nocturno.

Los azares de la vida amorosa de aquella mujer, convertida en el eje central de una agrupación literaria masculina, no pasaron desapercibidos en las tertulias y discusiones literarias; algunos contrarios a la actitud de la joven y otros que sin remordimiento ni cuestionamientos morales la apoyaban, como fue el caso de José Martí. Sus pronunciamientos tuvieron siempre el objetivo de defenderla, ya que todos le imputaron la muerte del desdichado Acuña.

“Quien sueña con ideas de libertad profunda, reconoce la más alta de todas: la del sentimiento. Rosario no podía amar al triste Acuña ni aunque le inspirase lástima, pues al corazón no se le manda”.

Los acontecimientos asociados a las pasiones encarnadas por la mexicana la hicieron de por sí famosa.  Muchos quisieron, atraídos más que por su belleza y encantos, el desafío de conquistar aquel corazón indiferente y nuestro Martí no fue la excepción. Él dedicaría semanas más tarde este escrito en prosa: “soy excesivamente pobre y rico en vigor y afán de amar”.

Seducida por su carácter e inteligencia, Rosario mantuvo vivas las esperanzas del Apóstol. La hizo sentir orgullosa, pero no le correspondió con el mismo fervor que él anhelaba. Su declaración amorosa fue rechazada y este desdén lo marcó sin lugar a dudas.

Como el Maestro, muchos creyeron conquistarla, pero ninguno la alcanzó completamente. Rosario de la Peña aprisionó sus afectos en una muralla de piedra. En el caso de Martí, ni siquiera el romance que vivió con la famosa actriz Concha Padilla pudo hacerlo olvidar aquel amor que le resultaría imposible.

Su amigo Manuel Mercado hizo cuanto pudo por que entrara en relaciones con una hermosa joven que conoció en la puesta en escena y estreno de Amor con amor se paga: Carmen Zayas Bazán. Con esta mujer no solo concibió casarse pese a los propios infortunios de su vida, sino que además se convertiría años más tarde en la madre de su hijo José Francisco. El amor que sintió Martí por la linda camagüeyana fue instintivo, atendiendo más a la belleza física que a sus condiciones caracterológicas.

No obstante, aquel aciago desdén amoroso lo dejó marcado, y difícil sería para él superar un sentimiento tan profundo, al tratarse de una mujer que los poetas de su tiempo representaban no solo como el símbolo de lo femenino, sino también como la esencia más pura de la belleza.

Rosario de la Peña anciana ya, próxima a cumplir sus 77 años, fue entrevistada para el diario Excelsior y entre otras interrogantes se le inquirió: “Con esta galería de ilustres, ¿quién le simpatizaba más?”. Y ella le respondió: “Pepe Martí, ¡Qué duda cabe!”.   

*Licenciada en Historia

Zandra Rodríguez Carvajal*

Texto de Zandra Rodríguez Carvajal*

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