Miguel Baguet: Escambray fue mi primer trabajo de verdad

A cuatro décadas y media de aquel estreno en la mayor aventura de su vida, Miguel Ángel Baguet Chuchundegui comparte recuerdos entrañables con los lectores del periódico que ayudó a fundar

«Mi función era, en una rama de hierro, componer el periódico guiándome por un formato», cuenta Baguet. (Foto: Cortesía del entrevistado)

Aquella mañana de 1977 en que Juan Ruch Pajón acudió al Policlínico Sur en busca de un joven desconocido que fungía como ayudante de construcción, no imaginó que allí nacía un vínculo más que laboral con quien sería pieza clave en el taller que luego le correspondería dirigir. Venido desde Holguín, aunque espirituano, Ruch traía cierta experiencia en eso de acondicionar hierros viejos para echar a andar una rotativa. Ente activo en la creación del periódico holguinero, ahora se disponía, aunque sin ser consciente de ello, a hacer historia nuevamente con la puesta en funcionamiento del órgano de prensa impreso que demandaba la máxima dirección del Partido en la novel provincia del centro de Cuba.

«Yo me enredé en ese asunto en 1976. Por la Unión de Jóvenes Comunistas nos reunieron a un grupo de trabajadores para hablarnos de aquella idea de Joaquín Bernal Camero. Se dijo que íbamos a pasar un curso y así quedó, pero tiempo después no se habló más de eso. Yo incluso entro a trabajar en la construcción del Tenis y en el carné que daban pusieron, porque fue lo que dije cuando me preguntaron el oficio, estudiante de periódico. Después me reincorporé a mis funciones en el policlínico, donde estuve solo seis meses, ya que cuando Juan Ruch fue a buscarme empezamos a limpiar hierros allí en lo que sería el taller en la calle Santa Ana y así hasta que se armaron las máquinas y se comenzó a hacer el periódico en seco», cuenta ahora Baguet.

No quedan muchos vestigios de aquel joven inquieto, delgado y de baja estatura, con apenas 18 años al momento de enrolarse en la mayor aventura de su vida, en este hombre ya canoso, pero todavía con ímpetu evidente. De su delgadez hablan solo las viejas fotografías que me muestra y los recuerdos de quienes le vieron ir y venir, hacer, hacer y hacer para que Escambray saliera en tiempo y de manera impecable, algo que no siempre se conseguía. Los ojos vivarachos sí son los mismos y ahora se iluminan con cada anécdota que cuenta.

“Pasé un curso de tipógrafo, que también se le decía cajista, en la imprenta de la calle Céspedes. Me enseñaba un compañero de Cabaiguán llamado Orestes. Mi función era, en una rama de hierro, que era esa pieza rectangular del tamaño de las páginas, componer el periódico guiándome por un formato, con los textos tecleados en el linotipo, y luego esa rama se llevaba al plomo. Yo soy zurdo y casi nadie en Cuba en la tipografía era zurdo, así que era más complejo. Tras algunas gestiones para conseguirlo me quedé aquí y no fui para Santa Clara, donde se pasaban los cursos de preparación, porque mi mamá me necesitaba”.

Pero antes, cuenta, fue ayudante de los mecánicos que armaban la rotativa, venidos de La Habana. Luego, ya en función del periódico impreso, por parejas, trabajaban en dos turnos, el segundo de los cuales se extendía hasta cualquier hora de la madrugada e, incluso, en momentos de contingencia, hasta el amanecer o ya avanzada la mañana. Ciro Giner Valdés era su pareja de trabajo y venía de Santiago ya con experiencia.

“Todos aprendíamos. A veces se detectaba un error a las tres de la mañana, se sacaba la línea, se tecleaba de nuevo, y se volvía a poner. Los títulos se hacían a mano. Aquello era muy trabajoso, pero nos enamoramos del periódico. Se hizo siempre en cualquier circunstancia, lo mismo en primavera que si había tiempo de ciclón, porque si el ciclón pasaba por aquí nos íbamos para Ciego de Ávila. “La única vez que Escambray no salió en el día, salieron las dos ediciones al día siguiente. Lo hicimos en Santa Clara; recuerdo que vinimos de allá bajo agua, con todo el periódico listo para armarlo”.

UN “ABOGADO” INTRANSIGENTE

Hay otra faceta de Baguet que todo el mundo recuerda nítidamente: su desempeño al frente de la sección sindical, que en los primeros años involucraba tanto a los trabajadores del taller como a los de la editora. Luego ambos colectivos funcionarían de forma independiente. Cesaría en esas funciones solo en 1990, cuando el proceso de impresión fue trasladado hacia la Unidad Poligráfica construida en la barriada de Colón expresamente con ese fin; allí se inició como jefe de brigada y años después pasó a jefe de servicio interno.

“Asumí luego de Juan Portal Hernández la dirección del Sindicato, las movilizaciones más grandes tuvieron lugar en la etapa que me tocó. Defendía a los trabajadores cuando surgían discrepancias con la parte editorial o con la dirección en general, pero siempre se llegaba a un acuerdo”, cuenta.

“Baguet fue líder, líder sindical y por idiosincrasia, era la voz cantante del taller. Todo el mundo allí lo seguía; él era el que protestaba a favor de los trabajadores, el que hacía reclamos, buscaba soluciones. Tenía un carisma muy peculiar y en su trabajo resaltaba porque era muy bueno en lo que hacía, muy consagrado”, lo define, a la vuelta de muchos años, Xiomara Alsina Martínez, quien poco después de la fundación comenzaría a laborar, junto a Faustino Salas, en calidad de formatista, la responsabilidad editorial más estrechamente ligada al trabajo del taller.

Zoila Betancourt Díaz, quien dirigió Escambray entre diciembre de 1988 y mayo de 1993, guarda recuerdos inolvidables de los vínculos con Baguet, “tanto de sus ataques de intolerancia como de su buen desempeño como armador del periódico en plomo, es decir, cajista.

“En mi época de directora eran tres los que realizaban esa función: Octavio, Cancio y él; sin lugar a dudas Baguet era mi tranquilidad el día que estaba de turno. Para él todo podía resolverse a pie de obra, lo mismo si sobraban que si faltaban líneas de texto. Siempre fue muy competente, eso sí, cuando venía de moño virado la única que podía controlarlo era yo. Nos teníamos y aún nos tenemos buen aprecio”, sostiene.

Criterio muy similar al suyo es el de Aramís Arteaga Pérez, director durante los cuatro años anteriores al mandato de Zoila y quien jocosamente lo llamaba Lech Walesa, en alusión al líder obrero y político polaco de renombre por aquellos años.

LA NOSTALGIA

Desde el año 2013 Baguet labora como administrador en la Casa del Economista. (Foto: Delia Proenza)
Desde el año 2013 Baguet labora como administrador en la Casa del Economista. (Foto: Delia Proenza)

Le pido definir con una palabra el significado de Escambray y, sin pensarlo, afirma: “Para mí fue maravilloso”. Entonces la nostalgia toma asiento en su mente, sus ojos, su verbo, y vuelve a la realidad que lo absorbió hasta muchísimo después de aquella llegada a un medio de prensa todavía en embrión, que ya sobrepasó con creces su mayoría de edad y pronto cumplirá los mismos años que su hija mayor.

Percibe nuevamente el olor a plomo, a pintura; ve llegar a Rafael Daniel cerca de la medianoche con una noticia de zafra que deberá sustituir a otra ya fundida en metal; revive las oportunidades de superación que, ahora siente, pudo aprovechar mejor; evoca la alegría por el apartamento que le entregaron en Los Olivos; retoma sus idas a la casa y las vueltas de inmediato, aunque no reclamaran su presencia.

No ha olvidado un solo nombre ni la responsabilidad de cada quien, a veces cambiante; al mencionar a algunos desgrana sentimientos: los correctores Rosendi, Norma, Gerardo, Lidia, Luis Sánchez y Joaquín. Deivi Aquino, el primer jefe de Taller; Pastora, la cocinera fundacional; Román, Jorge (conocido como Albert Hammond), Jorge Díaz, electricista; Antulio, el operador de rotativa. Fredesvindo, al frente de la parte gráfica; Héctor Marín (Coto), administrador; Reidel, al comienzo en el linotipo; los sucesivos directores, desde Fe Dora y Rafael García hasta Juan Antonio Borrego. A este último agradece, con aire emocionado, el memorable encuentro entre fundadores, jubilados y trabajadores en activo que organizó cinco años atrás, en la antesala del aniversario 40.

Escambray fue lo mejor que me pudo haber pasado, mi primer trabajo de verdad, el lugar donde ejercí un oficio que me encantaba y adonde quería regresar siempre. Después todo lo que he hecho ha sido más bien como dirigente administrativo y en el área de los aseguramientos”, detalla.

De su entrega y permanente sentido de pertenencia pueden hablar todos los centros por los que ha pasado, incluida la Casa del Economista, donde labora desde el 2013, casi desde el comienzo, en calidad de administrador.

Ahora, con los ojos repletos de un ayer al que regresaría si se volviera a repetir la historia, menciona la satisfacción de haber ayudado a prepararse como nuevos tipógrafos a tres de sus excompañeros. Mientras intentamos cerrar un diálogo, pienso en cuánta historia atesora este hombre como parte inseparable de Escambray, esa obra colectiva a la que ni tan siquiera se le había puesto nombre en aquel entonces.

Delia Proenza

Texto de Delia Proenza
Máster en Ciencias de la comunicación. Especializada en temas sociales. Responsable de la sección Cartas de los lectores.

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